Revisión periódica

in #spanish5 years ago

Le da igual. Incluso disfruta con el rostro asustado, suplicándole. Siempre le gustó la Historia. Quizá por eso pensó en desmembrar al enemigo atándole las extremidades a cuatro corceles. El desmembramiento lo practicaron civilizaciones antiguas, desde los egipcios a los mongoles pasando por los romanos. Sabe que con los primeros tirones se producen dolorosos esguinces, luego se fracturan los huesos y, finalmente… Pero la imagen se la ha inspirado una película mala en la que el actor Sean Pen, en una de sus menos celebradas caracterizaciones, termina partiendo por la mitad con ademanes mafiosos a un competidor atándolo a dos coches. No se ha podido quitar de la cabeza esa secuencia cuando el tipo, antiguo conocido de la infancia en aquel barrio sin árboles, ha venido a pagarle en negro el cambio de aceite que ahora mancha el suelo y le resbala por las manos…

Le ató los pies a...

No sabe cómo le ha atado los pies a la bancada del garaje, carne con hierro, ni cómo le ha sujetado una mano a la bola del remolque de la desvencijada camioneta que usa para cargar los recambios y la otra a la trasera del BMW 530 al que le acaba de cambiar el aceite. Utiliza un periódico tirado en el suelo que hoy tampoco ha leído para limpiarse el sudor. Mira la portada arrugada antes de hacerla una bola con el puño y metérsela al tipo en la boca. “Trágatelo”. Cinco detenidos en una operación contra el blanqueo. Encuentran dos cadáveres en una urbanización cercana a la zona donde vive su ex mujer con su hijo (vivienda que paga él religiosamente, con rabia acumulada, cada mes). Lee un poco más. Al parecer las dos personas han muerto por sobredosis. El rostro del alcalde, que ha vuelto a vencer en las recientes elecciones municipales, parece el de un hombre negro, empapado de aceite y grasa. El titular dice no sé qué sobre los obligados pactos. Le da igual. No recuerda cuándo le convenció aquel comercial que se pateó los negocios del polígono industrial para suscribirle al periódico a cambio de una reseña del taller en una de las páginas de papel que ya casi nadie lee. Había algo triste en la sonrisa forzada del comercial que, al recordarla ahora, le hace llorar…

Taller mecánico donde...

Con los ojos borrosos siente en la boca el asco de cuando le obligaron a masticar aquel insecto, una tarde de verano. No tendría más de diez años. De aquel grupo de chavales de entonces sólo había vuelto a ver a dos. Casi todos habían muerto ya por la plaga que asoló en los años 80 la sangre joven de medio barrio. Uno de aquellos chiquillos que jaleaban al más grande cuando le torcía la boca con la tenaza de sus dedos morenos, mientras con la otra le introducía el cigarrón, aquel saltamontes enorme que le daba tanto asco, a la fuerza entre los dientes, estaba ahora en el suelo, todavía con las gafas puestas, empañadas por el miedo. ¿Por qué se empeñaba en venir cada cincuenta mil kilómetros a su miserable taller a cambiarle el aceite a los coches que había ido teniendo durante años? Todos de alta gama, aunque de segunda mano. Jamás habían sido amigos. Desde niño sólo recuerda su cara roja como un tomate, como la tiene ahora, cuando le gritaba “trágatelo” como los demás aquel día de verano. Y cada vez, anda, venga, rebájame esto que no se va a enterar nadie, con su cara de mierda y siempre con traje y esas corbatas anchas y feas que incluso cuando se llevaban ya le parecían de otra época. Como él, como yo, piensa.

esas corbatas...

A veces le cuesta respirar. No es por el tabaco. Escapó de todo aquello. De la heroína fumada con coca, de los chinés, de los secantes con ácido y de todo lo prohibido al alcance de la mano que les vendieron barato a quienes fueron niños de barrio. Cuando uno de ellos le pegó a su madre y luego, cuando murió el primero de sus amigos, lo dejó todo. La tarde de antes de dejarlo estuvo a punto de reventar, bebiendo sentado en aquel banco de la plaza con otros cuatro. Ya estaban ciegos cuando le quitaron la botella de 7 UP a unos niños que jugaban a ser mayores y dentro le mezclaron las últimas pastillas. Fue el día que terminó en los lavabos durante un concierto de Danza Invisible en la ciudad deportiva de Málaga; tirado en el suelo resbaloso y sucio como en el suelo resbaloso y sucio ve ahora retorcerse al tipo blanco de la corbata ancha y el dinero negro. Trágatela, le dice, soltándole una patada en el costado. A veces siente que éste ya no es su tiempo, que es un hombre expulsado para siempre de su época.

Trágatelo...

Con una mueca de siglo XX en el alma, gira la llave del BMW en la puesta en marcha y arranca el coche. Ve al tío mierda abrir los ojos como si le faltara cara para encajarlos. Pisa el acelerador haciendo vibrar el tubo de escape. Entonces le oye gritar. Trágatelo, trágatelo. Cuando sale de su ensimismamiento coge el billete de 50 euros que en broma el cliente le intenta meter en la boca. Suena bien, le dice, sentándose al volante. Hasta el próximo cambio de aceite, tío…

(c) Domi del Postigo / www.domidelpostigo.es

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