La Carnicería - (Relato de humor)

in #humor6 years ago (edited)

En estos momentos de escasez los más afectados son los menos pudientes, los que no tienen otra cosa que vender que su fuerza física. El clima económico es tan tóxico que van muriendo los pequeños abastos de chinos, las bodegas y pequeños expendios que abundaban en las barriadas populares.


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No sólo está todo más caro sino que cada vez hay menos oferta, menos sitios abiertos, menos efectivo y hasta las transacciones electrónicas se han vuelto un vía crucis.

Pero por otro lado en las zonas más pudientes de las ciudades surgen ciertas “boutiques” de nuevo cuño que venden verduras, frutas y víveres que en otros lados son difíciles o imposibles de conseguir. Mucha de las cosas son importadas. Los precios son exorbitantes, pero como el producto más caro es el que no se consigue, mucha gente que tiene los medios termina adquiriéndolos. Incluso gente de un nivel económico más bajo que el target de estos abastos de lujo, bodegones etc., con grandes sacrificios, termina yendo allí para pagar a precio de oro productos que simplemente son imposibles de conseguir en otro lado o que son vendidos en efectivo —un bien cada vez más escaso—.

Braulio es un obrero que vive en una zona de clase baja pero trabaja en una de clase alta. Es un obrero calificado que conoce su oficio. Cerca de la obra donde trabaja, hay una carnicería de lujo, de éstas que están surgiendo como una oportunidad de negocio para expender a quien pueda pagar lo que es imposible de conseguir. En esta zona de la ciudad las calles son más anchas y frente a los negocios hay un espacio para estacionar, a diferencia de el centro, donde los carros se montan en la acera u ocupan todo un canal de las estrechas calles a modo de estacionamiento.

La esposa de Braulio hacía milagros para alimentar a su pequeña familia con el raquítico sueldo de su marido, pero sin embargo guardaban esa dignidad que es tan necesaria para no caer en el abatimiento. Braulio siempre andaba presentable. Con la ropa sucia pero bien planchada y el filo bien sacado en el pantalón grasiento.

La suegra de Braulio estaba de visita y, bajo la presión agobiante de su consorte, Braulio se vio compelido a tratar de agasajar, al menos una vez, a su suegra con algo que no fuese arepa pilada con sardina.

La última vez que Braulio había visto un bistec fue en una revista. Y la revista ni siquiera era suya.

Quiso el bondadoso sino que Braulio descubriera hacía una semana una red social nueva llamada Steemit, que le permitía ganar dinero escribiendo algunas cositas. Braulio había publicado algunas anécdotas de su infancia y había recibido algunas pequeñísimas recompensas. En la zona donde trabaja Braulio, al ser una zona “chic” donde habitan hipsters con lentes de pasta, había negocios que se jactaban de aceptar criptomonedas como forma de pago.

Una de esas tardes en que todo parece posible, estaba Braulio recién cobrado y decretó que se aventuraría a entrar en la carnicería de lujo que por allí habían abierto los sacrificados inversionistas. La carnicería se llama “La Boucherie”. La fachada de la carnicería parecía, en efecto, una boutique parisina.


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Entra Juan Albañil... perdón, Braulio, a la lujosa carnicería.

Lo primero de lo que se percata es que está climatizada. Un aire acondicionado brinda un frescor agradable en contraste con el pringoso calor de la calle. Luego advierte que en ese sitio había de todo. Enormes neveras abarrotadas de todo tipo de embutidos provenientes de los más bucólicos valles de Italia. Todo tipo de carnes pre-empacadas con una pegatina con un código de barras. Grandes muslos de pavos para acción de gracias. Incluso había un rótulo que ponía “Pavo de Acción de Gracias”, como si estuviéramos en los Estados Unidos. En esa parte de la ciudad la gente celebra el día de acción de gracias y Halloween. En una pared había un cuadro donde se veían los cortes de carne, con nombres gringos como “sirloin”.

Pero algo inquietó, turbó y desasosegó a Braulio. No se mostraban los precios de los productos en parte alguna del local. Hay sitios donde si tienes que preguntar el precio es que no lo puedes pagar. Tal vez ese era uno de esos sitios. Pero más probable es que en una economía tan destruida, producto de un experimento malogrado y fallido, los precios cambian con cada hora que pasa y no tiene sentido estar actualizando rótulos a cada rato, por lo cual se hace menester preguntar el precio de las cosas que se desean comprar.

