NOVELA: Una Novela Sobre Mi Mismo. 1pte. Cap.1.2

in #artzone6 years ago


Saint-Tropez by Jean-Paul Cerny @flickr

Entramos a mi villa. La cocina es grande y clara, de colores alegres. Es una cocina provenzal con un toque urbano. Elegante y sobria, el sueño de muchas mujeres. De hecho, las chicas, al verla, aullaron de la emoción, el típico “¡¡¡aaaayyyyyyy, qué beeellaaaa!!!” y emy le tomó miles de fotos, le tomó medidas, le dijo a Celeste que remodelarían la cocina del restaurant y se inspirarían en esta pieza de arte urbanístico. Las mujeres están locas, a mi juicio. No se dan cuenta de las cosas, hasta que les muerden las entrañas. O hasta que se joden. En el mesón, emy y Julia preparaban la comida, entre conversas, risas, vino y los ingredientes, con los cuales nuestra chef estaba excitada. Ella ayer me dijo ésa era la manera en cómo ella aprendía o inventaba nuevas recetas. Sobraba el silencio, así que puse Tiesto, las chicas se veían más animadas, sus ojos ya no estaban hundidos en la borrachera y el monte, se maquillaron, se pintaron, estaban vestidas. Junto a la entrada de la cocina estaba Julia, con una blusa blanca Benneton y una minifalda escocesa Trafalgar.

En ese momento algunos recuerdos vinieron como una brisa fría. Debí haber reculado. Hablé un poco:
—Langostas, pero por favor, prepáralas con soberbia, que sea una orgía gastronómica. —Se aproximaba Julia con un trago de Vodka. Me dijo:
—¿Quieres… algo más?Y— lo dijo con sensualidad, tuvo el detalle de poner una mirada inocente. Respondí:
—No. Por ahora. —Y extendí en mi rostro una de esas sonrisas que invitan a la complicidad. Me dio el trago, y yo estaba pensativo porque sentía que no debía estar aquí. Emy vino y me rescató, dándome a probar la salsa de trufas, que estaba espectacular. Un instante después, Celeste me miró y me preguntó:
—¿Estás preocupado? Digo, debías regresar a Venezuela —dijo, Con algo de reproche. Dije:
—Estoy donde debo estar —Entonces, me recosté en la pared, cerré mis ojos y me dediqué a disfrutar la música.
—Ah —Fue su única respuesta, y no tenía nada más que decir. Se hizo la loca. Las chicas estaban pendientes de otras cosas. Me senté en una silla y Julia se sentó en mis piernas. Celeste me entregó con una hoja. Era un fax. Lo leí. Era mi abogado. Decía:
—Tienes una citación. —Como no me interesó saber nada de eso, miré hacia el mar y vi que me enviaba un mensaje que yo había estado esperando y sabía que de ahora en adelante las cosas serían difíciles, mi pasado vendría a traicionarme. La blancura de las nubes resaltaba la gravedad de estos pensamientos.

Cuando la vi, Julia me habló:
—¿vas a viajar solo? —no había respuesta, pero ella la esperaba y a mi no se me ocurriría nada. Ella esperaba que hablara. La tarde llegaba en una tonalidad roja. La brisa traía un rumor tranquilizante. Me sentía con algo de sueño. Sin verle el rostro, le dije:
—no creo que regrese—Seguí con mi mirada desviada a otra parte. Respondió:
—Culpable—ligeramente sonreída, como si ella fuera el tribunal en pleno.

Nos dedicamos a hablar paja. Me dijo que no estaba sorprendida, pero ahora acabaríamos de prófugos en la rivera francesa. Yo le dije que no estaba en problemas, que la cosa era conmigo.
—¡Ah! ¿no tengo nada que ver contigo? —Le expliqué que no era así, que no iba a compartir los pesares míos. No me había dado cuenta, o tal vez quería ignorarlo, o no lo quería creer: quizá ella estaba dispuesta a pasar por todo eso. Hacía calor, a pesar de que el sol estaba bajando. Entonces me contó que en Barcelona había formado parte de una agencia que extendía sus brazos a cuanto evento saliera. A sus jefes no les costaba mucho enviar a sus esclavos (y eso es lo que son todos esos modelos¬) al otro lado de Europa, o del mundo, tenía que trabajar sábados, domingos, a cualquier hora, hablar con sujetos que trataban de seducirlas y más de una vez trató con algún jeque que le ofrecía cualquier suma de dinero, con tal de acostarse con ella. Otras veces, debía hablar con chicas que querían ser modelos como ella, y se daba cuenta de que ésas chicas terminaban de prostitutas de alto nivel y obtenían lo que pedían, incluso, la portada de alguna revista. A ella le quitaron su portada, por la que ya tenía un contrato y le habían pagado. Antes de seguir contando me dijo que el modelaje se había convertido en un negocio sexual. La línea que lo separaba de la prostitución había desaparecido, quizá, nunca había existido. Le dijeron:
—no hagas escándalo de esto. Saldrás en la revista, de todas formas —Y sí salió, pero en las páginas…no sé, nadie se acuerda. Ella entendió que la mierda que vivió en Venezuela, también estaba en Francia y en España, con la diferencia que en Europa pagan más y todo es más hermoso.
—¡No, pero no...no, no no! —Me replicó ella y luego me dijo que no me dejaría abandonado.

