UN PUERTO LLAMADO LIBERTAD (Relato)

in #spanish6 years ago


Dedicatoria

“a todos aquellos que abandonan su tierra sin mirar atrás,
con el corazón como equipaje y el sueño de libertad
como única riqueza que atesorar”.


“Nadie puede amar sus cadenas, aunque sean de oro puro”. I. Heywood.

“Nadie deja su hogar, salvo que su hogar sea la boca de un tiburón”. Warsan Shire.


Sabía lo que le esperaba. A sus 18 años, parecía un adulto con leguas y leguas recorridas; cualquier occidental diría que apenas era un niño; un chaval con la vida por delante. Pero, ¿eso que vivían podía llamarse vida? Sus dos hermanas habían pasado por lo mismo, su madre, su abuela. ¿podría permitir que ella siguiese el mismo destino?

No, era imposible.

Pasó semanas, días dándole vueltas en la cabeza. Tenía que huir, tenía que intentarlo al menos, porque seguir así era, inadmisible.

Su padre, sus hermanos, sus tíos se negarían de seguro, le forzarían a obedecer y tendría que irse, pero él la llevaría consigo. A costa de lo que fuese, ella no sería violentada, ella sí podría tener un futuro, ella podría sonreír en libertad.

Había vuelto a discutir esa noche con su padre y sus hermanos. Se negaba en rotundo a participar de todo aquello.

—Alá no puede estar a favor de matar a nuestro pueblo de esa manera —pensaba, mientras miraba aquel cielo estrellado en busca de respuestas.

Había decepcionado a su padre, él lo sabía, pero no era capaz de ir contra todo lo que había aprendido. Era un niño curioso y despierto, amaba leer, pero el Corán no era suficiente, necesitaba más y por ello, escapaba —con la venia de su madre— algunas tardes para visitar la pequeña biblioteca de una escuela pública donde podía pasarse horas leyendo, curioseando sobre lo que había fronteras afuera. Así fue como aprendió cosas que, de otra forma le habrían estado negadas.

Se miró las manos y suspiró.

—No estoy hecho para matar, no puedo —masculló en voz baja sintiéndose desdichado.

Su madre salió a su encuentro. Se le empañaron los ojos y no tuvo respuestas ante aquella mirada suplicante.

—No puedo, no puedo unirme para matar a nuestro propio pueblo, madre. No puedo soportar la idea de que se lleven a Niara, que pase con ella lo mismo que con tantas otras; no puedo —murmuró, mirándole a los ojos, tan negros y tristes como aquella noche.

Su madre le acarició el rostro y asintió en silencio. Él vio en su mirada una suerte de comprensión y súplica ahora muy diferente. Entonces lo decidió. Partiría lo antes posible.

Sabía a quien contactar, se lo habían propuesto en varias oportunidades. Arreglados sus asuntos, Habló con su padre. No le gustaba mentir, pero era indispensable.

—Sabía que entrarías en razón, no en vano eres mi hijo más inteligente —rio su padre, satisfecho—. Celebraremos para que tengas buen viaje y porque la sharía por fin se imponga.

Fingió una sonrisa, mientras iba hasta su habitación. Se llevó lo indispensable, a fin de cuentas, es probable que al final de su viaje nada de eso importaría.

Sus hermanos habían partido hace meses hacia Níger. Si todo salía como esperaba, la carta llegaría después que él; ¿tendría el tiempo suficiente? No lo sabía, pero visto lo visto, no era mucho lo que tenía que perder.


Subió al camión y cogió a niara por la cintura. Se la sentó en el regazo, apenas si llegaba a sentir su peso. Estaba tan delgada y era tan pequeña. La estrechó entre sus brazos. La niña se aferró a él, como si en aquel abrazo se le fuese la vida entera.

—Sirve bien, Niara —dijo el padre—. Has de obedecer a cuanto te pidan —sentenció el hombre y sin más, dio media vuelta y se marchó.