A pesar de tan terrible elemento disuasorio, que hubiese hecho huir a cualquier persona de la procedencia de Braulio, estaba presente, empero, el más poderoso de los justificativos. Justificativo éste capaz de dar por bueno cualquier intento y de autorizar cualquier acometimiento. Ese justificativo es la poderosísima frase “ya estamos aquí”. Una vez que “ya estamos aquí” no hay recular. No importa que esté uno en la base del Everest en guardacamisas y sin un sherpa que te guíe a la cima, y mucho menos máscara de oxígeno. El “ya estamos aquí” significa que debemos acometer la empresa por desatinada que parezca porque “chivo que se devuelve se esnuca”.


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En resolución, la máxima “ya estamos aquí” y su corolario “chivo que se devuelve se esnuca” fueron suficientes para que Braulio se levantara de su humilde origen, y con el aliciente de haber ganado algo en Steemit y de que en la lujosa carnicería aceptaran todo tipo de "cryptos", se armó Braulió de valor para elevarse a sí mismo hasta donde fuese necesario para llevar a su casa algo de proteína animal para que su suegra la engullere sin agradecer.

Bueno. Total que pensó Braulio “ya estamos aquí”. Aleac jacta est.

Los carniceros no parecían tales. Ataviados de inmaculadas y asépticas batas blancas de Ermenegildo Zegna, parecían cirujanos, que no matarifes. Tenían más aspecto de un supervisor de una planta de motores Ferrari que de despachadores de una carnicería. Algunos inclusive usaban lentes. Imagínense. Carniceros con lentes. Incluso, los que trabajaban con la sierra cortadora usaban una especie de cota de malla en el brazo como los caballeros medievales y un delantal de cuero fino.

—¿Cuánto cuesta el lomito? —preguntó Braulio, alzándose más allá de sus posibilidades—.
—4 SBD —contestó el carnicero con apariencia de relojero suizo—.

Braulio, tímidamente, revisa en su telefonito Orinoquia y ve que en su cartera de Steemit no tiene suficientes fondos para cubrir el precio de un kilo de lomito, por lo que decide bajar la apuesta y desencumbrarse un poco de su alta nube:

—¿Y el kilo de “punta” cuánto cuesta? —inquirió, bajando así un peldaño—
.
—3,6 SBD mi Señor —contestó amablemente el hombre de la bata, blanca como la nieve recién caída—.

“Esto pinta mal”, pensó Braulio, ya que en su cartera no tenía los 3,6 SBD que costaba este corte de carne. Pero ya estamos aquí —se dio ánimos—, y decidió apearse otro escaloncito en sus exigencias gastronómicas, preguntándose en todo momento si su suegra lo valía.

—¿El “muchacho” a cómo se cotiza? —tanteó nuevamente su suerte y su poder adquisitivo—
—El muchacho le sale en 2,450 SBD el kilogramo métrico.

Ya braulio sentía ruborizarse del bochorno por haberse metido, sin que nadie le invitase, en camisa de once varas.

—Digame Señor —se dirigió nuevamente al carnicero, que usaba lentes de montura Okley originales—, ¿qué precio tiene la “chocozuela”? —apuntando a un corte algo más económico—.
—2,400 SBD —le espetó el carnicero—.

¡Dios santo y los tres clavos de cristo! Pensó Braulio, quien ya sudaba frío.

—Hermano, y el “lagarto sin hueso” ¿qué me costaría?
—2,34 SBD Señor —contestó el carnicero, cuya bata no mostraba rastros de hemoglobina vacuna—.

“Mi madre santa” —pensó Braulio, ya dispuesto a salir volando por la puerta con el rabo entre las piernas—, pero decidió bajar aún más sus aspiraciones gastronómicas, que ya a estas alturas no eran gastronómicas sino simplemente gástricas:

—¿La “falda”?
—Dos SBD, Señor.

Braulio, por no dejar, revisó su billetera confirmando lo que no era necesario confirmar: no tenía dos SBDs completos para comprar falda tampoco.

Braulio decidió tirarse bien bajo para terminar con el suplicio de una vez y llevar alguna proteína a su casa.

—Bueno, está bien, me llevo un kilo de hueso rojo.
—Le cuesta 1,5 SBD, Señor, ¿lo lleva?
—No, espere un momento...

Braulio tenía ya ganas de llorar. En su cartera lo que tenía eran míseros 0,250. “Si esta fulana carnicería tuviese los precios publicados no estuviera yo siendo humillado de esta manera” —pensó—.

De repente tiró la vista para una de las neveras y observó una pequeña montaña de patas de pollo. No hablo yo aquí de muslos de pollo, sino de las meras patas. Las garras, pues. Al parecer los ricos las compran para alimentar a sus mastines, o a lo mejor para hacerle caldos a cierto tipo de convalecientes, pues, según ancestrales saberes, el caldo de patas de pollo y las patas en sí mismas, con sus ligamentos, piel, tendones, escamas, uñas y huesos (que carne no tienen) son buenísimas para muchas afecciones de los tejidos blandos, de los tejidos duros y de los tejidos semiduros y semiblandos. Sin embargo en el artículo de Wikipedia donde esto acota, hay una nota que dice "Cita requerida", queriendo significar con ello que quien tal escribió no citó fuente alguna que lo acreditase.

