¿Y si todos estamos locos?

En nuestro presente todo está confabulado para que cualquiera de nosotros, usted o yo, caigamos de pronto en la locura esquizofrénica más aberrante que se haya podido ver, porque sería una locura colectiva de difícil diagnóstico y difícil tratamiento. Intuyo que un loco de macabra conciencia le da por organizar sistemáticamente técnicas de tortura con un acabado tan sutil que pasa desapercibido para el resto del mundo.

Juana ha sido llevada paulatinamente a un grado de involución que casi no puede notar porque se ha ido acostumbrando a él. Cuando Gualberto Ibarreto escribió Maria Antonia no tenía idea de lo premonitoria que sería su canción. Volviendo a Juana, esta se levanta, revisa en internet si le ha caído un bono al banco y con sonrisa de satisfacción agarra su monedero, se lo esconde en sus partes y sale a la calle; en la parada le saca la mano a un transporte de carne de res, que ahora carga carne de gente, este se detiene y por la parte trasera del vehículo, ella sube sus entaconados pies, pero antes de que se dé cuenta ya ha sido enarbolada por dos brazos fuertes que la ubican entre los demás. Ella se sostiene de cualquiera de ellos y más adelante comienza a pegar gritos para que la perrera (que así se llama este inusual medio de transporte) se detenga y pueda bajarse. Ya Juana volvió este procedimiento parte de su rutina.

En la tarde, ya en su casa, en vista de que no se irá la electricidad, porque ya se fue en la mañana por cuatro horas, decide planchar un poco de ropa, mientras tanto le va poniendo cuidado a la telenovela; cuando ya Juan Manuel le va a dar un beso a su amada Rocío Ruperta, detiene ella el planchado y fija sus ojos en la televisión y en ese mismo momento se vuelve a ir la luz. Juana queda rígida, resopla, dice una palabrota y se resigna a las cuatro, cinco o más horas sin luz.

Decide ir a prepararse algo de tomar. Abre la nevera oscura y saca una jarra de agua que empieza a perder un poco su frescor, echa en un vaso, simula agregarle algún producto existente en su memoria, quizá algo de azúcar inexistente también, (porque en la mañana no había punto a donde fue y no pudo comprar nada) y mueve, mueve, y remueve su infortunio y en dos tragos desaparece el vital líquido. Su cocina es eléctrica así que toca esperar.

Juana asiste a unas reuniones donde le invitan a simular que todo está bien, que imagine la prosperidad y la abundancia, y que suponga que lo que no está, realmente sí está, para que le llegue pronto.

En la calle unos vecinos deciden improvisar un fogón

con leña y cada uno, en solidaria acción, colabora para inventarse una sopa. Los niños se emocionan y se agrupan para ver en qué pueden ayudar, pero alguien viene con una pelota y les invita a jugar debajo de la lluvia, que se ha presentado de repente, suspendiendo los preparativos del sancocho.

Una sola imprecación se repite al unísono cada vez que un nuevo corte de luz no anunciado ocurre; un suspiro seguido de un resoplido cuando llega, y otra nueva palabrota cuando vuelve a irse y no han transcurrido ni dos horas. Es para volverse loco grita alguno, y “palabra cierta” dice otro cuando pasa la tarjeta: “ahora todos los puntos de venta se confabularon en decirle a uno fondo insuficiente”.

Los vecinos que empezaban a afanarse con lo del sancocho, corren ahora a buscar donde almacenar agua de lluvia y otros buscan las ollas para atrapar las goteras incesantes en sus techos. Una calamidad es suplida por otra y entre las dos se ayudan. Ahora habrá agua para lavar los corotos, bajar las pocetas, y algunos aprovechan de bañarse bajo el “palo de agua”.

Qué siga la fiesta, que todo está bien y al que no le guste esto es porque está loco y al que le guste, también. Que se preparen los psiquiatras. “Nada en serio, todo en broma”. Yo también soy Juana. Esto ya se desquició.