El búho ululó en señal de advertencia, y luego de escuchar algo entre los arbustos, Katrina se dio media vuelta. Cuando la figura se mostró la chica dio un respingo.

   Controló el impulso de gritar cuando se dio cuenta de que se trataba de Dante. Con las manos curveadas como si fueran garras y una horrible mueca en el rostro, el joven gruñó, hasta que estalló en carcajadas.

   –¡No puedo creer que funcionará! –exclamó entre risas.

   Katrina se lo golpeó en fuertemente en el hombro. El golpe fue tan certero que Dante dejó de reír y se masajeó el hombro, mientras se quejó.

   –¡Eres un bruto! –reprochó Katrina.

   –No sé porque lo golpeaste –intervino otro joven que apareció detrás de ellos, Niko.–, pero seguro se lo merecía.

   –Es susceptible a mi sentido del humor. –justificó Dante, todavía acariciándose el hombro.
Katrina se cruzó de brazos y lo miró severamente.

   –¡No veo nada gracioso en querer asustarme!

   –¡Por favor! Como si de verdad algo fuera a atacarte por aquí. Tú escuchaste a Mikhail, en esta parte de la montaña no hay animales peligrosos. Incluso el búho que estabas observando huyó en cuanto aparecí.

   –No lo culpo –dijo Niko–. No es fácil mirar esto. –y señaló todo el rostro de Dante.

   Los tres soltaron una carcajada.

   –¡Muevan sus traseros! –gritó una voz femenina desde la distancia. A unas decenas de metros divisaron a Riley.– ¡Quiero llegar, no siento mis dedos!

   –¡Puedo calentarte si quieres! –se animó Dante, alzando la voz.

   En señal de respuesta Riley levantó su dedo del medio. Dante rio y corrió hacia ella.

   Niko y Katrina continuaron caminando por el sendero. Apenas se podía ver la tierra, todo estaba cubierto por un manto de nieve, la mayoría de los árboles carecían de hojas, salvo por algunas pinos. Tras de ellos estaba el camino que ya habían recorrido, marcado por sus huellas, por el cual salieron del pueblo. Delante el sendero seguía, y varios kilómetros se podían ver las montañas ascender hasta el cielo.

   Al cabo de unos minutos, cuando había dejado la vegetación atrás y entraron a una parte más rocosa y empinada, alcanzaron a los demás. Mikhail, Dante y Riley iban nos diez metros más adelantados, pero al menos ya todos estaban a la vista. Luego de una media hora de silencio, Niko lo rompió.

   –Estás muy callada, y te ves algo tensa. –observó.

   Sin quitar la vista del camino Katrina respondió.

   –Estoy pensando…mucho. No es nada. –pero no sonaba segura.

   –Bueno, en vista de que no querías venir y fui yo quien te convenció, podrías compartir un poco de esos pensamientos conmigo.

   La chica suspiró.

   –Tú sabes porque no quería venir. No me gusta acampar al aire libre.

   –Por tu temor a la oscuridad. –concluyó Niko, su amiga asintió.

   –Sin embargo, tenías razón al decir que este último viaje era importante. De que ya pronto nos graduaremos y quien sabe cuando volvamos a estar los cinco juntos –se encogió de hombros.–. Así que me dije “Al diablo”, valdrá la pena.

   –Yo también le temí a la oscuridad. Dormía con la luz encendida cada noche –confesó Niko.–. Cuando lleguemos armaré una buena fogata, no solo nos calentará, sino que nos dará luz toda la noche. Y recuerda, estamos aquí también contigo.

   Katrina agradeció sus palabras abrazándolo un poco.

   Más adelante, el resto del grupo continuaba avanzando. Mikhail, el guía del viaje, observaba la temperatura que su reloj marcaba. Frunció el ceño.

   –Hey, Mik, creo que tu hermano volvió a sus raíces, está de cacería –Dante bromeó mientras observaba a Katrina y Niko. Pero Mikhail no lo escuchó, continuaba mirando su reloj– ¡Tierra a Mik! ¿Está Mik en casa? –agitó las manos frente a su amigo. Mikhail despertó de su trance y dirigió la mirada a Dante.– ¿Qué te tiene tan entretenido?

   –Nada –negó.–. Sigamos.

   Continuaron su camino por el sendero un par de kilómetros más. Dante, Katrina y Riley miraban maravillados la cadena montañosa que se extendía por kilómetros. Niko y Mikhail ya lo habían recorrido bastante veces, antes de la universidad, pero no dejaba de sorprenderlos la belleza de la naturaleza. No importaba los riesgos, ni las historias que de personas que se habían perdido durante las altas nevadas, cada excursión era una experiencia de una vez en la vida.

   El sendero rocoso terminó y poco a poco fueron encontrando un poco más de vegetación, recorrieron un camino empinado y entraron en una pequeña llanura, desde ahí podía verse el pueblo, y el grupo de montañas que lo rodeaban. Por un momento, la ansiedad de Katrina se desvaneció, presenciar algo así le trajo paz. La llanura era algo rocosa, pero había una parte que era más plana, donde había un par de grandes troncos caídos y algunos pinos que servían para dar sombra. Un letrero de madera indicaba que habían llegado a la primera estación.

   Lograron llegar media hora antes del anochecer.

   Se movieron rápido. Sacaron las tiendas y las armaron, alistaron todas las herramientas necesarias. Niko armó la fogata y, antes de que la noche cayera sobre ellos, logró encenderla. Al cabo de unos pocos minutos el cielo se tornó oscuro, solo la luz de la luna y de la fogata los acompañaban.

   –Va a ser una noche fría, muchachos. –señaló Mikhail mientras sacaban todo para preparar comida en la fogata. Todos los miraron, salvo por Katrina.

   –¿Por qué lo dices? –quiso saber Riley.

   –Está haciendo más frío de lo usual –respondió Niko.–, estamos entrando en primavera, pero se siente como si estuviéramos en noviembre.

   –Hay una diferencia de dos grados –dijo Mikhail viendo su reloj.–. Es extraño, pero nada de qué preocuparse. Solo quería que se abrigarán bien. Quizá nos hagan falta más ramas para la fogata.

   –Yo puedo buscarlas. –se ofreció Dante. Se puso de pie y fue a recolectarlas.

   En cuanto a Katrina… No prestó atención a nada de lo que se dijo. No dejaba de mirar a la oscuridad alrededor de ellos, aún con la luz de la luna, la oscuridad entre los arbustos y árboles era intensa, su miedo la hacía sentir como si estuviera siendo observada desde todas las direcciones, su ansiedad le facilitaba al frío apoderarse de su cuerpo, comenzó a temblar, pero no se molestó en acercarse más a la fogata. Solo pareció volver en sí cuando Dante se atravesó en su campo visual, recogiendo ramas.

   Dante ya tenía un buen puñado de ramas. Sin notarlo se había alejado unos ochos metros del campamento, alejándose de su calor y su luz. Arrancó unas ramas de un pino que se veía viejo. Miró hacia la oscuridad por un momento, y no pudo apartar la vista. A diferencia de Katrina, la oscuridad le resultaba embriagadora, silenciosa y tranquila.

   Una rama sobre él se quebró y Dante miró hacia arriba.