El retorno (personajes) Por G. J. Villegas

El sonido del tren sobre los rieles era como una canción de cuna esa mañana. Sentado del lado de la ventana podía ver todo el panorama mientras avanzaba hacia la ciudad. Todo un escenario de árboles y colinas escarpadas que dibujaban una tranquilidad envidiable.

El encargado le tocó el hombro para pedirle su boleto. Recuerda la sonrisa en el rostro de aquel hombre, feliz de haber estado tan cerca del reconocido doctor. Le perforó su ticket y se notaba que deseaba hacerle una pregunta. EL doctor lo miró con amabilidad, anticipando lo que le diría.

—¿Está todo bien?

—Desde luego, no hay problema doctor —respondió el encargado y añadió—: ¿Usted está bien? ¿Está cómodo?

—Si, lo estoy, muchas gracias.

Una mujer lo miraba desde el fondo del vagón en el que estaba. A su lado una pequeña niña con sum muñeca en las piernas, miraba hacia la ventana a los árboles que pasaban a toda prisa. Un par de puestos más adelante, un caballero de sombrero y anteojos leía un diario local, completamente absorto y ajeno a todo ruido a su alrededor.

Eran los únicos pasajeros de ese vagón. Percibía una tranquilidad que sabía seria pasajera, pues le esperaba una vida ajetreada, la misma de la que huyó un mes atrás cuando se fue de vacaciones. De no haber sido por la enfermedad de su madre, sus vacaciones se hubieran convertido en un retiro de medio año.

Se inclinó para buscar algo en su maletín, cuando un sonido estruendoso interrumpió la quietud del viaje. El chirrido del metal de las ruedas del tren ocurrió primero, luego las luces parpadearon varias veces, y finalmente el vagón se levantó unos dos metros en el aire.

Todo pasó muy rápido, en unos instantes perdió el conocimiento, y cuando volvió en sí, estaba recostado sobre el techo del vagón, con una muñeca ensangrentada sobre su pecho.

El encargado le gritaba desde afuera, a través del vidrio roto de una ventana:

—¡Doctor! ¿Se encuentra bien?