El hombre que retó a la felicidad a quedarse con él

in #spanish5 years ago (edited)

Hace unos meses escribí un cuento corto; he aquí una re-edición

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El hombre que retó a la felicidad a quedarse con él

Imagen de Leroy_Skalstad en Pixabay

   Luis era un amargado sin aparente remedio. Discutir a escándalos con los demás por cualquier cosa parecía ser su pasión. Era tan amargado, que una vez dijo que cuando muriera debían poner en su lápida «Siga avanzando, me tapa la vista». Un día Luisa, su esposa, le dio la noticia de que estaba embarazada. Luis lo tomó con asombro, preocupación y alegría.

   «Pobre de nuestro hijo, le tocará un padre duro», bromeó Luisa luego de un rato hablando con normalidad. Esto no agradó del todo a Luis, y aunque Luisa lo había dicho en tono de broma, Luis se puso a la defensiva y esa noche discutieron.

   «Me iré con mi hermana unos días», dijo Luisa «Necesito que pienses en algo que te ayude con ese temperamento tuyo. Vamos a ser padres y no quiero que nuestro hijo tenga que escuchar tus gritos».

   Esa noche, entre soledad y silencio, Luis pensó mucho en las últimas palabras que le dirigió su esposa, y aunque él siempre había tenido claro que era un mal hábito reaccionar defensivamente todo el tiempo, nunca había tenido un motivo para hacer algo al respecto. Ahora, la idea de que su futura hija o hijo escuchara sus gritos, era algo que ni siquiera él quería.

   Al día siguiente, despertó temprano para ir al trabajo, pero estaba muy distraído con el pensamiento de que, si no conseguía una manera de controlar su temperamento, su futuro hijo la pasaría mal.

   Mientras conducía al trabajo, un auto lo golpeó por detrás, y esto por supuesto hizo que saliera del auto impregnado de ira y se dirigiera hacia el conductor que lo golpeó.

   «¿Qué te pasa? Redujiste la velocidad de repente», dijo el conductor de atrás. Al estar finalmente frente al conductor, mirándolo fijamente a los ojos con ganas de arrancarle la cabeza y sin interés de oír sus razones, Luis recibió un tirón hacia atrás de parte de su conciencia, quien le recordó a Luisa, a su temperamento, a sus ganas de cambiar, y a su bebé en camino. Entonces se enfureció mucho consigo mismo por estar otra vez enojado; pero estaba también enojado con el otro conductor; estaba enojado con todo.

   «¡A que no aguantas la respiración más tiempo que yo!», le gritó Luis al sujeto.

   «¡¿Qué?!», respondió el conductor, confundido.

   «Puedo ganarte durando más tiempo sin respirar» insistió Luis.

   «¿Es una broma?» respondió el conductor, aún más confundido que antes.

   Entonces Luis inhaló profundamente e infló su pecho y sus mejillas; luego dejó de respirar. El otro conductor, que también estaba molesto con Luis, sin importar de qué se tratara todo aquello, se sintió retado, e inmediatamente tomó una gran bocanada de aire y empezó a contener la respiración.

   Al cabo de unos 47 segundos, Luis no pudo continuar, y volvió a respirar con desesperación.

   «Perdí, me rindo», dijo Luis, sonriendo por lo que acababa de ocurrir.

   El otro conductor, luego de haber tomado aire, sonrió alegremente con Luis. Parecía que la ira había perdido la batalla en ese entorno, y aquellos dos hombres ahora se estaban sonriendo.

   «Discúlpeme, fue mi culpa. Voy tarde a una reunión importante» dijo el conductor.

   «También sucedió que yo venía distraído» agregó Luis.

   Ambos se asomaron a ver qué tan grave había sido el golpe, y para sorpresa de los dos, no se notaba nada. Se estrecharon la mano, y con respeto y agrado se despidieron.

   Al entrar al auto, Luis soltó una carcajada de emoción como en mucho tiempo no lo había hecho. Su ritmo cardíaco se aceleró de alegría, y llamó a Luisa para contarle lo que había pasado.

   La vida de nuestro amigo empezó a cambiar. ¡Eureka! Ese año Luis aprendió una nueva manera de enfrentar las disputas, y como resultado empezó a tener más amigos; empezó a ser admirado, a ser querido. Ya no sentía ira, ya no reaccionaba impulsivamente. Cuando estaba en una situación tensa, eliminaba la tensión con algún reto extraño, y una vez que la atmósfera se calmaba, entonces sí hablaba del problema. Qué gran padre estaba siendo, además.

   Pasaron cinco años y pasaron diez años; pasaron muchos años. Luis recorrió un largo camino y atravesó innumerables momentos difíciles y alegres. Se volvió en una persona muy querida, con una gran fortuna de amigos.

   ¡Oh Luis y sus ocurrencias! Siempre retaba a los demás y decía que podría ganarles, pero siempre perdía. «A que no duras más sin pestañear», «A que no saltas más alto», «A que no me ganas en una carrera».

   A sus 61 años, tuvo un accidente en bicicleta mientras recorría sus kilómetros matutinos: un auto apareció de la nada, dejándolo grave de salud.

   En el hospital, estuvo rodeado de sus hijos, nietos, hermanos, Luisa y unos cuantos amigos cercanos. Murió una madrugada de julio.

   Decenas de personas acudieron al funeral. Al menos la mitad de todas ellas lo habían conocido en una disputa en la que Luis les sorprendió con una ocurrencia extraña que dio paso a posteriormente una buena amistad. Todos lloraban por la pena, pues se había ganado un buen lugar en el corazón de cada uno de ellos.

   Al descubrir la lápida y leer el mensaje inscrito, todos los presentes sonrieron de alegría y se abrazaron unos con otros.

   Luisa envejeció y sus hijos también; sus nietos se volvieron adultos. Las cosas se normalizaron, y todos se acostumbraron a la vida sin Luis.

   La vida es impredecible y el tiempo limitado. Para aprovechar ambas cosas con sabiduría, Luis aprendió a escuchar, relacionarse y entender; aprendió a hablar desde el corazón. Y siendo feliz él mismo, dio a los demás la oportunidad de ser felices. Y en cuanto a qué decía la lápida...

«A que no vives una vida más feliz que la mía».

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Gracias por la visita, la lectura y el apoyo.

Nos estaremos viendo en próximos artículos. Buen día para todos.

Elieser Urbano

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