Los materiales que nos informan sobre la diversidad de las sociedades antiguas nos proporcionan, a la vez, los primeros elementos para elaborar una historia general del espíritu humano. Se ha dicho a menudo que la humanidad prehistórica se encontraba en un “estado de infancia” y que para comprenderla había que adoptar la mentalidad de un niño. En realidad, y tal como nos enseñan las sociedades primitivas existentes hoy día en la selva africana, en los desiertos australianos o en las riberas del Amazonas, la evolución del psiquismo humano es extremadamente compleja.

A la búsqueda de los tiempos más lejanos

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En el occidente cristiano, el primer libro de la Biblia, el Génesis, ofrecía, en los pasajes de la evocación de la creación del hombre y de los comienzos de la humanidad, una invitación a reflexionar sobre los orígenes y el desarrollo de la vida a través de los siglos. Pero hasta el siglo XVI, en que comienza a producirse el desarrollo de las ciencias naturales, el hombre no comenzaría a interrogarse sobre las formas primitivas de la vida, animales, vegetales o minerales. Al final del siglo XVII aparecen las primeras investigaciones sobre las antiguas mutaciones de la naturaleza. La prehistoria hace su aparición hacia 1850, gracias a Boucher de Perthes que, al excavar unos aluviones próximos a Abbeville (Francia), pudo demostrar que los grandes mamíferos desaparecidos eran contemporáneos de los primeros signos de la industria humana. Comienza entonces una magna investigación sobre los tiempos anteriores a la historia.


El útil-herramienta, arma del hombre conquistador En esta exploración de los milenios prehistóricos fueron descubiertos, progresivamente, todos los útiles-herramientas del hombre primitivo. Gracias a ellos podemos saber hoy como aprendieron aquellos hombres a tallar la piedra, a encender el fuego, a descubrir las propiedades de las plantas, entre otros. Lo que nos cuenta la arqueología prehistórica es, ni más ni menos, el milagro de la supervivencia de nuestra especie, desarmada y desnuda, expuesta a destrucciones de todo tipo. Esta supervivencia no resulto posible más que mediante la integración del hombre en el mundo que le rodeaba. Esto revela el interés que reviste para el conocimiento de esta época antigua el mas mínimo testimonio de la vida cotidiana: huesos, piedras talladas, maderas trabajadas o quemadas, conchas…, pequeños restos de la existencia precaria de aquellos seres, cuya presencia está estrechamente ligada a las variaciones del clima. De ahí el gran interés que existe por esos “fondos de cabañas”, lugares provisionales de instalación del hombre, en los que cualquier pequeño vestigio puede aportarnos información, sobre la alimentación, los métodos de caza o pesca, o sobrecultivos de los hombres primitivos. El principal problema que se le plantea a esta rama de la Arqueología prehistórica es el de fechar con precisión los distintos hallazgos llevados a cabo en las diferentes excavaciones: en este sentido, tuvo una importancia excepcional e descubrimiento del método científico llamado “carbono 14” que permite la datación de los objetos descubiertos.

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Una revelación en cada pintura

Los hombres primitivos representaron su propia historia en imágenes

sobre las grandes paredes rocosas o en las grutas donde se protegían del frio. Durante milenios, estas paredes y estas grutas habían quedado olvidadas. El hombre abandono aquellos refugios e busca de otras rutas. Hasta el siglo XIX no se iban a redescubrir estas amplias cavernas que representaban, a modo de un inmenso museo, las costumbres y creencias de los hombres prehistóricos. Nos encontramos ante un universo hundido en la tierra que nos acerca a la mentalidad del hombre arcaico. Lo que más nos impresiona en estas representaciones no es tanto la habilidad en el trazado o en la utilización de los colores, como la significación simbólica de las imágenes. La naturaleza aparece como un gran espejo donde el hombre intenta descubrir su propio rostro. Es aquí donde nace eso que llamamos “el arte”,, es decir, la posibilidad de crear, solamente mediante la imaginación, un universo diferente, distinto a la naturaleza. A través del arte, los hombres descubrieron que eran como los dioses, creadores de un mundo

Las piedras: conciencia de lo sagrado
A través de su fuerza creador, el hombre prehistórico tomo conciencia de las energías que fecundan la vida y esta conciencia se encarnaría en las piedras, como lo testimonian la multitud de menhires, megalitos y dólmenes existentes. Estas enormes piedras suelen encontrarse en una serie de lugares que los hombres de entonces consideraban privilegiados porque las energías cósmicas circulaban por ellos con una especial intensidad y porque podían comunicarse mejor, de manera mágica, con el universo, concebido, como fuente de energías materiales y espirituales. En estos lugares privilegiados, señalados por la presencia de estas piedras gigantescas, cuyo transporte y colocación no acertamos a comprender, se manifestaba lo que nosotros podríamos considerar como el espíritu inspirador de la especie humana.