Mi vida es tan contrastada como mis fotos, o más bien mis fotos son contrastadas como expresión de mi vida. Son increíbles los giros que se pueden dar de un fin de semana para otro. Uno fue de descontrol, extrovertido, inolvidable, cargado de primeras veces, de nuevas sensaciones, de fotografías, de ficticio amor. Otro —el de hoy— de introspección y soledad a pesar de estar rodeado de gente. Un fin de semana que inicia en blanco, sin planes; pero sobrio, a diferencia de los otros. Un fin de semana que inicia reflexivo, sin saber cómo puede ser o será el segundo amor o incluso el que quedará para el resto de lo que quede, si es que esas concepciones realmente existen o aplicarán para mí.
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Llegué a casa temprano, a diferencia de todos los fines de semana, para dibujar, retratar o traducir a palabras el cuadro más patético mío, aquel de la persona que se enamora de la soledad, de sí mismo, de ese estado de introspección que no resulta atractivo a los demás pero por dentro, mi artista que traduce esas pinceladas en estas palabras, desea ser visto en sus rostros de payaso, de solitario, de alegre, de borracho, de bombón latinlover, muero porque esas facetas sean un todo y atractivas en sí, que sea yo.
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De fondo, mientras escribo estas líneas, coloco el soundtrack de la famosa y revolucionaria —creo— película del cine de comedia románticas: 500 days of summer. Me transporta. Me transporta a la época en la que la vi, a la ceguera con un amor no correspondido, a no entender señales, a seguir enamorado de fantasmas. No sé si es porqué yo soy el que estoy en este papel actualmente que trato de ver la belleza escondida en ser el despechado, ser el que carga la cara larga o simplemente es un papel algo complejo e impredecible que me atrae. Me consuelo diciendo que hoy no fue mi día, nada más, otro día más en la cuenta de 500 días y algo más con... ¿ella?.