Dios te llama al arrepentimiento

Muchos piensan que para alcanzar la misericordia de Dios es necesario algún sacrificio personal por los pecados o golpear nuestro cuerpo para aplacar el “enojo de Dios”. La verdad es que Dios demanda de nosotros un arrepentimiento genuino antes que cualquier sacrificio. Nosotros, los seres humanos caídos, no podemos hacer nada para enmendar nuestra situación de pecado.  En la Biblia, el Señor Jesús narra la parábola del hijo pródigo.

En la Biblia, el Señor Jesús narra la parábola del hijo pródigo. (lucas 15.11-24) Un joven pidió a su padre le diera su herencia antes de tiempo, y de esta manera poder vivir según su propia voluntad. Cuando el Padre aceptó darle su parte, éste tomó muchas decisiones equivocadas que lo llevaron al hambre y a la indigencia.  Después de malgastar todo su dinero y de perder a todos sus amigos, el joven se encontró alimentando cerdos, uno de los trabajos más viles de la época. Pensando en la abundancia que había despreciado en su casa, el joven reconoció su terrible situación y recordó la misericordia de su padre. Su conciencia le dictaba que había pecado contra Dios y contra su padre (v.18) al vivir perdidamente en placeres mundanos. El hijo pródigo no trató de limpiarse a sí mismo antes de volver a casa; él reconoció su comportamiento pecaminoso, dejó su vieja vida y confió en la misericordia de su padre. Su sincero arrepentimiento y su confesión llevaron al joven a dejar todo y regresar a su padre, el cual, lleno de compasión, corrió para abrazarlo cuando aún estaba lejos.  A pesar de que el joven declaró ya no ser digno de ser llamado su hijo, este padre amoroso se gozó tanto al verlo de regreso, que lo recibió con una gran fiesta y le dio ropa nueva; dándole a entender que lo estaba esperando ansiosamente.

Hoy, El Señor Jesús te llama del mismo modo. Al arrepentirnos, apartarnos de nuestros malos caminos y volver a Él, recibimos su perdón y aceptación. Él no desea castigarnos sino perdonarnos. Recuerda, sólo el arrepentimiento verdadero nos acercará al pleno gozo de la salvación.