Pueblos de Soria, España: San Pedro Manrique

juancar347 (72)in #spanish • 6 years ago

Las denominadas Tierras Altas sorianas, constituyen un fascinante universo por descubrir. Su historia es historia antigua, vieja y en muchos casos, desesperadamente perdida en esos insondables charcos de un pasado que, a juzgar por lo que sobrevivió, debió de ser sumamente rico y cautivador.

Si son muchos los pueblos de este entorno que han claudicado ante esa horrible pandemia que es la despoblación y el olvido, San Pedro Manrique todavía luce con orgullo los metafóricos pendones de una ‘capitalidad’, cuya importancia, en el pasado, todavía se puede sentir en los imponentes blasones nobiliarios, herederos de los grandes señores de la Mesta, que desde épocas medievales a tiempos relativamente modernos, se enseñorearon de estos montes y quebradas con el balido ensordecedor de sus inestimables rebaños.

Pero es también San Pedro Manrique, una tierra de enigmas y de tradición, de leyendas y de ínsulas –siquiera sea metafóricamente hablando y recordando los sueños de grandeza de aquél simple bonachón que fue Sancho Panza- que dejan entrever, aunque la documentación guarde un interesado silencio, la presencia de esos misteriosos monjes-guerreros, los caballeros templarios, que realizaron en estos lares con sus espadas las mismas proezas que los celtíberos pelendones con sus lanzas, sus hachas de doble filo y sus falcatas, muchas veces contra un enemigo eminentemente superior.

En efecto, dicen los sampedreños, que las ruinas que se ven sobre una colina, a la salida del pueblo, dominando una pequeña depresión que actualmente recibe el triste honor de recoger las basuras del municipio, fueron, allá por los siglos XII-XIII, un orgulloso convento de templarios, vinculado a la figura advocatoria de San Pedro, quiero pensar que ad Vincula, es decir, ‘encadenado’; aquél al que la tradición, o la leyenda –fuera ésta o no, dorada, como nos la presentó Santiago de la Vorágine- afirma que fue liberado de su cautiverio por esos mismos ángeles que, según algunos investigadores, solían figurar también en los escudos de los caballeros templarios.

Pero no hace falta acudir a las afueras del pueblo, para percatarse de otros detalles, que induzcan a suponer que su presencia fue más cierta y constante de lo que nos quieren hacer creer los libros de Historia.

Madoz, en su famoso Diccionario, no especuló con estos datos, si bien, parece ser que sí recogió lo relativo al convento de templarios de San Pedro, del que acabamos de hablar. Pero basta hacer una pequeña llamada de atención hacia ciertos elementos y nomenclaturas de época medieval, que a duras penas sobreviven todavía, para especular con ciertas garantías de veracidad.

En vista de ello, podría decirse que un detalle relevante, es el nombre de esa calle que va a desembocar a una de las puertas de la antigua muralla medieval que cercaba la ciudad: La Rochela. Nombre que, indudablemente, nos remite a Marsella y a su puerto homónimo de La Rochelle, lugar en el que durante la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) los alemanes tenían una importante base de submarinos, pero que mucho antes, durante los siglos XII a principios del siglo XIV, momento en el que fue suprimida la Orden, era uno de los principales puertos desde los que la flota templaria -¿recuerdan esas leyendas y tradiciones, sobre la flota que escapó al arresto e incautación de los bienes de la Orden y que huyó a algún lugar desconocido, llevando en sus bodegas el supuesto tesoro del Temple?- realizaba buena parte de sus actividades.

Sospechosas son también, las ruinas de lo que antaño fuera la iglesia, de alzada gótica de San Miguel –probablemente, levantada en los siglos XIV o XV, coincidiendo con el final de la Orden- que actualmente forma parte del cementerio municipal.

Se localiza éste entre las ruinas del castillo, que dominan la ciudad y los restos del recinto amurallado del que acabamos de hablar, destacando, si bien malogradas, la belleza de sus bóvedas con forma de palmera y el rico simbolismo añadido a los medallones de las nervaduras de lo que, a juzgar por los exorbitantes restos de hollín, debió de conformar la cilla y la cocina.

La entrada a la torre, está cegada con tierra y escombros, por temor a derrumbamientos y accidentes, y se dice –o se decía en tiempos- que en ella había oculto un formidable tesoro.

En la misma diagonal, apenas son cien o doscientos los metros que separan el cementerio del que quizás, hoy por hoy, sea el lugar más relevante de San Pedro Manrique, tanto para sus habitantes como para los foráneos que lo visitan todos los años coincidiendo con la festividad de San Juan y el solsticio de verano: la ermita de la Virgen de la Peña –Virgen tradicionalmente negra- y el Recinto del Fuego.

Es de reseñar, que no cabe duda de que este acontecimiento –el paso del fuego- es el espectáculo principal por el que se conoce a San Pedro Manrique, tanto a nivel nacional como internacional, y su desarrollo todavía continúa encendiendo floridos debates –valga la redundancia- en los ámbitos científicos. Y es que resulta todo un espectáculo ver a los pasadores –bien solos bien portando una guapa moza sobre los hombros- àsar descalzos por las brasas –y les puedo asegurar que su combustión es altísima- y alcanzar el otro lado sin un rasguño ni una quemadura.

¿Cuál es el truco?, se preguntarán. Nadie lo sabe: hay quien dice que la fe; otros, que si se aplican un ungüento en la planta de los pies, cuya composición es tan secreta como la famosa fórmula de la Coca-Cola y aún otros, los más sensatos, posiblemente, afirman que se puede conseguir pasando rápido y sobre todo, pisando fuerte. Ya ven: ¿se atreven a intentarlo?. Sinceramente, yo no.

Después de las Hogueras, queda el desfile de las Móndidas. No son éstas, sino doncellas elegidas y ataviadas tradicionalmente –sus tocados, recuerda, por su abundancia, los antiguos ritos de la fertilidad que se realizaban en honor de matres asociadas a la fecundidad y la agricultura, como Ceres y Proserpina- que algunas fuentes pretenden remontar o comparar con el llamado Tributo de las Cien Doncellas, instaurado durante el tiempo de la monarquía asturiana, coincidiendo con el reinado del rey Mauregato, a quien se atribuye tan vergonzoso tributo al Califato cordobés, a cambio de mantener sus privilegios.

Pero todo parece indicar, que no se trata sino de una falsedad histórica y que la Historia trató injustamente a este soberano, que en realidad, fue uno de los más ilustrados de la línea sucesoria iniciada por Don Pelayo en Covadonga.

En ambos casos, tanto el paso del fuego como las Móndidas, parecen remontarse a ritos ancestrales mucho más antiguos.

Espero que les haya gustado lo que han leído y si en el próximo solsticio de verano tienen ocasión, no lo duden, acérquense hasta San Pedro Manrique y disfrutarán de un espectáculo que nunca olvidarán.

[Hospital de la Fuenfría, Cercedilla, Madrid, sábado 4 de agosto de 2018]