El Clérigo del Hambre

in #cervantes6 years ago
Viajando en un arcaico tren de vapor, el viajero sin nombre parte a la las alejadas tierras de Chrotherfield, a mitad de camino debe hacer una parada en la estación Willburn por motivos ajenos a él, aquella estación asimilaba a un pueblo fantasma, carecía de comerciante alguno y ciertamente habitantes tampoco habían, cuatro sujetos incluyéndolo a él, adornaban el panorama de la estación Willburn, ¿a qué se debe tal desolación? Pensó el viajero e impulsado por un anormal sentido de la aventura se dispone a investigar aun arriesgándose al abandono de su único medio de transporte, el viajero trabaja para el diario de Catterfull Center y no puede evitar la necesidad de implementar una nueva historia. Entre sus años investigando jamás había escuchado de un pueblo al pie de Willburn, Willburn era solo eso, una estación, por ello le resulto fascinante ver aquellas enormes y destrozadas casas despojadas de una antiquísima gloría.

Decidido y dominante, empieza a explorar cada casa de la redoma, soledad absoluta, al menos es así hasta que entra en la iglesia central, aquello más que una oda a Dios era un castillo obscuro y terrorífico, ventanales destrozados, la puerta de madera podrida e inundada por el moho, paredes manchadas de lo que asimilaba sangre o algún desecho biológico, y en el centro de la misma, al entrar. El viajero se topa con un hombre, cano y con calvicie no provocada por su edad, sino provocada por su evidente escabiosis que no se hacía disimular, estaba de espalda, pero se podía discernir que vestía de traje, aunque sucio y harapiento he de aclarar. Se encontraba descalzo y parecía rezar a un ídolo del Dios abrahámanico, y entre sus susurros de índole desesperada el viajero pareció escuchar “aleja a los Dioses falsos de mi inocencia”

  • Disculpe…
    Interrumpió el viajero sin presentarse o pena alguna. Lenta y temblorosamente el anciano se dio la vuelta para devolverle la mirada y antes de siquiera emitir algún gesto de saludo o asombro el anciano exclamo de manera desgarbada ¡No eres aceptado en la tierra de DIOS! Y antes de que pudiese responder, el anciano se desmayó pecando la cabeza contra el suelo.

No pasó mucho hasta que el viejo despertara y aunque su mente parecía haber sido despojada de su cuerpo dejando ver los más obvios rasgos de locura, eso no impidió al viajero hacer su ya rutinaria ronda de preguntas. El anciano sucio y demacrado postrado en el suelo le devolvió la mirada al viajero y las únicas palabras que salieron de él fueron, “otra alma atrapada” El viajero no entendía, pero a pesar de las ambigüedades poco a poco la estabilidad mental del viejo fue llegando y aquello abrió cancha para que el viajero pudiera preguntar.

  • ¿Qué le ocurrió mi señor? No entiendo ¿a qué se debe el estado de este pueblo sin nombre?
    La mirada del viejo se perdió en la nada y al momento antes de responder sus ojos se volvieron aguanosos y cristalinos.

  • Este no es un pueblo sin nombre, si tiene uno, solo… Solo que ya no recuerdo…
    Afirmaba el viejo mientras lloriqueaba y se arrancaba cabellos de su muy demacrado cuero cabelludo, haciendo que las heridas que se asomaban emanaran pus en una imagen desagradable y engorrosa.

  • ¿Cuénteme qué hace usted en este pueblo fantasma? ¿qué tiempo lleva aquí?
    Pregunto el viajero que a pesar de la situación se mostraba cordial y amigable para no asustar o dañar más la salud mental de aquel viejo que parecía estar en sus últimas.
    Secándose los mocos de su nariz aguada con la manga de su camisa harapienta, y sentándose en uno de los escalones que daban con el féretro, el viejo empezó a narrar.

