De papas y antipapas

in #spanish5 years ago (edited)

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La historia de la Iglesia es apasionante. En serio. Sobre todo, si te acercas a ella con ojos curiosos, despojados de religiosidad. La historia de cismas y herejías, del monacato, las órdenes militares o el papado… Porque, en cuanto se tutean el poder temporal y el espiritual, todo se pone muy interesante. Por eso me gusta leer sobre la Iglesia en la Edad Media. No solo es uno de los pilares básicos de la sociedad medieval; su historia es una sucesión de intrigas y luchas por el poder, conspiraciones, guerras y asesinatos que ¡ríete tú de Canción de hielo y fuego y su «juego de tronos»!


coronaci´ñon del antipapa
Coronación de una antipapa

Hoy voy a escribir sobre los antipapas, esos individuos que usurpaban el solio pontificio y pretendían ser reconocidos como pastores de la comunidad eclesiástica universal. Ejercían los poderes y funciones del papa pero se habían saltado un pequeño paso: no habían sido elegidos por sufragio canónigo, carecían de derecho y se les consideraba ilegítimos. Al menos por los seguidores del papa electo. Porque papas y antipapas eran las dos caras de una misma moneda y para los antipapas «oficiales» y sus seguidores, los excomulgados y auténticos antipapas eran sus oponentes. A veces no quedaba claro quién había sido el papa legítimo, o se condenaba a algún antecesor ya fallecido alegando que no había sido elegido de manera correcta, como pasó con Formoso, en el siglo IX. Eso significaba que se anulaban todos sus edictos y los obispos que hubiera ordenado ya no eran legítimos. Varios antipapas habían sido elegidos conforme a derecho, y ahí están, en la lista. Ya se sabe, la historia la escriben los ganadores. En fin, tampoco es que hubiera distinción moral entre ellos; un antipapa podía velar mejor por los intereses espirituales de la comunidad, y el papa legítimo ser un auténtico canalla. Los antipapas son recordados porque Iglesia considera que también forman parte de la historia de su propio camino.

En este punto, me gustaría recordar que la elección de los papas mediante cónclave de cardenales no se dio hasta el siglo XII. En los primeros tiempos de la Iglesia, los obispos solían ser elegidos por los integrantes de su comunidad, y consagrados por obispos de diócesis vecinas. En el caso del papa, obispo de Roma, los clérigos, bajo supervisión de los obispos, escogían un candidato; luego lo presentaban al pueblo de Roma para que lo confirmara. Con el tiempo, esta potestad quedó en mano de las familias nobles, lo que llevó a numerosos tumultos y choques entre los patricios de la ciudad. Fue una de las causas de que, a veces, cada facción aclamara su propio papa. Y ya estaba hecho el lío.

Como vemos, los antipapas surgían en momentos turbulentos de la Iglesia, ya fuese para oponerse a un papa, porque la sede estaba vacante o porque eran elegidos dos papas al mismo tiempo. Unas veces les salía bien la jugada, y el papa elegido legalmente debía huir de Roma —o era encarcelado o, directamente, asesinado—; otras veces eran ellos los que acababan exiliados, presos o despedazados por la masa romana enfurecida.

La aparición de los antipapas podía darse por discordancias doctrinales. Es lo que pasó en el siglo III con los dos primeros, Hipólito y Noviciano, que no estaban de acuerdo con la moderación con que se trataba ciertos aspectos de la penitencia, y rechazaban la misericordia con los que habían apostatado. El primer antipapa, en realidad, se terminó reconciliando y murió mártir. Eran estos antipapas doctos y eruditos. Otro caso es el de Félix II, un siglo después, al que el emperador Constancio II, partidario del arrianismo, puso en la silla papal después de echar al papa legítimo que defendía la ortodoxia.