Rachid apretó los dientes y la estrechó en su regazo. Ella no viviría eso, ella no estaría sometida a convertirse en una esclava, él no lo permitiría.


Escapar del camión no había sido tan complicado como esperaba. Un pago aquí, otro más allá.

—Para algo tiene que servir el azaque, que no sea solo financiar el terror —pensó, mientras corría en mitad de la noche, con La niña aferrada a su espalda como una lapa.

Robar estaba mal, lo sabía. Lamentaba el dolor que iba a causar a su padre, pero no tenía alternativas. Así que había asaltado el azaque de aquel mes y lo había juntado con lo que había sustraído de meses anteriores, era lo único que podría garantizarle llegar a Libia.

—mejor usarlo en esto que en mantener esclavos —pensó, sintiendo el sudor correrle por la frente y las sienes, el cuello y la espalda. Estaba agotado, pero tenía, debía continuar hasta llegar a Agadez.

Era tan paradójico; ellos no tenían grandes riquezas, pero cualquier ingreso familiar, su padre lo distribuía sin olvidar aquel maldito tributo.


En Agadez las cosas fueron más difíciles, aquel hombre le había exigido mucho más por no separarle de Niara.

El viaje en aquella pick-up había sido infernal. Por momentos pensaba que moriría en pleno desierto, que todo habría sido en vano.

Niara le preocupaba cada vez más; se deshidrataba y perdía peso con tanta rapidez que muchas noches, cuando ya había logrado que se durmiese tras una historia de lo bonito que encontrarían del otro lado del mar, Rachid lloraba en silencio, tragándose las lágrimas para no desmoralizar a los demás que, al igual que él, iban en búsqueda de la libertad.


Tres semanas había permanecido en Sabha, hasta que pudo por fin reunir el dinero para llevar a Niara consigo. Se había negado a dejarle atrás y no se atrevía a enviarle sola. Era tan pequeña, tan frágil y vulnerable. Muchos otros se habían rendido, algunos se habían resignado, otro tanto había muerto. Mientras él estuviese vivo, lucharía, era lo único que le sostenía en pie, alcanzar la libertad.


Ver a aquella madre separarse de su hijo tan pequeño le había desgarrado el alma. No quería ser un intruso en aquel momento tan duro y privado, pero había sido su curiosidad quien le había movido a acercarse mucho más.

Aquella mujer le daba un trozo de papel escrito a mano a un niño que no tendría más de ocho años.

Rachid alcanzó a atisbar un poco de lo que decían aquellas palabras escritas con una caligrafía impecable; había visto muchos textos similares cuando estudiaba.


“Tienes que entender
que nadie pone a sus hijos en un barco
a no ser que el agua sea más segura que la tierra.
quién escogería pasar días
y noches en el estómago de un camión
a no ser que las millas de viaje
signifiquen algo más que el viaje”.

Rachid reconoció los versos de aquel poema y un par de lágrimas le cruzaron las mejillas.

Viernes, 8 de junio de 2018.

Los llevaron de madrugada al puerto donde embarcarían en aquella patera. Era apenas un barco de madera, pequeño de fondo plano y quilla endeble. Niara lloraba en silencio, era primera vez que veía tanta agua en un mismo sitio, tantas personas, hombres, niños y mujeres juntas. Estaba aterrorizada y en el fondo, él también sintió miedo. Respiró profundo y cargó a la niña en peso. Se estremeció cuando la patera se tambaleó y crujió por el impacto de saltar hacia ella.

Miró a su alrededor. Hombres, mujeres y niños a medio vestir mostraban señales de agotamiento extremo y miedo. Se obligó a no pensar en eso, se concentró en mirar el oleaje y rogar a alá que el mediterráneo no les engullese para siempre.


