El octogenario (Cuentonano)

El octogenario se sienta en la silla mecedora que se encuentra frente al porche de su casa en el campo.
Coloca en su cabeza una almohada para que su cuello y cabeza descansen cómodas ante lo duro de la madera del asiento.
Toma su café mañanero lentamente dejando que el aroma del mismo penetre por su nariz.
Mira el campo desde allí, escucha el trinar de las aves y el viento que esa mañana fría parecen conjugarse para regalarle un concierto de despedida.
Son apenas las seis de la mañana y el sol ya comienza a salir en el este.
Se encuentra en el lugar donde planeó estar toda su vida y está feliz de eso.
Es viudo desde hace cinco años y sobrevive al dolor de la partida de su compañera de risas y dolores, estoico ante los embates de su ya cansado corazón que amenaza cada día con detenerse.

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Vive allí desde hace 10 años con su hija mayor, quien por azares del destino perdió a su familia en un accidente de tránsito y sobrevivió al accidente.
Cuando compró esa casa como un auto regalo al cumplir los 50, se dijo a sí mismo.
“Será el último lugar donde viviré”
Ahora treinta años después está seguro que así ocurrirá.
Salió del campo a la ciudad en su juventud a buscar nuevos caminos y tras toda su vida habitando en la selva de concreto de la gran urbe ha regresado al lugar donde sus recuerdos de infancia lo llevan.
La brisa, los pájaros, el silencio de las noches, el contemplar las estrellas en todo su resplandor y hasta el titilar de las luciérnagas lo llevan a épocas felices, cuando sin tener noción de lo que significaba ser adulto disfrutaba de la ingenuidad que de cierta forma aún no ha perdido.
Coloca su codo sobre el brazo del mecedor y dos dedos sobre su frente.
Cierra los ojos y va durmiéndose lentamente dejando de respirar.
Su hija lo encontrará sin vida dentro de una hora cuando le traiga el desayuno.
Agradece a Dios antes de marcharse por su vida.

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