Lo primero que nos preguntamos es cómo era la medicina al comienzo de los tiempos. Podemos comprender fácilmente que nació en la necesidad e intensión de alejar a la muerte y aliviar el dolor. En los tiempos prehistóricos cuando el hombre vivía en cavernas y en plena selva, expuesto a amenazas diversas, podemos comprender el temor que ante esos hechos inevitables sentía. Alejar la muerte y aliviar el dolor eran en el medio tribal importantes motivos de preocupación. Fue pues la medicina primitiva la reacción natural ante ellos. Y ante esa situación cabe preguntar: ¿Cómo curaba el médico? ¿Quién le enseñaba el arte? Lo aprendía observando la vida en la misma naturaleza y el conocimiento así adquirido se trasmitía en la tradición de unas generaciones a otras, pero también se adquiría por la intuición.

Así nace una medicina en primer lugar empírica, tomada de la observación de los hechos, sin mediar explicación racional alguna para entender cuando ocurría realmente en la intimidad de células y tejidos. Conjuntamente a la observación de los hechos, al establecimiento de las relaciones entre causas y efectos, nació también otra interpretación fundamentada en configuraciones fabuladas. Ello es perdonable. El hombre no resiste el vacío de lo no comprendido. Todo hecho, todo fenómeno ante el cual se encuentra, necesita de una explicación, sea cual fuere, es válida aun siendo falsa si sirve par tranquilizar ante lo desconocido.

Un residuo de la medicina de esos tiempos y con las reservas del caso, hoy la podemos tener en las tribus llamadas salvajes, que por lo general lo son menos que algunas de nuestras civilizaciones modernas. Esa medicina empírica, tomada directamente de la prueba de la realidad y sin fundamentación experimental alguna, supone la presencia de dos elementos básicos: Por una parte el conocimiento mismo que permitía la interpretación de lo ocurrido, y seguidamente un saber actuar en consecuencia. Conocimiento y destreza, saber y arte, dos elementos básicos de la función del médico.

Así pues por observación directa conoció que el fuego detenía las hemorragias, que el reposo aliviaba, el sueño restablecía, el vómito y la diarrea tenían acción curativa, el agua fresca bajaba la fiebre, la extracción de cuerpos extraños facilitaba la curación de las heridas, etc. Muchas dolencias eran sanadas por la acción de las manos, sea directamente o por el uso de instrumentos. Así nació la cirugía. Por la otra parte, observando a los animales, aprendió de ellos la acción curativa de las plantas y nacieron los herbarios que sirvieron de base a tradicionales farmacopeas. Hubo pueblos famosos en la antigüedad por su capacidad de terapeutas. Entre ellos los mitológicos "Centauros". Hoy hay aún tribus del altiplano boliviano, especializadas en curar y viajar por la zona ejerciendo su arte.

Pero conjuntamente con todo esto, en aquel hombre que hemos llamado "Primitivo" debemos reconocer algo más para entender su visión ante las enfermedades y su concepción de la medicina, nos referimos a la "Visión holística del mundo". El hombre como unidad total y parte inseparable de ella. En esto nos llevó por siglos una considerable ventaja. La conciencia ecológica que hoy buscamos ya la tenia consigo. Más aún, una conciencia cósmica y religiosa.

Según el investigador y fundador de la Psicología Analítica, Carl Gustav Jung, todos los pueblos han tenido siempre un sentido de lo religioso, una actitud interpretativa y relacional ante el misterio. De allí que para Jung el instinto o disposición natural hacia lo religioso es el más primario de todo ser humano; más importante que la sexualidad que tanto valoró el Psicoanálisis. Para Jung la sexualidad podía ser muchas veces interpretada como una expresión de lo religioso, y tal lo parece demostrar los ritos de fecundación presentes en muchos pueblos a lo largo de la historia.

En su soledad e indefenso ante tantas amenazas, creó diversos recursos para su defensa. "Agruparse". El grupo es una estructura de defensa de las más remotas y de valor indiscutible. Otra fue "El dominio del Fuego", Ese que veía venir del cielo en el trueno y el relámpago; que desataba incendios incontrolables y se presentaba como manifestación de entidades sobrehumanas poderosas. Un día aprendió a hacer fuego, a controlarlo y tenerlo como herramienta de trabajo.

