Cuando tenía yo 14 años asistía a una iglesia evangélica. El pastor de esa iglesia era el hermano Pedro Pérez, un hombre de recio carácter, de sólidos principios morales y diversiones sanas.

El hermano Pedro ha sido, sin duda alguna, un modelo importante en mi formación. Con frecuencia, el adolescente escoge modelos y desecha modelos y va eligiendo, consciente o inconscientemente, a quién quiere parecerse y a quién no.

Los cultos eran en las noches, pero en el día yo visitaba la iglesia, donde también estaba la casa del pastor y su familia. Siempre conversábamos, mientras yo lo ayudaba en los trabajos de la iglesia y de la casa.

A veces entrábamos en álgidas discusiones sobre interpretaciones bíblicas y otros temas emergentes. Estoy seguro de que en más de una ocasión lo saqué de su seguridad y lo puse a pensar. Pero, por lo general, era él quien traía luz y entendimiento a nuestras discusiones.

Una vez me dijo:

"La vida es como un rollo de alambre de púas que el hombre recibe, y debe desenredarlo usando sólo sus dedos. Debe armarse de paciencia y hacerlo con sumo cuidado, porque si se apura mucho se va a romper la manos".

Para mí, él era como un anciano sabio que siempre tenía a la mano una respuesta certera y esclarecedora. A veces, él derribaba con demasiada facilidad mis argumentos, cuando yo pensaba que éstos eran muy fuertes. Recuerdo una vez que yo criticaba a un predicador por una barbaridad que dijo desde el púlpito. Aquel predicador decía que un halcón puede ver a un ratón a una distancia de cien mil kilómetros.

—¿cien mil kilómetros?...—discutía yo con el hermano Pedro—¡Nadie puede ver nada a esa distancia!

Impasible, contestó el hermano Pedro:

—¿está seguro? ¿a qué distancia cree usted que están las estrellas?

Créditos del texto: Amaponian Visitor (@amaponian)
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