Sombras hambrientas | Escritos de una mente desequilibrada XII

Te contaré mi historia y espero que me creas, no recuerdo cuándo sucedió, tampoco recuerdo dónde, aunque es cierta es aunque y es posible que no me creas, no te culpo, porque si no fuera por las cicatrices marcadas por todo mi cuerpo, te diría que es mentira.

Para llegar aquí cada uno debe vivir algo horrible, o como en mi caso, morir bajo circunstancias especiales, quizás solo por eso llegues a creer mi historia, no pretendo que lo hagas, pero necesito contarla y eres quien me está escuchando.

Me perdí, creo que hace mucho tiempo, no recuerdo nada aparte de despertar en medio de un campo desolado, no importaba cuanto caminara, nunca llegaba a ningún lugar, me acosté a dormir, desperté, y estaba otra vez donde inició todo. No sé cuantos días pasé por lo mismo, y cuando noté los cambios ya era muy tarde.

Al dormirme, a veces en contra de mi voluntad, nubes de tormenta comenzaban a aparecer en el cielo oscureciéndolo, creando sombras a mi alrededor que me cobijaban con su frialdad, haciendo que despertara cada vez con un escalofrío de terror y más miedo del normal.

Una noche antes de dormir sucedió todo, no sé si para bien o para mal, pero al fin salí de ese bucle eterno de desesperación. Mi cuerpo débil, demacrado y hambriento cayó a la fría tierra mientras la oscuridad dominaba el cielo y las sombras lentamente se arrastraban hacia mí, sonreí, creí que todo acabaría.

No fue así, las sombras se posaron sobre mi cuerpo, y antes de cerrar los ojos para morir o volver a despertar otra vez al principio de todo, ellas saltaron de mi cuerpo hacia el cielo buscando algo que no encontraron en mí.

El viento que arreciaba les dio vida, cuerpo, alas y plumas, se convirtieron en sombras corpóreas con una sola finalidad: hacerme sufrir. Grité, no la primera, ni la segunda vez que arrancaron trozos de piel, grité cuando sin poder defenderme un pico que se burlaba de mí se acercó a mi rostro y arrancó uno de mis ojos, grité con todas mis fuerzas y callé, demostrar el sufrimiento de ser despedazado vivo los alentaba a seguir alimentándose con voracidad de mí.

Creo que llegaron a mis huesos antes de detenerse y dejarme morir finalmente, antes de que despertara en este lugar sintiendo el dolor de mi cuerpo volver a ser lo que era, aunque ahora lleno de cicatrices que nunca me podré quitar, sin importar que ustedes las vean, porque lo peor es que cada vez que parpadeo vuelvo a vivir ese momento, ese martirio, el sufrimiento eterno de morir y no poder descansar.

No sé cuando fue, pero ocurrió y mis cicatrices lo demuestran, no sé si me crees, aunque no me importa, porque solo necesitaba que alguien me escuchara contarlo.

No puedo evitar sonreír ante tu historia, no, no te alarmes, creo totalmente en ella. Ahora es mi turno de contar la mía, sé que me vas a creer, no tengo dudas, porque fui uno de los cuervos que se alimentó de ti ese día.