Me senté en unas sillas que estaban en la parte trasera de la casa, las llevé a la playa, donde Julia y yo nos habíamos instalado, mientras las chicas se dedicaban a cocinar. Como se sentía descansada, comenzó a contar cosas sobre su vida de modelo. Aquello era tan superficial y banal, que de pronto cobró el efecto de un chiste, que me interesaba saber cómo concluía. Yo me había percatado de que ella me había contado éstos sucesos pero tenían esa rara sensación de ser nuevos, de no haber pasado nunca; aunque para mí tuvo más lógica la realidad de que todo esto era un mismo evento que se repetía de manera exacta en distinto lugares y al mismo tiempo. Su negocio era ser bella y predecible.

Julia es sincera en esos momentos. La tarde había caído. La noche era un enigma, pues aún no se veía la primera estrella. El olor de la comida vino a traernos de vuelta. Celeste dispuso la mesa, con orden y elegancia. Emy escogió entre dos botellas de vino tinto, y se fue por la que tenía en la mano izquierda, que me extendió y luego me dio el sacacorchos para abrir la botella, pues son las cosas que un hombre debe hacer; cuando hice todo esto, la sonrisa de emy terminó dándome la tranquilidad que necesitaba para poder sentarme a comer.

Las langostas estaban servidas. Los platos parecían obras de arte, y en vez de comerlos, provocaba ponerlos en pared. Como me gustan mucho las trufas, extendí, contento, mi plato y fue servido con tales exquisiteces. Comimos a la manera Macedonia. Bebimos como romanos. Un postre extraño, licor, naranjas sevillanas, helado. Un cigarrillo, una taza de café. Algo me mantenía alerta, viendo el mar, como si de allí fuera a surgir alguna amenaza que viniera a destruir momentos como aquellos.

En un momento dado, Julia me dijo:
—¿Sabes? los amigos son una fantasía. Descubres que ellos nunca están cuando realmente los necesitas. Se alejan cuando estás metida en la mierda. Algunas veces, cuando lloras en público, vienen a tratar de consolarte; pero no hacen eso, sólo quieren que te calles, porque les fastidia, no sé, verte llorar. O les duele. O les revuelve sus conciencias. Otros se sienten bien porque caíste en la mierda. Otros vienen en son de paz y luego, hasta te quieren golpear, como Cristina, cuando se enteró lo que hice con Patty cuando la estaban enterrando. La tipa me pegó, pero yo le respondí y nos separaron. La gente es una mierda. —Le pregunté por el resto de aquel incidente y me lo contó, entre risas y bocanadas de cigarrillo.

Celeste preguntó si podía apagar las luces. Unos focos quedaron encendidos y servían de referencia ante la oscuridad. Y con tal resplandor, tener a Julia contra una viga que sostenía el techo, llegó el punto donde ella y yo terminamos besándonos tranquila y profundamente. Celeste se puso a hablar con emy. Creo. Comenzó a sonar un disco chill out, con un fuerte toque árabe. No le presté mucha atención. Celeste se puso a arreglar la cocina (que ya estaba arreglada) a barrer el piso, que se llenaba de arena, a organizar las cosas, a ver qué pieza de la casa estaba fuera de lugar. Hizo más café y terminó preparándose un porro. Por alguna razón, aquella mujer no podía estar tranquila. Luego se sentó detrás de nosotros, en una silla de extensión bastante cómoda y cara, Fisher & Able. Emy al parecer, se estaba bañando, en la planta superior, la ventana del baño daba hacia nosotros y se veía el ténue resplandor de la luz del baño. El frío nocturno del mediterráneo se hizo presente y Julia se acurrucó en mi pecho, tenía la mirada distraída, viendo los numerosos yates, que competían unos contra otros, tratando de ver quién llamaba más la atención, aparte de una legión de lanchas, que se encargaban de llevar a los pasajeros de un yate a otro, buscando la fiesta más mediática de la rivera.