Zarparon por fin. No tenía control del tiempo, pero había vuelto a caer la noche. El miedo y el cansancio fueron dando paso a una tensa calma teñida con matices de esperanza. Algunos niños, los más pequeños, lloriqueaban nerviosos cada que la patera era sacudida por el oleaje. Hora tras hora, sentía sus fuerzas renacer al pensar que podría lograrlo; que faltaba poco para alcanzar la libertad. A su memoria acudió aquella nana que solía cantarles su madre y sin poder evitarlo, comenzó a tararear. Niara se acurrucó entre sus piernas, otros niños, curiosos y en busca de consuelo, se agruparon a su alrededor.

—Son tantos y están tan solos —pensó—, mientras veía aquellos rostros infantiles con los ojitos cargados de miedo e incertidumbre, con el hambre y la sed golpeándoles la tripita y la garganta.

Siguió tarareando hasta que sintió la boca seca. No supo cuánto tiempo había pasado, solo que los matices del ocaso daban paso a otra noche cerrada, sin luna y sin estrellas; y que la mayoría de los niños yacían hechos un ovillo, casi uno sobre otro, buscando darse calor.



No lo pretendía, pero el cansancio le venció y cayó en un sueño angustiante, opresivo.,. Niara comenzó a agitarse nerviosa, llamándole sin cesar una y otra vez. Abrió los ojos, confuso; el ruido de un helicóptero rompía el cantar de las olas que, furiosas, chocaban contra la patera.

Viernes, 8 de junio de 2018.


—entendido —dijo la voz, al hombre que informaba del otro lado de la radio.

El coordinador de rescate del Aquarius, miró a su equipo con gesto adusto, una vez recibidas las instrucciones del centro de coordinación marítima de roma.

—Nos esperan, alistaos para zarpar —ordenó poniéndose en pie y saliendo tras todos ellos.

El Aquarius, buque de Médicos Sin Fronteras y SOS Mediterranée, zarpó del puerto de Catania en Italia, luego de la ya habitual inspección por parte de los agentes de la policía italiana rumbo al mediterráneo central. El informe era preciso, más de mil refugiados se hallaban en alta mar, esperando ser rescatados.


Sábado, 9 de junio de 2018.

a más de 50 millas frente a Trípoli (Libia) en aguas internacionales, dos pateras repletas de migrantes, se hallaban en problemas.

El nerviosismo entre los refugiados se esparció como pólvora. Alcanzado un punto cercano, las lanchas del grupo de rescate salieron en su auxilio.

Estrechó a Niara con fuerza, mientras rezaba a alá para que no les dejase morir.

—Estaban tan cerca, ese no podía ser su fin, no podía ser el fin de Niara —Pensaba, mientras sentía como la patera se agitaba, temblaba y crujía con cualquier movimiento.


Las lanchas se aproximaron. Algunos migrantes, víctimas del nerviosismo se movían, haciendo que la patera se balanceara peligrosamente.

El subcoordinador de rescate cogió el megáfono y se dirigió a la patera que se hallaba a punto de colapsar.

—manteneos sentados y en calma, por favor. Os rescataremos a todos, uno por uno. Ayudadnos a ayudaros —dijo con voz amable, firme y serena.

Lo recordaba a la perfección. Cada palabra, cada momento. El crujir de la patera, la rotura, los hombres, niños y mujeres siendo arrastrados al agua, los rescatistas intentando cogerlos uno a uno. Había vuelto a nacer y niara también. Deseaba en lo más profundo de su corazón, no volver a vivir nunca más una noche tan infernal como aquella.

Lanchas con rescatistas de SOS Mediterranée y Médicos Sin Fronteras se habían acercado a recogerles. Como pudo impulsó a Niara a los brazos de un rescatista y nadó con las pocas fuerzas que le quedaban, hasta que por fin le alzaron y lloró de agradecimiento por seguir vivo.