  • No es un pueblo fantasma, una vez este lugar fue prospero, yo como extranjero llegue aquí hace más de cincuenta años a trabajar en la fábrica de textiles, hacíamos prendas para todas partes del mundo, la industria textil era de hecho la piedra angular de la economía del pueblo, Diariamente exportábamos toneladas de prendas que llegaban a los más finos comerciantes, pero un día. Un día la industria murió, fuimos superados por una multinacional que no solo triplicaba nuestro trabajo sino también a costes el doble de baratos. El pueblo se hallaba en una ruina económica y muchos huían del mismo, el pueblo más cercano estaba a más de cien kilómetros, así que ir a pie era imposible, los pocos caballos de la comarca fueron comprados por afortunados que fueron en búsqueda de un mejor futuro, pero ese hombre ¡ESE HOMBRE! El alcalde, ese nombre no se rindió, decía que si el textil no ayudaría al pueblo, el pueblo se volvería autosuficiente. Así que todos, nadie sin excepción, cada niño, cada mujer, cada hombre, todos empezamos a cultivar, la cosecha podía ser lo que necesitábamos para volver a surgir como ciudadanos. Y así fue por un tiempo. No nos faltó comida, el ganado era sustentable gracias a la misma cosecha, y algunos negocios pequeños estaban surgiendo, el alcalde quería que el pueblo fuera algo grande, quería que la misma fama que le dio la industria textil hace solo un par de años se replicara pero como cosechadores.

  • ¿Y qué sucedió entonces? Preguntó el viajero intrigado por la pasión narrativa del viejo.

  • Las plagas atacaron, primero las langostas acabaron con las cosechas, y una rara enfermedad empezó a matar al ganado, los hospitales estaban llenos, porque lo que sea que estaba matando al ganado también estaba matando a algunos niños. Aquello era como la peste negra descrita en los relatos europeos. Ahora estábamos peor que antes, y lo único que nos quedaba era rezar, madres y padres lloraban la perdida de sus pequeños y le preguntaban a Dios bajo la campana de la iglesia ¿por qué les había hecho eso? Pero no perdían la fe, siempre rezando, pidiendo y dando lo poco que tenían para mantenerse unidos. Yo estaba allí, pude ver como la desesperación nos llegaba. Muchos no podíamos salir y no era la distancia con otros pueblos, tormentas, tifones, decir que aquello parecía un castigo bíblico sería obvio. ¿sabe usted lo que es el hambre joven? ¿sabe lo que es tener la piel tan pegada a las costillas que contemplarías comerte tus propios miembros? Afirmó tétricamente el viejo mientras me veía directo a la cara, sus ojos casi salían de su órbita por lo viejo que estaba, pero el viajero no mostró miedo, siguió escuchando la historia de aquel viejo parlanchín.

  • Los habitantes del pueblo estaban hartos, querían comer, querían salir, querían una vida normal, e iban a quemar al alcalde, su desesperación los hacía no razonar, pero el alcalde afirmó una solución. Ese maldito alcalde nos engañó a todos con su supuesta solución. Se endulzó la lengua y gritó a los cuatro vientos en esta misma iglesia, ¿Qué clase de Dios le hace esto a sus súbditos? ¿qué no es él la salvación? Las personas lo veían como un pagano que había enloquecido. Entonces el alcalde sacó de su bolsa un toquen, aquello era una pieza esculpida de bronce o algún metal amarillento con la imagen de un prohibido, Azazel, replicó, cabra negra ayúdanos a expirar nuestros pecados. Como un regalo pecaminoso al decir esas palabras la tormenta empezó a parar, el diluvio se hizo garua y los rayos decidieron callarse, Fue un espectáculo esplendido, el alcalde prometió que todos fueron a dormir, que mañana todo estaría mejor, que el hambre acabaría, Mi palabra por mi vida, afirmó sagazmente. Y efectivamente, al otro día los cultivos habían vuelto a la vida, manzanas, duraznos, sandías y todo tipo de verduras y hortalizas. Fue una sorpresa avasallante, aquello era mágico, ¿Cómo era posible que un día todos esos cultivos aparecieran de dónde solo habían cenizas y tierra? Más aún impresionante, fue cuando animales de los alrededores se hicieron presentes. Cerdos, vacas, caballos y gallinas. Y el alcalde reía y reía, decía sin cesar, ¡Yo se los dije! Toda la vida le estuvimos rezando al Dios equivocado. Le creímos, comimos y comimos y cominos, hasta que simplemente el cuerpo no dio más, pero algo andaba mal, aún teníamos hambre, los cultivos no paraban de salir y los animales no paraban de llegar, pero entonces comíamos y comíamos hasta vomitar y aún así el hambre se sentía cada vez más fuerte. En algún punto pude encontrar la compostura para detenerme, toda esa comida y aquella hambre abrumadora, sentía que mi cabeza iba a explotar. Y entonces recordé, aquella figura metálica a la que rezamos ayer, jamás había creído en lo sobrenatural hasta ese momento. El viejo empezó a delirar y a reír mientras hablaba.

