Ejercicio personal de introspección

Las canciones, los recuerdos, los momentos, las confesiones, la gente que te daña, la gente que te da la espalda, la gente que amé y la gente que te amó. Esos instantes breves de resignación, o quizás más duraderos de lo normal. Hoy en día me cuestiono mucho sobre la dignidad. En un mundo descentralizado nada es más distinto que en uno centralizado. Somos la misma gente recorriendo universos, y por ser la misma gente, somos los mismos pensamientos y el reflejo de la sociedad rota en cada paso que damos. Cuando hablo de dignidad, hablo de aquellas cosas que hice para desatarme cuerdas del cuello y para buscar mi paz mental. Recuerdo aquellos meses de desvelo inapropiado donde solo velaba por lo que quería la gente, sólo por un asunto de ego, de importancia, de presencia ante el mundo. Quería ser pilar perfecto, pero tengo demasiadas imperfecciones para pretender que puedo ser diferente. Lo que si puedo afirmar es que no soy mala persona.

A veces la vida me pone en situaciones confusas, donde tengo que elegir estar en un sitio o seguir demacrandome la cara por la ansiedad. No puedo afirmar que mi vida ha sido fácil; ha sido demasiado difícil en ciertas ocasiones. Cuando eres humano estás propenso a sufrir señalamientos, abusos, violaciones, culpa, manipulación, oscuridad y soledad, dejadez, desesperanza e insomnio.

Me encuentro rodeada de tanta paz en ocasiones, que a veces olvido que la ansiedad es un estado más sincero que mi propio bienestar. Que está ahí, recordándome sobre las deudas, sobre el disco, sobre mis sueños, sobre las personas que nunca pude ayudar, sobre el pasado, sobre el presente y sobre el futuro borroso. Que me habla en susurros por las madrugadas haciendo énfasis en toda las cosas que no pude hacer por falta de organización, de disposición, de tiempo o de ánimos. Digo borroso porque uno nunca sabe cuánto puede planear en un universo tan cambiable.

Siento que ya no tengo la capacidad de ser aquel sostén de algunas cosas o situaciones con las que antes podía. La responsabilidad me cansó en muchas ocasiones, y aunque puedo afirmar que poseo muchas facilidades, por otro lado me inyecto las dificultades como heroina en las venas. No siempre soy brillante, no siempre soy positiva, no siempre doy el espacio a la gente, no siempre estoy comprendiendo. De hecho, nunca comprendo, sólo acepto. Estoy harta de aceptar. ¿Cuando se supone que las cosas cambiarían? Entendí de forma intrínseca que cuando haces las cosas bien con la dignidad bien alto te va mejor, pero reconozco que en ese contexto la diferencia no ha sido garrafal. A veces son muchos los días donde debo respirar hondo por una tarjeta que nunca pasó, por mi terrible falta de organización, por mis noches de insomnio, por mis llantos constantes causados por mi exceso de sensibilidad hacia el cúmulo de cosas que nunca hablo lo suficiente.

Ahorita estoy un poco frágil, pensativa, sensible a flor de piel, enamoradiza, vacía y solitaria. Me pregunto si esto es un estanque, una decisión propia o el ritmo natural de las energías del universo; que todos estamos iguales, que tenemos una fibra de todos nosotros conectadas entre nosotros para entender y empatizar con el proceso del no saber qué hacer.

Cuando empecé a escribir quería decir demasiado; siento que ni siquiera esto es suficiente. Quería hablar de mi dignidad al haber dejado un ambiente de trabajo que más que beneficios, me trajo problemas y rencor. Quería hablar que, aunque todo estuviera saliendo bien a veces quiero desertar y silenciar mi mente por unos minutos. Para sentir, para tocar, para oler, para brillar, para saber que puedo, para decirme mil veces que puedo y que esto es un proceso que me ayudara a ejercer mejor consciencia. Que esto es una enseñanza de la vida misma para volverme más capaz y con más fuerza.