El despeñadero

in #entropia5 years ago


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El despeñadero

Después de una semana de pesca en el hermano país de Chile, junto a mis amigos decidimos que ya era hora de volver; aún no convencidos totalmente de dejar esos bellos parajes nos pusimos de acuerdo en pasar por el Yelcho, un gran lago que está de paso hacia la frontera para solo admirarlo como turistas y no como pescadores.

El camino después del lago Espolón impresiona, siempre se tiene la sensación de que la montaña es una permanente amenaza de derrumbe en casi toda la ruta que bordea el faldeo, La vegetación es deslumbrante, parece sacada de una película del estilo parque Jurásico, helechos gigantes, plantas de hojas muy grandes y árboles de gran altura y exuberante follaje.

La ruta cruza varias veces el colosal río Futaleufú que tenemos la dicha de compartir entre ambos países, en uno de esos cruces, justo antes de llegar a Puerto Ramírez, sus márgenes se ensanchan debido a la proximidad del lago; unos pocos kilómetros antes de llegar al pueblo hay un “lodge” de pesca muy pulcro y en apariencias caro, pero no pudimos con nuestro genio y entramos a curiosear, nos aproximamos a un señor que resultó ser el propietario del establecimiento y luego de las presentaciones de rigor comenzamos a charlar.

Mientras departíamos amablemente no pude dejar de observar una enorme piedra o mejor dicho una formación rocosa, un despeñadero muy alto al que le calculé unos 100 metros por otros tantos de largo, una especie de pared anterior al cerro que se formaba por detrás. Pue observar al menos un par de cóndores sobrevolándola, pedí permiso para tomar fotografías de la formación rocosa y también de las imponentes aves y me fue otorgado.

Mientras mi dedo disparaba y mi cámara tomaba las fotos de toda la gran masa de rocas y por supuesto los cóndores, trataba de acercarme lo más posible para hacer capturas más nítidas, en un momento escuché una especie de gemidos lastimeros y profundos cuya dirección era, sin lugar a dudas, el despeñadero. Me asusté un poco, los sonidos parecían de almas en pena que lloraban sus desgracias desde ultratumba.

Continué con mi tarea de fotógrafo pero prestando más atención a los alrededores, de pronto otra vez, un sonido prolongado y quejumbroso que hacía temblar, tan impresionado estaba con los quejidos que retrocedí unos metros completamente confundido. Al caminar esos metros hacia atrás comprendí que los sonidos cesaban, volví a acercarme a la formación y otra vez los quejidos, me retiraba y los sonidos cambiaban a algo más normal, solo ruidos ambientales y la voz de mis compañeros que continuaban de gran charla con el propietario.

Hice la prueba de avanzar y retroceder un par de veces más y me convencí del comportamiento sonoro del lugar, ya un poco más tranquilo me pareció reconocer que el quejido no era otra cosa que los sonidos que hacen los toros cuando andan en búsqueda de pareja y reclaman un territorio o están a punto de pelear.

Volví junto a mis amigos y le pregunté al dueño del lodge sobre esa particularidad del despeñadero, nos explicó (aunque mis compañeros no tenían idea del motivo) que al igual que los antiguos anfiteatros que construían los romanos y griegos la gran pared de piedras amplifica los sonidos, “en ocasiones, cuando alguien se está acercando a mi propiedad me doy cuenta por el ladrido de los perros a gran distancia, la montaña amplifica los sonidos y los proyecta sobre toda esta zona”.

Antes de retirarnos le expliqué a mis acompañantes el sentido de la conversación y los llevé a conocer la gran pared, claro que ellos no se asustaron tanto como yo.


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La fotografía es de mi propiedad.
Héctor Gugliermo

@hosgug

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