  • Señor yo creo…

  • ¿No me crees verdad hombrecito? No me cree. “reía” esa noche traté de huir del pueblo, corrí y corrí y corrí, pero cada vez que lo perdía de vista y veía adelante mi próximo destino era más que el mismo pueblo. ¡Era un limbo señor! Aquello era un espacio dónde siempre llegaba al mismo sitio ¿sabe lo que es sentir eso? ¿Con aquella hambre? Hasta el espíritu más fuerte se rompería señor, y corrí y lloré y terminé encontrando un gramo de paz aquí, en la iglesia, la única iglesia del pueblo dónde solo rezo, cada día, rezo esperando que él me ayude.
    El estado mental de aquel hombre era crítico, ante mis ojos y mi estado filántropo no podía yo dejarlo allí y le dije.

  • Mi señor, debemos llevarlo lejos de aquí, no sé qué tiempo lleva solo, pero esto está degenerando su mente.

  • No se puede salir muchacho, lo intenté, ya muchas veces lo intenté. Además, hay algo que no te conté. Descubrí con el tiempo que la misma plaga que acabo con este pueblo fue la misma supuesta salvación traída por el alcalde, pero no me importó aquello, No. Lo que no le dije es qué los cultivos y los animales no fueron eternos, su gula creció más que la misma magia maldita de aquella cosa y todo lo devoraron, algunos engordaron hasta crecer como ballenas, otros estaban tan flacos que parecían esqueletos vivientes. Pero todos compartían lo mismo, estaban hambrientos, y los cultivos dejaron de salir, los animales dejaron de aparecer, empezaron a comerse a los pocos niños sobrevivientes, a los más débiles, a los enfermos también. Se comían mientras yo veía todo a lo lejos…

  • Si se pregunta porque nunca pudieron llegar a mí, es tan simple como lo que le conté antes, señor yo vivo para Dios y sirvo para Dios, y aquí estoy, esta es su casa y ellos no pueden entrar. Sé que jamás podré redimir mi blasfemia ante él, pero aún dispongo de tiempo de vida para disculparme.

  • ¡Ya basta señor! Gritó el viajero.
    El mismo agarro al viejo delicadamente por la muñeca y le dijo.

  • Hay un tren esperándome en la estación Willburn, yo puedo pagarle el pasaje y lo llevaré al próximo hospital en Chrotherfield

  • ¡No entiende hombre! Estoy bien aquí, esto es mi todo, aquí quiero quedarme. ¡Déjeme por favor! Afirmó el anciano que forcejeo para zafarse del agarre del viajero.

  • Si quiere un consejo mi joven amigo, arrodíllese y pida clemencia, y quizás, quizás así, algún día pueda salir de este pueblo

Indignado, el viajero se dispuso a ir por ayuda de alguna autoridad pertinente, si era claro, que aquel tren aún lo estaba esperando. Al abrir la pútrida y casi destrozada puerta de madera de la iglesia no pudo más que caer arrodillado al ver aquellos asquerosos y deleznables ghouls, despojos de sí mismos que yacían sonrientes esperando el momento en que el viajero diera un paso fuera de la iglesia para atacar.


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