Soy yo, no se trata de ninguna otra. Una mujer ordinaria, común y corriente, amante de la comida chatarra, que eructa simulando gran ruido, con pericia para llamar la atención, imprudente, desconocedora de normas o reglas sociales, sin vergüenza alguna.

      Soy yo, una mujer solitaria, con pensamientos masculinos de vez en cuendo, siempre directa, ejecutando acciones. Soy yo, a veces odiando y a veces queriendo aunque eso no me preocupa porque muy dentro de mí, existe mi otro yo.

      Mi otro yo si existe, y lleva el ritmo en las venas, en el alma y en el pensamiento intelectual. Mi otro yo es noble y bondadosa por eso nada le hace mal. Soy yo, la mujer soñadora, enamorada de Marck Anthoni y emocionada con los atardeceres en zonas donde el aire huele a sal.

      Soy yo, esa muchacha despreocupada, quien hace sentir incómoda a cualquiera de sus amigas porque siempre muestra su mala costumbre de chuparse los dientes. Pero no crean, de vez en cuando me embiste la cobardía aunque nadie lo sepa y todos lo duden.

      En un tarde fría y lluviosa; me senté en mi cama, despojé mis pies de los zapatos, me tumbé sobre la cama y encendí el televisor. Era Marck Anthoni, mi ídolo, se presentaba en un programa especial, no podía cerrar los ojos, aún siendo la media noche pero poco a poco y sin darme cuenta, mi vista se desvaneció, el estado del tiempo me venció.

      Cuando desperté, creo que lloraba pero no era yo, era mi otro yo. Confundida no hallaba qué hacer aunque sabía que no era yo sino mi otro yo así que me repuse rápidamente siendo valiente. Mi temor más grande es no poder dormir a mi otro yo, con ansia anhelo paz y tranquilidad pero, silenciar no serviría de mucho.

      Opté por el suicidio. Al principio la muerte de mi otro yo fue un leñazo descortés, pero enseguida pensé que ahora sí podría ser plenamente mediocre y ordinaria. Ya este pensamiento era suficiente para darme por complacida. Ya sin ningún obstáculo podía mostrarme íntegra en mi ordinariez aunque… no sé porque sentí que todos comenzaron a ignorarme, ¿no era mi auténtica YO?