No hay duda, en la actualidad el cine es mucho más una industria que un arte. Las carteleras se la pasan atiborradas de cintas y franquicias concebidas para entretener, divertir, películas sencillas que buscan no incomodar al espectador, no darle mucho que pensar y que, el paso del tiempo lo demuestra, no son memorables. Una gran parte de ellas son las conocidas películas de acción; podemos abarcar acá desde el vasto universo de Marvel hasta franquicias ya sobregiradas como The Fast and the Furious y Mission: Impossible, pasando por cualquier película que haga Dwayne Johnsson. A estas las acompañan las mal etiquetadas como “comedia” que más que eso, sólo son una sucesión de situaciones absurdas y embarazosas donde los personajes emplean un lenguaje soez y que, en lo particular, me dan más pena que risa.

El género del terror lleva varios años reciclando ideas ya agotadas y franquicias caducadas cuya posibilidad de resurrección es, en sí, lo que más espanta. Son cintas que realmente ya no asustan, no sorprenden. Debo reconocer, sin embargo, que una que otra ha logrado hacer algo diferente en el buen sentido y destacarse en nombre del género que representan. Tal es el caso de Get Out o las más recientes A quiet place y Hereditary.
Por último, el cine de animación. Las producciones de Disney y Pixar han sabido ganarse un lugar en los corazones y en la memoria del público mostrándonos historias profundas en gran forma, cuidando los detalles y logrando una aceptación casi unánime, donde los chicos se divierten, pero los no tan chicos también pueden reflexionar acerca de la muerte y la familia (como en Coco) e incluso tratar temas de gran relevancia actual como el feminismo (Los increíbles 2). Estas, junto a las películas de superhéroes, han sido los mayores éxitos de taquilla en los últimos años.
Con la breve descripción de esos cuatro géneros se engloba la gran mayoría de las películas que llegan a las carteleras cinematográficas (al menos a las de este país, Venezuela) y se evidencia que las productoras persiguen un objetivo principal: lucrarse. Y el público busca casi siempre una misma cosa: divertirse. Se establece así una relación simbiótica en la que cada cual obtiene lo que quiere; pero en esa simbiosis, es el arte cinematográfico el que poco a poco va quedando relegado, como una herencia no reclamada que se guardó en algún rincón.

Por eso, encontrarse con producciones como The Artist, Her, The Danish Girl o La La Land, es un soplo de brisa fresca. Son trabajos que buscan reconciliar el cine con el arte que fue en sus años dorados, combinando un excelente guión con una fotografía cuidada, actuaciones memorables (lo de Eddie Redmayne en The Danish Girl es superlativo) y escenas notables tanto por su trascendencia dentro de la trama como por su contenido estético.

Es por ello que he decidido, gracias a las posibilidades de internet, mirar atrás y buscar esas cintas o esos directores que hicieron tanto por el séptimo arte, pero que poco a poco se han ido olvidando, representando un abismo desconocido para las generaciones actuales. Orson Welles, Alfred Hitchcock, Charles Chaplin, Giuseppe Tornattore, son nombres quizás familiares, pero cuyos trabajos, en su mayoría, no han sido vistos por una generación que, en el mejor de los casos, apenas sabe quiénes son Steven Spielberg, Woody Allen, Clint Eastwood, Christpoher Nolan y David Lynch. Y eso por hablar de los más famosos. Porque si no conocen la obra de Hitchcock, menos sabrán de otros nombres como Luis Buñuel, Akira Kurosawa Jean-Luc Godard, Ingmar Bergman, o el reciente Pawel Pawlikowski, todos ellos verdaderos artistas y referentes obligados para los que dicen llamarse amantes del cine, no sólo por ir a comer palomitas de maíz frente a una pantalla.

Por ello, en mi opinión, se puede hablar de ir al cine (así, con minúscula), para referirse a la sala donde se proyecta una película; y de ver Cine (así, con mayúscula) cuando se trata de Cine de verdad, del Cine como Arte.

Si son de los que ya no soporta la vacuidad de la cartelera cinematográfica y están buscando reconciliarse con ese amante del cine resignado que llevan en su interior, pueden buscar los nombres ya mencionados, o aventurarse por ustedes mismos y escudriñar el archivo humano en busca de películas de verdad, sin importar su país de procedencia, o el lenguaje que se hable en la cinta. Y no hay que preocuparse por el hecho de que se trate de películas “viejas”. Una verdadera película, aunque corresponda a una época y a un lugar determinado, no caduca, porque el Cine, como todo Arte, es inmortal.