Una liebre y la perplejidad (Microficción)

Joven liebre - Acuarela de Albrecht Dürer (1502) - Imagen del Dominio Público (Wikimedia Commons)

Hasta ahora había estado quieta y medio dormida, pero ahora y de repente quiso volver al bosque.

La recibiste muy temprano durante tu infancia. Te la regaló tu madre, cuando te dio tu primera reprimenda. ¿Qué había sido de los besos y las canciones? Alguna vez te quitó el adorno caro y de cristal y te dio una baratija más brillante y divertida. Otro día solo sonrió y te apartó del desorden que habías hecho con su maquillaje y todas sus prendas y los vestidos de noche que colgaban en la parte alta y oculta del closet no lo suficientemente fuera de tu alcance. Pero ese día que no recuerdas bien seguramente no hubo un abrazo siquiera; en cambio, te la entregó a ella; no era un conejo blanco y fino, bien vestido, con un reloj de bolsillo y mucha prisa. Era una liebre salvaje, hermosa y de garras larguísimas, encerrada y a mitad de abrir los ojos luego de un largo sueño, aletargada y un poco inerte.

Ha debido ser un día extraño, uno de esos en que no sabes qué sentir. La pequeña bestia en la jaula te inspiraba eso, ese arresto se medio dormía y se medio despertaba en tu interior sin saber muy bien qué hacer. Seguramente te lo preguntaste; por qué no escapaba. Más de una vez quiso salir, pero se contenía incluso. Y esto fue así por muchos años mientras fuiste joven, incluso cuando la puerta estuvo casi siempre abierta.

Hoy te ha rasguñado el pecho y se ha escapado, internándose en la maleza. Huyó veloz y no volteó a verte. Se fue al fin, apenas despertó, así sin aviso y sin más. Y tú la observas perpleja, aún sin saber qué decir luego de tantos años.