Bueno. Total que ya estamos aquí. Y allí están las patas de gallina. Las patas de gallina, descontextualizadas, conllevan a que uno pondere ciertas materias epistemológicas en términos holísticos.

Decía entonces que allí estaban las patas.

—¿Cuánto sería la inversión mínima requerida para adquirir un kilogramo de patas de pollo, mi estimado? —inquirió Braulio por última vez, incapaz de rebajar más sus ambiciones culinarias—.

Adiós churrascos, adiós chistorras, adiós quesos maduraros y por madurar. Adiós el bistec simple. Las garras de las gallinas, con las que escarban en la tierra, era su última apuesta y a las patas apostó el último resquicio de orgullo que le quedaba en el esmirriado cuerpo. “Espero que alcance con los 0,5 SBD...”

—El kilo de pata de pollo tiene un importe de 0,260 SBD, mi Señor, ¿va a llevar un kilo?


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El alma de Braulio dio un salto de alegría, no sólo podía costear las patas sino que, además, le sobraba para hacer algún “trading” en Ethereum más tarde esa misma noche, para incrementar su peculio.

Braulio, con nuevos ímpetus, con resolución, con orgullo, con optimismo, con una nuevamente adquirida seguridad en sí mismo y en su poder adquisitivo, dijo, con voz de cliente asiduo que gasta mucho dinero:

—Sí. Ponme un kilo de patas de pollo.

Y luego, con tono de autoridad, con la autoridad que le da ser cliente y estar gastando, le dice:

—Pero eso sí, ¡que estén bien buenas!

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Texto original de Sansón Carrasco

Disculpen los venezolanismos a la hora de nombrar cortes de carne. Si alguien se ofrece a traducir los cortes a los nombres usados en sus respectivos países podemos ponernos de acuerdo. Ya estamos aquí.

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Hmmmm I love meats so much, I like them grilled and roasted with hot onion sauce

Amigo esto tiene pinta que le paso a usted @sansoncarrasco... te invito a participar " Las canciones de tu infancia" es un reto aunque se cree que no se gana, se gana mucho, pasa por este usuario @lilianajimenez, has tu cuento historia relato sube foto o el vídeo de esa canción o solo da una vuelta por esos caminos.

A todos nos ha pasado. Bien sea en una carnicería de lujo, en una tienda, en un restaurant. Todos hemos sido el Braulio que se humilla a sí mismo entrando a preguntar precios que no aparecen a simple vista y que de entrada, ya sabe que no puede costear.

Así es, todos somos Braulio.

Gracias por apreciar, @lisfabian y gracias por la invitación, muy interesante el reto.

El "ya estamos aquí" nos saca de dudas en todo momento, pero bajar de lomito a patas de pollo es una caída estrepitosa... y pensar que esa es nuestra vida. Lo más irónico es que el protagonista de este relato, Juan, perdón, Braulio, es un obrero, pero sabemos que hay profesionales que estan en las mismas condiciones.
Te dejo un abrazo por aquí...

jejejeje tengo la impresión de que te hice al menos sonreír con una realidad tan dura, vista con humor y tragicomedia. Si, efectivamente, @inspiración, todos somos Braulio.

Claro que sí! acuerdate que como buena venezolana solo puedo reírme con cada detalle y cómo lo narras... el pobre Braulio... por eso es que yo ni me asomo por esas tiendas de lujo jajajaja

¿Seguro que no le paso a un conocido ?, ja ja ja, Buena historia dolorosamente cierta, apenas para patas de pollo le alcanza el sueldo.

Así es @sacra97, es la realidad de muchas personas. Gracias por comenta.

Tu post refleja realidad palpable, pero creo puedes mejorar siendo más breve, usando imagenes propias y ademas el tag de curaciones no viene al caso. Aun cuando sea mañana tu post no entraria en la evaluación del curador. desde (La colmena) te animo a seguir mejorando . un fuerte abrazo.

Gracias por la observación.

Permítame aclararle, estimado @pastorbastida:

  • No tengo cámara.
  • Las fotos están citadas en su fuente.
  • La historia es ficticia, no estuve allí para tomar foto de los involucrados. Braulio es un personaje inventado.
  • Usted tiene razón en cuanto a lo que dice de la etiqueta.
  • Me gusta escribir cuentos largos y lamento que no sean de su agrado.
  • Me conformo conque "el curador" cure a la gente cuyo contenido me gusta leer, para que sigan escribiendo y así yo gano como lector.

Un fuerte abrazo.

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