Y descubierto cómo producir y manejar el fuego cambió la historia. Ya podía él disponer de una forma de energía distinta de la mecánica. Fue la primera relación del hombre con la luz y el calor, dos formas de energía presentes en la naturaleza, las cuales podía desde ese momento disponer poniéndolas a su servicio. El descubrimiento del fuego cambio la alimentación y se modificó el ritmo de vida, haciendo posible prolongar la claridad en la noche.

Junto con el fuego y todos los instrumentos que de él derivan, para la propia seguridad el hombre conoció la importancia del grupo, y teniendo a la familia como su núcleo básico, nació la sociedad humana. El grupo es una de las estructuras de protección de orígenes más remotos a lo largo de los tiempos. Con él nacen las jerarquías, con ellas l autoridad. Nacen las tradiciones y las leyes, que perpetúan la experiencia de padre a lo largo del tiempo; también mantienen vivos a los ancestros en las figuras totémicas, en el culto a los muertos y la pervivencia a la costumbre legitima de la Ley.

El grupo como base de la sociedad humana, el fuego y los utensilios que derivaron, dieron seguridad al hombre, pero hacia falta otro elemento más: "Una comprensión del mundo. Sólo mediante el conocimiento de causas y efecto, podría prevenirse el peligro. El hombre aprendió a observar y establecer relaciones entre distintos acontecimientos. Aprendió también a interpretar los fenómenos y desde ese momento quedaron asociados a las dos formas de pensamiento: el lógico y el mágico.

Aquí es donde nacen dos personajes que desde todos los tiempos se les encuentra en la sociedad humana; el Guerrero y el Chaman. Ambos garantes de la seguridad del individuo y el grupo. El primero con su experiencia, fuerza, valentía y destreza defiende de los visibles enemigos. El otro, no lo definen las mismas aguerridas cualidades, sino el conocimiento y manejo de lo invisible y lo desconocido. El saber y no la fuerza son los fundamentos de su poder. Así el hechicero, chaman, brujo, sacerdote o sabio, queda consagrado en la historia ejerciendo un papel que siempre alguien deberá ocupar.

Un ser en quien se ponen estos atributos indudablemente es asegurante. Quienes con él están, compañeros y amigos, por su sola presencia se sentirán más seguros. Ya que por sólo este hecho se movilizarán los procesos orgánicos estabilizadores y de reparación. Esto que señalo es un hecho muy general, tan general que se nos ha perdido de vista. Desde el nacimiento nada facilita más los procesos de la vida que el vínculo con la figura materna en la cual la vida tuvo sus comienzos.

Aquí es donde el chamán no es un hombre cualquiera sino uno distinto y poderoso, provisto de aptitudes y conocimientos especiales y en relación con entidades invisibles cuando no divinas. Por eso su presencia y cuidados son ya un elemento curador de gran potencia y constantes efectos. Curaban porque conocían por intuición, lo que muchos más tarde comprenderían mejor bajo el nombre de Psicoterapia. Cuando se sistematizó el conocimiento nació la ciencia, con ella el poder. No tanto o no sólo por el que deriva del conocimiento mismo, sino también por la autoridad que tiene quien ha develado una parte del misterio para quien todavía no lo ha hecho. Así usaba su poder mágico para el paciente.

Otro factor que contribuía a la salud del hombre primitivo era su cosmovisión, es decir; la manera de comprender el mundo y comprenderse en él, creando un sistema de reglas para asegurar las buenas relaciones con las fuerzas invisibles, entre los dioses y los hombres. Así mantendrían la armonía en el orden establecido. Esa estructura y ordenamiento conceptual, daba también seguridad. La ley, la costumbre, la tradición, no sólo sirvieron a los fines de una buena y feliz regulación de conducta y relaciones entre todos y más aun la relación de los hombres con los dioses, en la fuerza a lo desconocido.

La magia se le opone a la ciencia considerándola una forma primitiva y despreciable de pensamiento, pero error grande es entenderlo así. La interpretación del mundo en las raíces de la psique humana sigue siendo mágica. Nada fascina más que la magia; así es y habrá de ser tanto en cuanto el hombre tenga siempre ante si, ese salto al vacío que supone la entrada al misterio y lo desconocido. Y la magia tiene poder curativo porque refuerza el valor estabilizador y nutritivo del vinculo, proyectando a la dimensión de las fuerzas superiores dispersas en la naturaleza, la dimensión de lo desconocido que justamente por serlo, urge más al hombre una buena relación con ellas. Nos exige conocerlas al menos, si no someterlas, para garantizar la vida y la armonía en la base de la propia existencia.