Cualquier mago moderno, incluido el Mago Pop, que actualmente está de moda en Madrid o aquél otro que se llamaba como uno de los personajes del Maestro Dickens, David Copperfield e hizo desaparecer un avión Jumbo-747 ante la mirada atónita de millones de espectadores, quedaría seguramente en ridículo frente a los milagros que la Leyenda Dorada del Cristianismo le atribuye al Evangelista Juan.

Vencedor involuntario de María Magdalena como el discípulo amado de Jesús, en base a la misoginia recalcitrante, machista y apostólica característica de una sociedad eminentemente patriarcal, fue, sin embargo, un testigo privilegiado de aquéllos oscuros acontecimientos –la vida, pasión y muerte de Jesucristo- los cuales, sin ser plenamente consciente, habrían de transformar el mundo, haciendo que una religión, la cristiana, ejecutara, con calculada maestría, las principales cosmogonías del Mundo Antiguo hasta alcanzar el status de Poder que continúa manteniendo a día de hoy.

Especial y mucho debía de ser, no cabe duda, pues un solo vistazo a su Libro de la Revelación o Apocalipsis, deja en simples fábulas de niños copiones los textos canónicos de los otros tres Evangelistas, pues nos hallamos frente a un texto críptico, hermético y hasta posiblemente alquímico digno de estudios más profundos y no en vano precedente de los desdoblamientos visionarios -¿ese teosofista ‘velo rasgado de Isis’, que permite un atisbo más complejo de lo que Jung llamó el inconsciente colectivo?- que caracterizarían la vida y obra de grandes místicos y místicas medievales, como puede ser el caso de Hildegarda de Binden.

Desterrado a la isla de Patmos por el emperador Domiciano –me pregunto, por qué el Bosco no lo representó a él, sino al otro Juan, el Bautista, placenteramente ensoñado frente a unas plantas que parecen adormideras- su formidable leyenda se acrecentó, hasta el punto de que, comparativamente hablando, se podría decir que ella, que fue como el nacimiento de una flor, que según un conocido proverbio Zen, anuncia que es primavera en todo el mundo.

Juan, no sólo era capaz de resucitar a los muertos, sino que también, si hemos de creer a San Isidoro –ya saben, el de Sevilla, en cuyo honor y como albergue de sus restos, se construyó la extraordinaria Colegiata leonesa que lleva su nombre, cuyas pinturas están consideradas como una auténtica Capilla Sixtina del arte románico español- sino que además –y he aquí un dato interesante- era capaz de convertir guijarros en oro y beber cualquier tipo de veneno sin inmutarse.

Generalmente representado al pie de la Cruz, como ánimus consolador de aquélla otra ánima pasionaria, que es la figura de María, la Madre desgarrada, merece la pena, no obstante, echar un vistazo a aquellas otras representaciones en solitario, donde generalmente se le muestra con una copa o grial en la mano -¿la famosa copa de la Última Cena?- de la que sale una pequeña serpiente o un pequeño dragón, donde los ortodoxos quieren ver una clara referencia a la copa de veneno que le había ofrecido Aristodemo, pontífice del templo de Diana.

Pero hay un detalle muy relevante, con la figura del dragón o la serpiente, a la que los alquimistas asociaban con el mercurio y donde hay que fijarse, además, en una serie de interesantes detalles, como los elementos fijos y los elementos volátiles, referidas a la serpiente y a las alas del dragón, respectivamente y los colores –generalmente rojo, verde y dorado- que irían reflejando, progresivamente, el estado del referido elemento dentro de la Gran Obra.

En definitiva y como diría Hamlet: ‘Hay más cosas en el mundo, Horacio, de las que podemos ver a simple vista’.

AVISO: Tanto el texto, como las fotografías que lo acompañan, son de mi exclusiva propiedad intelectual.

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[Martial, latin poet]

Ars vtinam more Animvm qve effingere. Posses pulchrior in ter. Ris nvlla tabella foret.

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