EL CAMINO HACIA MI MISMO (Parte 2) CONOCÍ A LA BESTIA.

Me desperté en medio de una escena de película; en un lugar iluminado lleno de ángeles vestidos de blanco, adornados con un estetoscopio colgado en el cuello como si fuera un crucifijo.
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Pasó mucho tiempo para que yo volviera a atestiguar una mirada tan sincera y tan pura; vacía de toda presunción y llena de una ternura, una mirada completamente ajena a todo lo que mi memoria recordaba, pero muy parecida a la sonrisa de mi madre.
“Solo tienes una ligera disminución en el tamaño de tu ojo izquierdo... sufriste un derrame cerebral intenso, pero tu cuerpo ha respondido muy bien y sigue recuperándose, Bienvenido de regreso...” y así; con esa sonrisa que pasmó en mis ojos, el doctor se despidió a revisar a los demás cadaveres sobrevivientes en aquel mitad cielo y mitad infierno en donde “nunca es de noche”, como lo describe Isabel Allende en su novela “Paula”
Cuando traté de recordar que había pasado, mi memoria omitía el espacio de aproximadamente once mil segundos (supuestamente había estado inconsciente por más de tres horas), y llegaba al momento en el que se quedó mi mano extendida despidiéndome de uno de mis clientes favoritos. Nunca supe si aquel varón estrechó mi mano.

No voy a incitar su sentimiento de compasión y pena, solo les diré que estuve en observación por varios días; que me llenaron el cuerpo de todo lo que creyeron necesario, que me mantuvieron alejado del mundo lleno de estrés del cual fui preso durante muchos años, y le permitieron a mi espíritu hacer las paces con mi cuerpo .
El día que tuve que abandonar el hospital, el doctor me despidió de aquel cuarto ajeno; estrecho mi mano y me extendió una cajita color gris llena de medicamentos y una lista de instrucciones a la misma vez que me ofreció un bolígrafo para firmar un papel pegado a un pedazo de madera y así salir otra vez al mundo de las prisas, las preocupación, de falsos retos y lleno de facturas que pagar. Me sentí como el guerrero que sale a pelear contra la bestia apocalíptica adornada de todos los afanes y placeres de los cuales hablé en la primera parte de de esta traviesa historia.
“Te doy esto porque es por ley que debo dártelo pero no lo consumas, eres aún muy joven para hacerte dependiente de esto... sigue adelante; cambia tu vida y disfruta del estar vivo. Todos nacimos con el derecho divino de estar bien.”. Así, Dr. Clark se convirtió en el Superman de esa escena de película en la que desperté entre ángeles de blanco con estetoscopio colgando en lugar de un crucifijo, y en donde todos los vecinos son sobrevivientes.

Adentro, se quedó una dimensión llena de barro. Y aún con la forma desigual de mi mirar, sentí mis alas renacer de nuevo y regresó la fortaleza a mi pisado.
La bestia del Apocalipsis se volvió indefensa y todo el control de mi vida llenó el único camino que exsistía; era el camino hacia mi mismo ya sin desviaciones, en donde el espíritu toma control de su asignado templo y lo ofrece en sacrificio a su creador.

Regresare con la PARTE 3 más adelante, espero y les haya sido entretenida ésta, mi traviesa historia