Para muchos, incluido el Nobel peruano Mario Vargas Llosa quién es un defensor incansable de esta novela, la vida de Emma Bovary constituye una de las mejores novelas de todos los tiempos y marcó un antes y un después en la historia de la literatura.

Madame Bovary fue escrita por Gustave Flaubert y publicada en 1857, tras varios años de arduo trabajo y una dedicación casi obsesiva por darle al arte de la novela, una calidad literaria de la que carecía. En aquella época, el teatro y la poesía eran consideradas como manifestaciones superiores de la palabra escrita y la novela, en cambio, era vista como menos literaria, menos elaborada.
Emma Bovary, nuestra heroína, es una mujer que a raíz de una serie de malas decisiones desperdicia su vida en una perpetua decepción porque el mundo real la traiciona cada vez, al no parecerse a ese mundo anhelado, ideal, que descubre en los libros y que desea emular. Desde el inicio, la vida de Emma está marcada por la insatisfacción y por sentirse fuera de lugar. Charles Bovary, un médico que atiende la fractura del padre de Emma, queda prendido de ella y tras la muerte de su esposa (Charles era casado) contrae segundas nupcias con una joven de gran belleza, cabellos negros, que sabía de danza, geografía, dibujo, bordaba y tocaba el piano porque tenía una buena educación. Emma, entonces, pensaba que era el camino correcto hacia el amor, pero ni siquiera el nombre que la inmortaliza es suyo: es la segunda Madame Bovary.

Emma había “creído estar enamorada” de Charles, con quien compartía una vida apacible en la que la llama de sus lecturas le hacía soñar, pero en la que no veía llegar la supuesta dicha del matrimonio, ese ímpetu, las explosiones, que tanto amaba leer. Y Charles, de temperamento calmado, satisfecho con haberse casado con ella y sin muchas ambiciones, resulta ser un grillete para las ilusiones de Emma. “¿Acaso un hombre de veras no hubiera tenido que saberlo todo, dominar múltiples actividades, iniciar a la mujer en las energías de la pasión, en los refinamientos de la vida, en todos los misterios?” se pregunta porque se aburre. Emma siente tedio, no ve pasión, no ve sobresaltos, sólo ve una rutina, un plan, una monotonía que la mata poco a poco, pero en la que nunca llega a "rebajarse": “hubiera bajado a charlar con la criada, pero se contenía por decoro”. Hasta que la experiencia de un gran baile, le hace descubrir un mundo que quiere suyo, pero que no tiene.

“Confundía, en su deseo, las sensualidades del lujo con las alegrías del corazón, la elegancia de las costumbres con la delicadeza de los sentimientos”.

Por eso, al igual que en los libros que leía, se deja atrapar por lo bello, por las ensoñaciones y el placer que le producen las experiencias de lujo. Sin embargo, a causa de su modesta vida, se vuelve huraña, conflictiva, adelgaza, pierde el apetito y enferma. Queda embarazada y se muda a otra ciudad donde da a luz una hija.
Es entonces donde conoce a León, un joven con quien comparte aficiones: “Detesto los héroes vulgares y los sentimientos moderados, como se encuentran en la realidad”. La lectura como evasión es una característica común en ambos. León incluso agrega: “¡Resulta tan dulce, en medio de los desengaños de la vida, poder transportarse en idea a un mundo de caracteres nobles, de afectos pros y de cuadros de dicha!”.
Se enamora de León, pero no se cree a sí misma. “El amor, creía, tenía que llegar de súbito, con grandes estallidos relampagueos, huracán del cielo que cae sobre la vida, la trastorna, arranca voluntades, como hojas y arrastra hacia el abismo el alma entera” y luego de distanciarse de él, volviéndose virtuosa, inalcanzable, sublime, descubre que “le era imposible dejar de pensar en él“. León abandonó toda esperanza al ver en ella semejante modelo de virtud y entonces la felicidad nuevamente se le escapa por esperar de la realidad lo que hallaba en la ficción.

Tras León, conoce a Rodolphe Boulanger, un hombre de temperamento brutal y una inteligencia perspicaz que la adula sólo con el motivo de conquistarla y estar con ella un tiempo, manteniendo relaciones sexuales. “¡Imposible resistir la sonrisa de los ángeles!” le dice y logra atraparla pero cuando se aburre y se va, por tercera vez, vemos caer a Emma en la desolación. Confiesa que si “antes de las inmundicias del matrimonio y de las desilusiones del adulterio, ella hubiera podido colocar su vida en algún gran corazón sólido” como echando la culpa a un factor externo, ajeno a ella.
Intenta, ahora, volverse a su esposo que sigue con ella, llega a encontrarse de nuevo con León años más tarde y hasta vuelve a buscar a Rodolphe, pero el daño ya está hecho, porque, insegura, cree que León la dejará igual que Rodolphe (“¿por qué será que nadie, hasta ahora, me expresó nunca sentimientos parecidos?” le pregunta al primero) y nunca consigue amar a Charles, cuya pasividad la exaspera y por ello, comienza a mentirle para encubrir sus aventuras y sus derroches de dinero. El final puede ser uno solo: la tragedia.

La novela es muchísimo más que este breve resumen. Se trata de una historia que cuestiona la sociedad de la época, con una protagonista femenina mucho más real y más completa que los modelos anteriores. Hasta esa fecha, los héroes y villanos eran retratados en la plenitud de sus virtudes, pero en la simpleza de los estereotipos: los buenos eran siempre buenos y los malos eran siempre malos. En algunos casos, quizás la fealdad física acompañó al héroe (Quasimodo en la novela de Víctor Hugo), pero su personalidad era de sentimientos nobles. Sin embargo, Emma Bovary ama, sueña, miente, engaña, defiende, rechaza, menosprecia, se entrega, todo ello configurando el retrato de una mujer, más que él de un personaje y eso mismo se extiende a toda la novela, los escenarios, la geografía, los demás personajes, una sensación de realidad. Flaubert tomó a una mujer encandilada con la belleza de la ficción y la insertó en una ficción que acabó siendo tan real como el mundo en que habitamos.
Mis impresiones sobre el estilo y la construcción de la novela, merecen un post aparte en el que compartiré además el ensayo que Mario Vargas Llosa dedicó a este clásico. Pero termino agregando que la gran tragedia de Emma no fue la mala suerte, o los hombres que conoció, la tragedia de Emma fue la misma de Alonso Quijano: la lectura. El querer vivir realmente a la altura de esos mundos descubiertos en los libros que leía, el desear vivir sus ficciones. Pero cuando hay libros tan perfectos como Madame Bovary ¿cómo no dejarse arrastrar hacia el abismo? es por ello que Emma, igual que el Hidalgo de la Mancha son héroes, por su valor y atrevimiento.