Las palabras insultantes

in #castellano6 years ago (edited)

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El insulto y la gosería, como expresiones lingüísticas, representan toda una codificación que exhibe una pluralidad de opciones contextuales y aun conceptuales en una interminable pléyade de palabras y expresiones de soeces cataduras. El insulto, en su libertad léxica busca asignar semánticamente calificativos negativos y destructores en campos sobre todo ligados a partes del cuerpo, dolencias y defectos físicos, psicológicos, lo impúdico, lo racial, lo político, lo humorístico e incluso lo literario y periodístico.

Muchas palabras conocemos en el lenguaje coloquial a las que denominamos groserías, en el entendido de que un grupo social le asigna la carga semántica desaprobatoria que contiene. Sin embargo, la palabra grosería, de acuerdo con el siempre vituperado DRAE (2017), significa, en las tres acepciones que presenta:

  1. f. Descortesía, falta grande de atención y respeto.
  2. f. Tosquedad, falta de finura y primor en el trabajo de manos.
  3. f. Rusticidad, ignorancia.

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De acuerdo con el DRAE, grosería proviene del adjetivo grosero y este de grueso, el cual tiene seis acepciones por significado:

  1. adj. Dicho de una persona: Carente de educación o de delicadeza. U. t. c. s.
  2. adj. Propio o característico de la persona grosera. Costumbres groseras.
  3. adj. Dicho de una cosa: De mal gusto. Imágenes groseras.
  4. adj. Dicho de una cosa: De escasa calidad o sin refinar. Cerámica grosera.
  5. adj. Dicho de una cosa: Que carece de precisión o exactitud. Una medición grosera.
  6. adj. Dicho de un error, una adulteración, etc.: Evidente e importante.

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Como se observa, las definiciones que aporta el DRAE no aluden directamente al lenguaje, tal como lo determina Alexis Márquez Rodríguez en el prólogo de El libro de las groserías, del escritor Misael Salazar Léidenz (2001). Mientras el único ejemplo alusivo a personas que allí aparece sea costumbres groseras, extrañamente se silencia al lenguaje como ejemplo de algo calificable de grosero. Por supuesto, tal uso podría justificarse por vía metafórica como palabras gruesas, toscas, carentes de finura y primor, rústicas, descorteses. No obstante, tal aseveración resulta demasiado amplia, pues muchas palabras no cumplirían con la índole de estos preceptos. Por otra parte, dice Márquez Rodríguez, en tono jocoso, que si el vocablo grosero deriva de grueso, se explica que a las palabras reputadas como groserías se les llame “palabrotas” (Salazar, 2001. p. 7).


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LO MALSONANTE Y RESTRICTIVO

Muchos diccionarios poseen registros de voces catalogadas -o marcadas- como informales, coloquiales, vulgares, familiares, despectivas, insultantes u otras categorías semejantes. En una clasificación establecida por Haensch el al (1982), este las delimita como colocadas “por debajo del estándar”, distingüendo a su vez como “subestándar 1” a las voces con poca restricción de algunas voces o acepciones y como registro “subestándar 2” las que poseen mucha restricción. En contraposición, existen las palabras situadas “por encima del estándar”, las cuales serían términos neutros, que, por no tener marcas de restricción, indican corrección del estilo por cultas, esmeradas, ceremoniosas e incluso ideológicas.

LAS MALAS PALABRAS

En la categoría máxima ´de la voz insultante se encuentra la grosería. Como unidad léxica está fuertemente marcada en los diccionarios como malsonante y de uso restringido. Catalogada como “mala palabra”, la grosería posee uno de los mayores contenidos insultantes y contundentes, que busca humillar y despreciar a las personas (y a veces objetos y situaciones). En la expresividad del venezolano afloran con mucha frecuencia en la cotidianidad, incluso como muletillas en la conversación, saludos y tratamientos, voces como carajo, coño, coño de la madre, marico, pendejo, puta, güevón, mamagüevo, hijo de puta, pajúo, no joda, como las más socorridas, entre otras.

Los diccionarios marcan como coloquiales las voces matasanos, chupamedias, majadero, mentecato, zoquete, mamarracho, farsante, mosquita muerta, sinvergüenza, muérgano, mequetrefe y como vulgares las que se usan como insultos (puto, cabrón, maricón, lameculo, entre muchas otras). Los diccionarios también registran voces insultantes cultas: arpía, canalla, bellaco, tunante, cretino, necio, pérfido.


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Cuanto más insultante y grosera sea una voz, en esa medida se aleja del nivel estándar de la lengua, es decir del nivel culto. Sin embargo, los términos neutros, a pesar de no tener marca de restricción, muestran a veces ciertos matices de negatividad, que pueden aportar significados discriminatorios en algunos contextos. Los manuales de estilo de los medios de comunicación recomiendan el uso de unos por otros y que a la postre indican la orientación ideológica del medio. Los diccionarios modernos (como el Clave y otros) indican que se hace preferible, por ejemplo, el uso de la voz discapacidad por minusvalía o raza por etnia, para soslayar la idea de peyoratismo o desprecio que pudieran acarrear tales términos (Bajo, 2000, p. 31).


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Otras palabras de categoría neutra funcionan como eufemismos contextuales cuando interesa al hablante que no estén teñidas de demasiada negatividad y por lo general se encuentran en los medios de comunicación social: asesinato/ejecución; negligencia/olvido; irresponsabilidad/ despreocupación y otras por el estilo. Otras de carácter irónico, que, aunque de contenido positivo, corren el riesgo de ser convertidas en insultantes al usarse con cierto énfasis: portento, lumbrera alhaja, maravilla, genio, hazaña, joya, sentar cátedra, descubrir el agua tibia.

Las voces de tono afectivo pueden resultar en insultos afectuosos o cariñosos que pueden ser normales y no se suelen registrar en los diccionarios cuando hay sufijación apreciativa como granujilla, picaruela, tontita, bobita, chiquitín, malandrín o insultos duros con entonación especial: enano, pitufo, miniatura, pigmeo, mocoso, malandro (Bajo, op.cit. p. 33).

Quedan otras clases de insultos como categorías lingüísticas que pudieran ser ampliadas en oportunos artículos, para dar cuenta de la cantidad de voces y matices de las agresiones verbales, que a ver vamos, forman parte de los gestos y aun de la norma lingüística de los hablantes y de conducta del común.

REFERENCIAS

Bajo, E. (2000). Los diccionarios. Introducción a la lexicografía del español. España: Editorial Trea.

Diccionario de la Real Academia Española (2017). [Documento en línea] Disponible: http://dle.rae.es/?w=diccionario (Consulta: 15-07-2018).

Haensch.G., Wolf, S. Ettinger y R. Werner (1982). La lexicografía. De la lingüística teórica a la lingüística práctica. Madrid: Gredos.

Salazar, M. (2001). El libro de las groserías. O la pendejada de saber un idioma y no poder hablarlo. Caracas: Vadell Hermanos.

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