Elena aquella mañana había amanecido con un susto en su pecho. Mientras tomaba su café se preguntaba si serían nervios por unas ventas que tendría el fin de semana. Sacudió la cabeza y se dispuso a tomar otro sorbo de café obligándose a pensar en otra cosa.

Eran las 12:30 PM y ya tenía casi dispuesta toda la mesa para almorzar. Martha, su otra hija, ya se había lavado las manos y esperaba ansiosa poder comer el delicioso plato humeante que tenía ante sus ojos. “Este muchacho cada vez está llegando más tarde” Rumiaba Elena mientras iba de la cocina al comedor y llevaba las bebidas a la mesa. Miró la hora nuevamente, 1:00 PM.

Elena dejó a su hija almorzando y se dirigió al colegio. “Este muchacho me va a escuchar” Se repetía mientras aceleraba sus pasos. Al llegar avistó a un pequeño de espaldas en la cancha. Era Gustavo, el mejor amigo de su hijo. Gustavito, hijo, a ver, ¿Y Gabo donde está que lo estamos esperando para comer? El pequeño se giró extrañado y sudoroso por el ejercicio físico. ¡No señora Elena, pero Gabo no vino hoy! Respondió mientras se secaba el sudor de la frente con el dorso de su mano. Y eso que hoy teníamos la prueba de matemáticas.

A Elena se le heló el corazón. Ya no lo escuchaba. Se volteó y se dirigió al plantel lentamente, luego apresuró sus pasos hasta llegar casi corriendo a la oficina de dirección mientras gritaba: “¡Gabo!” “¡Gabo Suarez!” El vigilante del colegio la detuvo para pedirle que se calmara. Busco a Gabo. Gabo Ernesto Suarez Montilla, mi hijo, estudia 5to grado, salió para acá y aún no llega a casa. ¡¡¡Dicen que no vino, pero sí vino!!! Decía Elena con lágrimas en los ojos. El vigilante le buscó un vaso con agua y la hizo sentarse mientras buscaba a la directora. Elena tomaba su primer sorbo de agua cuando vio acercarse a la directora, a la maestra de 5to grado y al vigilante. La expresión en sus rostros le confirmó lo que temía, algo malo estaba pasando.

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Gabo no entendía qué pasaba. Tenía hambre, y miedo. Un hombre de voz ronca le quitó la soga de las manos y le preguntó. ¿Tienes hambre? Él sólo negó con la cabeza. Había otros niños con él, el pañuelo en su rostro no le permitía ver bien, pero sabía que eran varios. Unos enmudecidos, otros sollozando. Los hombres reían, fumaban y tomaban algo que olía a licor. De pronto sonó un timbre y todos se levantaron, acomodaron a los niños en un sofá. Corrían nerviosos, chocaban entre sí, acomodaban sillones, buscaban cosas. Gabo presentía que alguien con más poder había llegado. Y así era, Marco, el jefe, estaba haciendo acto de presencia.

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Habían transcurrido 8 amargos días desde que Elena vio a su pequeño por última vez. Cada minuto sufría la tortura de la incertidumbre. Lo había buscado por todo el pueblo sin tener siquiera una pista sobre el paradero de su hijo. Esa tarde, su hermana, que se había venido de la capital a acompañarla en esos momentos se le acercó: ”Elena, recibí un correo de Milkbox ¿Te acuerdas?

¿Milkbox? Elena que estaba sentada con una taza de café en sus manos y miraba hacia el infinito, le respondió. Sí, Milkbox, el proyecto que te comenté que busca personas por Internet y pagan las recompensas de las búsquedas con criptomonedas. Ella se giró suavemente. No recordaba esa conversación ni sabía esas cosas de Internet, mucho menos conocía de criptomonedas. Ella solo quería tener nuevamente a su hijo entre sus brazos.

Sí, Milbox. Hoy me han escrito, no he querido leer el correo hasta hacerlo juntas, prosiguió dirigiéndola suavemente hasta sentarla en frente de su laptop, tomó su mano y con un brillo en los ojos le dijo: Todo va a estar bien mientras abría el correo recibido.

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