Una segunda lancha se dirigía a la otra patera. Minutos después, el jefe médico del equipo de rescate cogía en brazos a un pequeño bebé que se encontraba desnudo, cubierto por un trozo de tela raída y que había sido visto por uno de los rescatistas que ayudaban a los migrantes a subir a las lanchas de SOS Mediterranée.


Nueve horas había tardado el equipo en poder llevar a cabo el rescate de los náufragos. Era una situación difícil, pero había que asumirla. Estaban solos. Era posible que, por la presencia de algunos periodistas a bordo del Aquarius, el ejército italiano hubiese intervenido y ahora dejaba un lote de migrantes rescatados de otras pateras colapsadas en su proa. Sin embargo, durante la revisión protocolar, el equipo de rescatistas pudo constatar que los chalecos salvavidas eran falsos. Lleno de rabia por aquella falta de vergüenza, uno de los técnicos rompió los chalecos dejando los trozos en el suelo.


Respiró profundo, voces iban y venían a su alrededor. Algunas las entendía, otras le resultaban ininteligibles. Niara se acurrucaba a su lado. Les habían dado ropa limpia con que cubrir su desnudez, pero seguían sintiendo frío. También les habían dado agua y comida, pero por sobre todo les habían atendido con respeto y empatía. Para aquellas personas eran algo más que esclavos, algo más que objetos con qué obtener ganancias.

Domingo, 10 de junio de 2018.

Parado en la proa, miraba al frente intentando buscar aquel puerto que le llevase a la libertad. Niara, cogida con fuerza a sus caderas, miraba también con los ojos muy abiertos.

Un rescatista pasó a su lado; se veía agotado y con la preocupación acentuando los rasgos afilados de su rostro.

Sabía que estaba mal escuchar las conversaciones ajenas, pero sentía demasiada ansiedad e incertidumbre; necesitaba información y respuestas.

Voces algo amortiguadas se escuchaban al acercarse hacia las escaleras.

—Italia y malta han negado el desembarque —dijo una voz teñida de amargura.

—Hijos de puta —soltó otra voz, llena de frustración e impotencia.

—¿Qué podemos hacer? Son 629 migrantes; no pueden dejarles en alta mar, o pretender que les devolvamos al infierno del que vienen huyendo, es inhumano —comentó una tercera voz.

—contamos con agua y comida, además de medicinas para aguantar al menos tres días.

—No puedo creer que se laven las manos de esta manera, son seres humanos.

—Hay demasiada desinformación, mucho clasismo, racismo y xenofobia. Eso, que se junta con el poco compromiso y la falta de memoria de muchos europeos, que han olvidado que sus ancestros y sus compatriotas también fueron migrantes y refugiados de otros países.

Un suspiro generalizado opacó aquellas voces y Rachid volvió a rezarle a Alá para que no los desamparase.


Lunes, 11 de junio de 2018.


En uno de los camarotes bajo cubierta, un rescatista tenía puesta la radio a bajo volumen.

Rachid comenzó a deambular bajo cubierta, se sentía inútil, quería ayudar y no sabía qué hacer. Al escuchar la música, se detuvo un instante.

La radio interrumpió su transmisión musical para dar paso a un boletín informativo de última hora.

“el gobierno de España en voz de su nuevo presidente, brinda luces en la resolución de la difícil situación de los 629 migrantes a bordo del Aquarius. “Es nuestra obligación ayudar a evitar una catástrofe humanitaria y ofrecer un puerto seguro a estas personas”, dijo Sánchez luego de las declaraciones ofrecidas por la alcaldesa de Barcelona y el alcalde de Valencia, quienes por iniciativa propia decidieron brindar ayuda humanitaria, poniendo a disposición para desembarque a los respectivos puertos españoles. “Ante todo hay que salvar vidas humanas”, sostuvo la alcaldesa de Barcelona, quien se encuentra trabajando en colaboración con el alcalde valenciano para dar respuesta a esta situación. No obstante, parece que la decisión no ha sido bien acogida por muchos ciudadanos españoles, que vienen mostrando su descontento a través de redes sociales.
Si había entendido bien lo dicho durante aquel boletín, la situación comenzaba a complicarse. Intentando no dejarse llevar por la ansiedad e inquietarse, Rachid respiró profundo y subió a cubierta. Italia no les quería, malta también se había rehusado a recibirles. El gobierno español se había pronunciado, pero en el fondo eso no les otorgaba ninguna garantía.

