El enigma de Baphomet (186)

in #spanish6 years ago

Decía el Deán:
—La peor dificultad es que Gelvira no consentirá abandonar al niño para siempre. Cuando pase un tiempo y se le haya pasado lo del asesinato de Alejandra, creo que, ni por la corona, ni por nada, querrá separarse de su hijo. Tenemos que instruirla en la formación humanística y teológica que tenía su hermana. Tienen la misma caligrafía y Gelvira es muy lista, puede aprender de memoria el tratado de su hermana. Antes de ser Abadesa se llamaba Alejandra Núñez Osorio. El tratado teológico sobre el sacerdocio de la mujer en la Iglesia Católica está firmado por Alejandra Núñez Osorio antes de ser Abadesa de Gradefes.
Saltó el Obispo como si lo hubieran pinchado:
—Ese libro es sacrílego.
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Yo lo he leído y lo he reprobado. Ni siquiera le he dado el paso para que lo lleven a Avignon a la Santa Sede. No olvidemos que Jesucristo no instituyó el sacerdocio en las mujeres y pudo haberlo hecho si hubiera querido.
En el fragor de la conversación metió la pata el Deán diciéndole como si se tratara de un reto:
—Lo haremos llegar ante el Papa. No olvides que lo ha escrito una abadesa perpetua. El que tiene que decir si es sacrílego o no es el Papa. Y si lo aprueba será mi hija Alejandra la primera sacerdotisa y la primera obispa que puede llegar a ser cardenal, y en cónclave siguiente ser nombrada papisa. ¿Qué se habrá creído el rey de Francia, que puede poner y quitar papas a su antojo?
Se levantó el Obispo del asiento dando voces:
—Estás loco, estás absolutamente loco. La Abadesa Teresa ha muerto. ¿O no te has enterado?
El rey dormitaba con la cabeza recostada sobre el brazo. Y se desperezó como si estuviera sesteando porque las voces del obispo le habían molestado. Y seguía el Obispo diciendo:
—Si sigues insistiendo en la validez del libro, puedo excomulgarte.
Le contestaba el Deán:
—Entonces, ¿para qué nos hemos reunido tantas veces en estos montes, en esta sacristía solitaria?
Se quedaron en silencio y los ecos de la sacristía se retorcieron y se sumieron por debajo de la puerta.
Sin duda, los más ambiciosos son el Deán y el Rey. Cuando daban voces, el Abad callaba y observaba. No se atrevía a meter baza. Al Deán se le salían los ojos cuando alguien lo contradecía, y al Rey le pasaba lo mismo, pero intentaba responder y no tenía fuerzas. Sólo quería que le dejaran el niño en adopción, sin más problemas. Y que lo firmara el Deán y Gelvira que eran los que podían dar el consentimiento.
El rey, que no podía con el alma, decía:
—Pero le ofrezco el reinado. Mi pena me abruma después de que se me muriera la niña hace año y medio y ahora mi hijo de poco menos de un año, y yo ya no puedo tener más descendencia. Lo educaré yo; y si muero, los regentes se encargarán de educarlo, mi augusta madre y mi esposa.

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(María de Molina y su hijo Fernando IV: tomada de https://es.wikipedia.org/wiki/Mar%C3%ADa_de_Molina)

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(Constanza, reina consorte de Fernando IV: tomada de https://es.wikipedia.org/wiki/Constanza_de_Portugal_(1290-1313))

Mi esposa lo ha aceptado como hijo. Ya está en el palacio y eso no podemos volverlo atrás. Ahí tenéis la escritura para que firméis el consentimiento. Y Gelvira podrá verlo siempre que quiera. De palabra, ya ha aceptado ser la madre del futuro rey Alfonso XI. Además es precioso, es rubio y bello como Gelvira, de la más idónea raza para luchar contra los moros y reconquistarles todo el sur de la península.
Se replicaban. Ya no recuerdo quién decía:
—Será muy difícil porque en algo se diferenciarán Gelvira y Alejandra. Bueno, ahora Gelvira y Teresa, porque Alejandra murió asesinada siendo la Abadesa Teresa Pérez.
Decía otro:
Si han llegado a Gradefes rumores de la muerte de Teresa, se desmentirán en un instante al ver a Gelvira lozana y sonriente entrar en el monasterio, pasando por ser la madre Abadesa.
—Eso será muy difícil. En algo se diferenciarían. Además, seguro que las monjas, aunque la vean igual a su hermana, observarán que no hace las mismas cosas; algo tiene que hacer distinto, lo primero porque no sabe nada de convento. Y hay muchos, infinitos detalles que es imposible que los aprenda de un plumazo. Quite esa idea de la cabeza.
—Es que tampoco podemos dejar eso que se resuelva solo, porque todavía no saben las monjas que su abadesa ha muerto. Sólo saben lo que se les dijo al despedirse: que iba a cuidar una temporada a su hermana enferma y viuda, después de haber encontrado asesinado a su marido el molinero.
Esto sí recuerdo que lo decía el Deán en el cruce de conversaciones:
—Cuando nacieron las niñas, ni yo, su padre, ni su madre las diferenciábamos, ¡Eran exactamente iguales! Y cuando crecían no se diferenciaban ni en las ondas del cabello. Sólo se diferenciaban en las huellas de los dedos. Como murió su madre poco después del parto, yo tuve que hacerme cargo de ellas.
Al obispo no se le ocurrió otra cosa que, a una prepararla para el matrimonio con un hermano mío, el molinero de San Esteban de Valdueza, que tenía un carácter podrido y sólo pensaba en el dinero; y a la otra, prepararla para entrar en el Císter, para llegar a ser Abadesa. Nos costó convencerlas porque eran dos niñas preciosas y listas, hermanas gemelas inseparables; pero, al final, no tuvieron más remedio que adaptarse y cada una ser educada por su lado, sin verse. Aunque eran exactas en el aspecto, en el carácter eran muy diferentes. Gelvira era dulce y Alejandra tenía un carácter más fuerte que el de diez obispos juntos. Era mi propia hija y a los seis años ya no aceptaba mis mandatos. Todo tenía que ser por las buenas y siempre razonándole lo que se le ordenaba. Cuando fue elegida abadesa, cambió de nombre porque era virtuosa, mil veces más que todos nosotros. Yo quería que mantuviera el honroso nombre de la familia: “Núñez Osorio”, pero ella se tomó el Evangelio al pie de la letra y renunció a todo, hasta de su linaje. Renunció a todo lo mundano y se puso el nombre de la fundadora del Monasterio de Gradefes con su nombre y apellido: Teresa Pérez. Las mujeres, en la sombra, son las heroínas de la Iglesia. Los que figuramos somos los presbíteros, obispos, cardenales y papas, todos hombres, pero las que verdaderamente sostienen a la Iglesia con su trabajo, virtudes y silencio, son las mujeres en todo el orbe, por mucho que parezca que hablan demasiado.

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