Estuvimos hablando durante una hora. Celeste se retiró sin llamar nuestra atención y de emy no sabíamos nada. No tenía ganas de permanecer más tiempo sentado en aquel lugar. Tampoco es que quisiera lanzarme a montarme en aquellas embarcaciones. De hecho, no quería salir de nuestro lujoso, caro y exquisito búnker. En ese preciso momento aparecieron unos amigos de emy. Era un grupito que buscaba un lugar donde hacer fiesta. Emy y Celeste vinieron a donde estábamos nosotros y me explicaron lo que pasaba. Como emy tenía semanas sin ver a otras personas conocidas, a parte de nosotros y Celeste estaba bien animada, decidí no ser el aguafiestas; aunque advertí que no quería incidentes. Las chicas sabían que aquello no era una advertencia; era una amenaza y asintieron obedientemente y regresaron con sus amigos y cinco minutos después, comprendí que mi generosidad terminaría arruinándome mi humor: eran venecos, se quedaron sin dinero, se irían mañana y querían hacer su fiesta de despedida.

Pusieron el maldito reguetón y le dije a emy que eso no, y que no quería que comenzaran a llegar hordas y hordas de idiotas. emy me dijo que se ocuparía de no recibir a más nadie; pero que la música la dejara, y se me guindó del cuello y todo; pero le dije que aquello no era negociable. ¿Cómo yo, fiel destructor y enemigo acérrimo de tan aberrante ruido iba a permitir que sonara en mi casa, MI CASA, aquella porquería? Habría sido un acto hipócrita. Le dije que lo tomara o lo dejara. Ella arrugó su rostro e hizo un puchero, pero me obedeció. La gente se quejó y hasta vino uno, usando esa jerga estúpida de sifrino malandro, y todo el mundo se le quedó viendo, en actitud retadora. Mi respuesta fue clara:
—si no te gusta, te largas de mi casa —el tipo se quedó frío y apenado, y la mirada de la gente me seguía, sobre todo cuando me quité la ropa y me perdí en búsqueda de mi habitación, me recostaría un rato, fumaría, me bañaría, tal vez le haría el amor a Julia, no lo sé.

Metido en la bañera, mis pensamientos secuestraron mi percepción de la realidad. Hasta tenía una copa de buen vino chileno y que ya estaba medio vacía. La música terminó por recordarme dónde estaba y asumir que estaba allí me produjo un involuntario sobre salto que sacudió el agua de la bañera. No tenía ganas de interrumpir mi baño, y parecía que todo iba bien en la fiesta, así que decidí quedarme unos minutos más dentro del agua. Estaba alegre. Me sonreí y la imagen de Julia se hizo patente en mi conciencia y me dieron ganas de estar con ella, así que la llamé, pues pensaba que estaba viendo tv en el cuarto. No sonaba el aparato. Ella no estaba allí. Salí de buena gana y me sequé y mientras me vestía, me asomaba subrepticiamente, para ver si detectaba a mi chica. Nada. Me asomé por la ventana y la vi en la playa, con sus zapatos en mano, dentro del agua, hasta las rodillas y hablando con un sujeto que estaba en la orilla y que prefería no meterse. Me vestí con furia. Quería hacer algo, pero no sabía qué. Sólo quería estar con Julia. Tomé unos Levis´s 501, una franela de algodón de colores, Girbaud y nada más, salvo mi infatigable colonia Calvin Klein.

Salí de la habitación, sin otro objetivo aparte de buscar a Julia. Estaba descalzado y no me di cuenta, sino cuando sentí la textura cálida de la madera de las escaleras. Al llegar abajo, hubo ciertos murmullos y algunos me veían y se me quedaban viendo y murmuraban, me imagino que era lo relacionado con lo que había pasado antes; pero luego las chicas me sonreían, pues se enteraban o se daban cuenta de quién era yo y de que aquella era mi casa y que si se portaban bien, tal vez se quedarían aquí. Por supuesto, eso era lo que ellas pensaban.

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