Confesiones de una adolescente promedio.

Sí, soy de las que se muestran fuertes, risueñas y con vida tipo “color de rosa” frente a los demás pero en mi intimidad, sí, cuando nadie me ve ni me escucha, decaigo completamente, casi a un nivel humillante y enfermizo en el cual las lágrimas hacen de las suyas y convierten mi rostro en una máscara depresiva y sin gracia, donde me siento más miserable y desgraciada.

Los minutos se transforman en horas y son testigos de las veces que finjo que no me importa, que es una tontería y que estoy exagerando… Esa actitud logra algo: que todo sea peor, que me sienta como… como nada o peor aún, como nadie, como si fuera un nefasto e insignificante relleno en este mundo asqueroso.

Es en ese momento donde mi cerebro hace algo en el que ideas y pensamientos sufren una metamorfosis de perspectiva, es en ese preciso momento en el que pienso que quizás no soy tan afortunada de poder abrir los ojos cada mañana y vivir lo que me depara el día, o cuando ya he olvidado la existencia de algunas situaciones ocurre que despierto entre gritos de discusiones que pienso son ajenas pero no, no son sólo ajenas, son mías también… es terrible pero la carne duele y aunque intente ignorarlo y disimule eso sigue ahí, y ese es mi tormento: que sigan ahí.

Cuando pienso que las cosas están mejorando es como si el aire sintiera mi ligereza y resentido se pusiera de acuerdo con el destino para burlarse de mí. A continuación decido decir palabrotas que definan a los ilusos optimistas de la vida que sólo tienen fe en que “todo sucede por algo” o que “las cosas mejorarán” sin siquiera detenerse a observar su entorno y percatarse, por fin, que la humanidad se está hundiendo a sí misma y que cada vez hay menos de todo.

Yo, una adolescente promedio, medio idiota, con perspectivas e intensos sentimientos me encierro tardes enteras en mi habitación para llenar la almohada de ácidas lágrimas que por un lado desahogan y alivianan mi cuerpo emocional pero por otra parte hace que tenga esa sensación de tormentosa vulnerabilidad.

La mente se luce navegando en interminables mares de pensamientos hasta terminar a la deriva… sola, vacía sin voces ni imágenes y el anormal silencio me reconforta. Sucede entonces que no recuerdo por qué estoy ahí y tampoco tengo la osadía de intentarlo.

Luego, sin saber muy bien cómo, comienzo a reflexionar sobre los problemas y necesidades de otros y noto que esas personas sí deberían llorar lágrimas de sangre y el suicidio es un lujo… Yo, ahí inmóvil, llorando “por nada”, y esa comparación me hace sentir más miserable y nefasta.

Doy inicio a la sesión silenciosa de llanto y el coraje me invade con furia por cada lágrima que derramo… resulta agobiante pero ahí me quedo, sin tener dominio sobre mis tan humanas emociones, sin poder evitar sentirme de semejante forma.

Son esos momentos en los que yo misma me doy pena y me aferro al consuelo de que en un rato más se me habrá pasado, de que mis lágrimas se aburrirán de recorrer mis mejillas y mi alma se fortalecerá; tambaleándome caminaré hacia el espejo, veré a un ser desconocido y no sentiré que no soy yo. Espero secar torpemente esa cara tan distinta a como la recordaba y me sentaré en la cama a esperar a que mis ojos se desinflamen y dejen de tener ese comprometedor color carmesí, igual que mi nariz y la comisuras de mis ya no tan temblorosos labios.

En un par de minutos saldré de mi trance y me mostraré a la humanidad circundante para seguir adelante con mi vida, riendo y con algarabías, como si fuera feliz.

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P.D.: Las fotos fueron tomadas durante mi adolescencia.

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