Adormitados en la costumbre y la adaptación, entre una agresiva crisis que obligaba ingenio para subsistir, yacía pequeños grupos de una muchedumbre, que se dividían así todas las tardes en el frente de sus viviendas. Eran cuerpos esqueléticos gobernados por una masa encefálica plagada de preocupaciones; entre las cavilaciones de alimentar algunas miserables tripas o buscar algo que les permitiera distraerse, para no gastar los últimos pensamientos buenos que aún permanecía en ellos.

Fuente

En ese lugar ya no importaba, el partido político, edad, sexo o raza; todos padecían el mismo calvario. Sus rostros eran similar, describían características de muchas malas noches, expresiones que contagiaban desánimo y lastima.

Así es, se vislumbraba cansancio en el alma de niños y viejos, estaban ensimismados, pero no ausente de la verdadera situación que atravesaban.

Para ellos, era imposible no alusinar pensando que si cerraban los ojos, podían solucionar y desaparecer tantas caras largas, más sin embargo aunque muchos lo creían esperando un milagro, la cruda realidad los hacía despabilarse y despegar las pestañas.

Nuevamente se observaba frentes sudorosas, cabellos alborotados, hombres, mujeres con un enorme desierto en su garganta, que continuaba extendiéndose kilómetros a medida que las horas pasaban, formando grietas en las voces que pedían el cese de tantas calamidades. Personas que se doraban debajo de una moneda de oro gigante, la misma que se burlaba recordandoles que esta es: la tierra rica donde el sol brilla para todos en su máximo esplendor.