El Discurso de la Mirada (Cuento)

Si no fueses tan predecible, si tan sólo por un momento yo dudase de lo que sucederá, si yo no conociera de tu silencio avasallador golpeando el espacio, de tus angustias inundándote hasta paralizarte. Te imagino: sentado, inmóvil, pétreo; suspirando, tratando de expulsar la angustia ahora convertida en miedo; evitando mi mirada y concentrándote en un punto indeterminado de la pared como si ella tuviese respuestas. Volviendo tu mirada hacia mis ojos, escudriñándome, esperando una lagrima, midiendo mi sufrimiento en la profundidad de mis ojeras. Te imagino a ti y tu discurso engolado, almibarado, tembloroso y rebuscado que trata de salvar lo insalvable, de buscarle lógica al absurdo, de darle fuerza a lo que desde siempre fue tan débil. Te imagino allí luchando afanosamente, tratando de convencerme de la importancia de aquello que no le darás nombre, de aquello que siempre dude que existiera. Te imagino moviéndote cuidadosamente aterrado de herirme, convirtiendo el miedo en espanto. Y yo, que sólo sé mirarte.... Si no te conociera como este hombre que se aferra por vivir entre pesadillas, si no te conociera, no me asustara el convertirme en una más de ellas. Me conmueves hasta el silencio... Hoy sólo puedo abrazarte y calmar el temblor de tus labios con un beso, ahora sin pasión, sin el febril deseo de explorar tu boca, ya demasiado conocida.
Cecilia Dávila Dugarte
Junio de 1996

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