Pero, no nos engañemos, la mayoría de los antipapas no aparecieron por motivos espirituales. A la hora de elegir al Sumo Pontífice había intereses políticos. Muchos. De los patricios romanos, del pueblo de Roma, de los candidatos al Sacro Imperio, de los reyes que aspiraban a la hegemonía europea…

Antipapas del Siglo de Hierro


Con el paso de los siglos, las altas jerarquías de la Iglesia se habían ido inmiscuyendo cada vez más en los asuntos seculares. A mediados del siglo VIII, los francos hicieron a los papas soberanos de un Estado propio. Abades y obispos se convirtieron en señores feudales, consejeros reales o funcionarios imperiales. Poseían un poder político y económico que muchos ambicionaban. En contrapartida, los reyes eran aceptados como protectores y gobernantes de la Iglesia en su reino, y el emperador carolingio en el defensor universal y protector del papado. Y todos se arrogaron el poder de investir a los miembros del alto clero.

En Italia, a partir del siglo IX, papas y antipapas eran puestos y depuestos por nobles, reyes o emperadores, según conviniese al que ostentaba el poder en ese momento. Fue el Siglo de Hierro del papado, una época oscura y vergonzosa para la Iglesia. Años de papas depravados y corruptos que se debían al señor que los había puesto ahí, de papas que morían envenenados o estrangulados en una sucesión de pontificados aún más breves que el de Juan Pablo I. La época de la Donna Senatrix, hija, amante y madre de papas; la mujer que nombraba y eliminaba papas. Fueron antipapas de este periodo Cristóbal, Dono II, Bonifacio VII (un buen elemento que asesinó a dos papas), Juan XVI, Gregorio, Benedicto X y Honorio II.


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Antipapa Bonifacio VII

Los antipapas del emperador


Hasta bien entrado el siglo XI, el Vaticano apenas pudo luchar contra las ingerencias de los poderes civiles. Solo tras la reforma gregoriana, el papado se vio con fuerzas para defender sus intereses. Gregorio VII afirmaba la primacía del papa sobre los poderes temporales; más en concreto, sobre el emperador. Esto originó una crisis que provocó que surgiesen antipapas como setas. El papa prohibió la investidura de obispos por parte de los poderes laicos; los clérigos se debían a la Iglesia y no podían ser vasallos ni de reyes ni del emperador. Dio así inicio la Disputa de las Investiduras. El emperador Enrique IV intentó deponer al papa y este lo excomulgó; luego trató de reconciliarse pero, al ver cuestionado su poder, finalmente optó por nombrar su propio papa, Clemente III. A este lo sucedieron Teodorico, Alberto y Silvestre IV, con la connivencia de Enrique V, una verdadera dinastía de antipapas, hasta que se superó la disputa con una solución de compromiso: se separó la investidura clerical de la feudal. Más adelante, los enfrentamientos entre papado e imperio se recrudecieron con el emperador Federico I Barbarroja, y se pueden contar doce antipapas hasta finales del siglo XII, todos meros títeres del emperador.

El Cisma de Occidente


El gran Cisma de Occidente fue la última época que propició la aparición de antipapas. Desde finales del siglo XIII, el papado había acusado una dependencia cada vez mayor de la monarquía francesa. A principios del siglo XIV, Roma volvía a ser un avispero y los papas trasladaron su sede a Aviñón, un enclave en plena Francia. Esto se tradujo en que todos los papas y casi todos los cardenales de este periodo, unos 70 años, fueron de origen francés.

Pacificados los Estados Pontificios, se volvió a trasladar la sede a Roma, y al poco se volvió a elegir un papa italiano, Urbano VI. Los cardenales franceses, aún mayoría, impugnaron esta elección, alegando que les fue impuesta por la presión del pueblo romano, y designaron como pontífice a su paisano Clemente VII. Y así se consumó el cisma. El primero residió en la Ciudad Eterna mientras el segundo se volvió a Aviñón.

