Ofelia amaba la naturaleza con gran intensidad; las mariposas, las flores, los pájaros, el ulular del viento entre las ramas, y lo que más le causaba emoción era el agua del riachuelo que siempre le traía noticias de los pequeños seres que nadaban en él.

Vestida de fiesta, para hacer honor al agua cristalina que la recibiría, se acostó en sus frías corrientes. Ofelia quería convertirse en parte de la naturaleza que hora tras hora escuchaba.

Desde niña fue muy enfermiza y eso la mantuvo alejada de otros niños y, también, de ese pequeño espacio en donde consiguió refugio. Fue muy protegida por sus padres del sereno de la noche, de la humedad de la lluvia y del polen por las alergias. Pero aún así siempre regresaba a las orillas del riachuelo.

Sin embargo, hoy, fue más allá. Quería oír el aleteo de los peces y comprender qué decía el agua. Primero, le habló a las hojas y flores que caían desde las ramas. Luego, se entregó por completo a las caricias del agua que pasaba sin detenerse y comprendió que ninguna sería igual.

En estado de éxtasis, susurraba una canción de cuna para los peces que nadaban cerca de su vestido con encajes. ¡Qué placer le producía estar allí! Jamás se imaginó que aquellas aguas tan frías se convirtieran en un tibio spa.

Algunas mariposas azules revoloteaban cerca de las flores blancas que crecían al borde del riachuelo. “Qué bellas se ven”, pensaba Ofelia en su deleite.

De pronto, el estado de felicidad fue interrumpido por la voz de su nana que tenía dos horas buscándola.

-¡Ofeeelia! ¿Quieres morir de un resfriado? ¡Sal de allí muchacha sin oficio!

La joven se quedó serena, flotando entre las aguas. Deseaba convertirse en pez para seguir allí por siempre y nadar río abajo descubriendo, quizás, una voz que le cantase canciones para dormir.

-Ofelia es la última vez que te llamo, si luego te resfrías no quiero que me culpen a mí. Dijo la nana, esta vez, en tono de súplica.

-Regresa cuando quieras. Aquí estaremos esperándote. Oyó Ofelia del viento del norte.

Y así fue como ella se levantó del riachuelo y se fue para su casa, sabiendo que siempre existirá un lugar en el mundo para ser feliz, solo hay que encontrarlo y sumergirse en él.

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