Miró en derredor. Mujeres embarazadas, niños pequeños sin nadie quien les consolase. La vida podía ser en ocasiones tan dura y, sin embargo, el mundo seguía girando, el sol seguía brillando y ambos, él y su pequeña y dulce Niara, seguían vivos. Tenía que sostenerse de su fe, era lo único que les restaba en aquel momento: fe y esperanza.

A pesar de la incertidumbre se sintió agradecido. Agradecido con todas esas personas que le habían sacado del mar. Agradecido con alá por la oportunidad de un día más. Lo que pasaría con ellos aún estaba por verse, pero mientras tuviese vida, lucharía por alcanzar el puerto que le llevase a su tan anhelada libertad.

Rachid alzó la mirada y sus ojos se cruzaron con los de aquel pequeño niño. Era tan pequeño, al menos a él se lo parecía, pero llevaba una mirada de tanta determinación que Rachid se estremeció. El niño, se puso de pie y estiró aquel papel que, desteñido, comenzaba a deshacerse entre sus pequeñas manos.

El papel se convirtió en trozos; los trozos fueron arrastrados por el viento, pero el niño siguió caminando entre los migrantes adultos que le observaban con cierta sorpresa, mientras recitaba aquellos versos.

Al acercarse, Rachid pudo escuchar cómo el niño iba finalizando el poema, mirando de cuando en cuando a los adultos que le rodeaban.


“Por ahora olvida el orgullo
tu supervivencia es más importante.
Quiero ir a casa, pero el hogar es la boca de un tiburón
el hogar es el cañón de una pistola
y nadie dejaría su hogar
a no ser que el hogar te persiguiera hasta la costa
a no ser que el hogar te dijera
que dejaras lo que no puedas dejar atrás,
aunque sea humano.
Nadie deja el hogar hasta que el hogar
es una voz húmeda en tu oído
que te dice
vete, aléjate corriendo de mí, no sé en qué me he convertido”.

Rachid y el niño compartieron una mirada cargada de comprensión e intenciones. Habían llegado hasta allí; rendirse ya no era una opción, pasase lo que pasase.
Fin.

Agradecimientos

Quiero agradecer al equipo de reporteros del periódico El País de España, Naiara Galarraga Cortázar y Oscar Corral, a quien pertenecen las fotografías empleadas para acompañar este relato. Gracias a su trabajo a bordo del Aquarius he podido documentarme para desarrollar esta historia.

Esta es una historia ficticia, basada en el contexto que ofrece un hecho de la vida real. Los personajes Rachid y Niara, así como el resto, son creación de quien escribe. Se han omitido la mayoría de los nombres de los protagonistas reales, por respeto a la identidad de quienes están atravesando por este duro momento en sus vidas.

Este relato es un reflejo de mi imaginación, de lo que experimenté y sentií al leer las crónicas del reportaje del equipo de el País, por lo que las posibles inexactitudes en la narrativa, solo corresponden a lo que mi imaginación ha interpretado.

Los trozos de poemas incluidos en este relato, pertenecen al poema “Home”, de Warsan Shire.

¡Gracias por visitar mi blog!

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Y si te animas a que otros sepan lo que está ocurriendo en el mediterráneo central, te invito a compartir este texto con tus conocidos, familiares o amigos.

Gracias a todos por estar allí, les abrazo grande y fuerte.

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Demasiado bueno, a mi parecer fue excelente el relato

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