Esta doble elección dividió la cristiandad en «obediencias». Las naciones se alinearon en uno u otro bando, y más de una vez cambiaron de frente. Como casi siempre, había motivos políticos de fondo: Inglaterra y sus aliados en la guerra de los Cien Años siguieron al papa italiano, y Francia y sus partidarios, al francés. Esta ruptura de la unidad de la Iglesia provocó una situación caótica. Los papas rivales se excomulgaron recíprocamente, de manera que toda la cristiandad se encontró excomulgada. Como los príncipes cambiaban de papa según su conveniencia, los fieles no sabían muchas veces cual era el verdadero. Había diócesis con dos obispos, monasterios con dos abades; las órdenes religiosas se dividieron (por ejemplo, 13 provincias de los dominicos siguieron al papa de Roma y 5 al de Aviñón). Con arreglo a la ley canónica, eran pontífices legítimos los papas de Roma. Se considera antipapas, por tanto, a Clemente y su sucesor, Benedicto XIII.

Pasaron los años, y la cristiandad buscaba una solución. Aprovechando una tregua en la guerra europea, se convocó concilio en Pisa al que acudió Gregorio XII. Se intentó llegar a una solución deponiendo a los dos papas y nombrando uno nuevo. Pero esto fue añadir más leña al fuego porque solo se consiguió agregar un tercer reclamante al solio pontificio, Alejandro V, al que sucedió un año después Juan XXIII, un personaje ignominioso. El caos llegó a su punto culminante.

Finalmente, tras cuarenta años, la situación se solucionó con el Concilio de Constanza (1414-1418), en el que los poderes temporales llegaron a un acuerdo para poner fin al cisma. El concilio se declaró superior al papado y depuso a Juan XXIII, y presionó Gregorio XII para que renunciase. También destituyó a Benedicto XIII , el papa Luna, cuyo carácter indomable había hartado hasta al rey de Francia. Pero él se siguió considerando papa y «se mantuvo en sus trece» hasta su muerte en Peñíscola. Por consenso, en Constanza se eligió a Martín V como único pontífice.


papa luna
Benedicto XIII, retablo de Cinctorres

Sin embargo, el concilio había dejado unos rescoldos que llevarían al último antipapa reconocido por la Iglesia. Sus principales impulsores querían reformar la Iglesia desde su cabeza y, aprovechando la supremacía reconocida del concilio sobre el papa, aspiraban a intervenir y controlar las acciones de los papas. Pero el sucesor de Martín V, Eugenio IV, se consideró desligado de los compromisos aceptados y reafirmó la superioridad del papa sobre el concilio. Esta decisión llevó a que los conciliares eligiesen un antipapa en Basilea, Félix V. Para ellos, la Iglesia no la formaba la jerarquía sino el conjunto de los fieles; los clérigos debían ascender por su piedad, estudios y sabiduría, y había que acabar con el nepotismo. Por supuesto, no recibieron ningún apoyo de los poderes temporales y la ruptura no fue más allá. Diez años después, Félix reconocía la legitimidad de Martín V y su sucesor y era recibido en el seno de la Iglesia.

Antipapas en nuestros días


Hay 36 antipapas reconocidos por la Iglesia católica, más algunos dudosos. Después del siglo XV, se perfeccionó la elección papal para evitar que volviesen a surgir. No obstante, en las últimas décadas han surgido una serie de «papas» como reacción al Concilio Vaticano II. Forman parte de grupos ultraconservadores que afirman que el trono papal está vacante desde la muerte de Juan XXIII. Un ejemplo es el «papa Clemente» de El Palmar de Troya y sus sucesores. En realidad, estos grupos están muy cercanos al mundo de las sectas, y la Iglesia Católica no ha reconocido a ninguno como antipapa.

antipapas de la iglesia católica
Cuadro de elaboración propia basado en las disversas fuentes

Fuentes

MADRID, M. y MALO, G.: Tú eres Pedro: El papado en la historia, San Pablo, 2005
Antipapas, una historia de los cismas de la Iglesia
http://www.jdiezarnal.com/papas.html

Autor: Javier G. Alcaraván (@iaberius)
Esta entrada la publiqué antes en mi blog Gabinete de historias curiosas.

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