Lo que dejó el apagón

En Venezuela el jueves 7 de Marzo hubo un apagón de la muerte, donde nos mostró el abismo -que significa eso-, no tiene otro concepto; que sin detenimiento hemos llamado fondo. Nos señaló su camino, su inicio y no su fin. Nos agarró de sorpresa en un vaivén de emociones, en la cual escondimos en la esperanza, el odio, y la fe; en la agitación de dos meses de conflictividad. Nos enseñó sin eufemismos la complejidad de nuestras desigualdades. El acomodado de siempre y el de ahora, dándonos de cuenta que el que menos sufre es porque ha podido surfear en la pobreza galopante, pero también el viejo pobre y el nuevo pobre de esta revolución criminal.

Los venezolanos pudimos ver contrastes inexplicables. Por ejemplo; el que tomó agua del Guaire y comió carne podrida. Pudimos ver el que lava dólares, y extrae alimentos, gasolina. También el que vende drogas, o el que ahorró de la corrupción del Estado “su gota de petróleo” y compró agua, hielo, y whisky en moneda extranjera. Vimos el que bachaquea y vende su idea de colectividad. El inerte, el resiliente y el pesimista. Nos enclaustro en el escenario del siglo XIX, olvidado en el caserío más recóndito, o en la película más pobre. El apagón de 5 noches que oscuras nos sometió en la desaparición del ciberespacio, donde hemos aprendido a tener familia, amigos; a tener vida. En el hogar de la Venezuela descalza que camina triste por el mundo. Donde unos han nacido, como nosotros lo hicimos entre la extensión innovadora de la energía eléctrica.

Oscuridad tenebrosa, miedo escalofriante, asombro de un país rico, ultrajado y defalcado. Es el asombro ante la mentira cruel del usurpador, que juega al compás del psiquiatra que insiste en la disociación sistemática. Mientras unos corrían a suicidarse, y otros saquear por hambre o por vandalismo, el tirano hablaba con malignidad burlesca de Tony Stark y de Jhon McClane. Imponiendo desde la discursiva oficial, la mentira enterradora.

Pues los venezolanos corrimos, sufrimos, fallecimos, y volvimos a vivir. Entre miedo, angustia y frustración, sentimos la valentía de la mayoría que pudo brindar una mano amiga yendo al hospital a cocinar para otros, regalando agua, consolando al desesperado, entregando toda su acción al bien común, doblegando su inmediatez en la fe cristiana, en la consciencia ciudadana, y en el aprendizaje familiar.

Cuando vi esto último dije; vale la pena seguir luchando.

Escrito por Jhon A. Romero.-