Cuentos de MariQ. La gallina turuleca. (primera entrega)

Esta es la señora Antonia. Ella tiene un gallinero y una de las gallinas es turuleca. Todas las mañanas al ir a ponerles el alimento, revisa el nido a ver si ya pusieron huevos. Todas lo ponen, menos la gallina turuleca. La señora Antonia no se explica el porqué de aquello, si todas son tratadas con el mismo cariño; a todas las alimenta, les acaricia el cogote, les canta de vez en cuando una cancioncita, es cierto que algunas son cursis, pero ¿qué van a saber esas gallinas de canciones cursis o no? —¡Ah! –se lamenta– ¿Será que le hace falta un gallo? Le compraré un gallo- sentencia- quizás así se alborote y le den ganas de poner huevos.

Seis son las hijas de la señora Antonia. Seis, que cuando remodelaron la cocina comenzaron a conspirar para ver cómo se deshacían del gallinero. No lo querían ver más. En su lugar pondrían un bar para poder jartar aguardiente las veces que quisieran sin tener que ir a los bares del pueblo y gastar tanto dinero. La señora Antonia comienza a sospechar.
—¿Estas muérganas de que tanto hablarán? –Se pregunta intrigada–. Seguro me quieren tumbar el gallinero. Pero qué va, no soy tan toche, tendrán que joderse mucho inventando un cuento para que puedan cometer esa felonía en contra mía. Déjalas… ya verán quien es más arrecha.

—Pero ¿cómo poder convencer a mamá? –Se dicen unas a otras–. Nadie la sacará de su idea de tener el gallinero...y se ve tan feo. ¡Qué lindo se vería un bar con toldo y todo!
—Tenemos que usar todos los argumentos posibles, pero ese gallinero no puede estar más allí. Usemos la fuerza, tumbemos el rancho, matemos a todas las gallinas y sanseacabo.
La que así habla es Nancy, abogada no por convicción sino porque le revienta cuando alguien no quiere entrar por el carril, y cuando eso ocurre se transforma en un león enfurecido, capaz de intimidar al más sobrado. Y qué bueno es saber de leyes, se dice, porque está dispuesta a todo, llegar hasta las últimas consecuencias si su mamá no cede por las buenas y permite que tumben el gallinero, de lo contrario le meterá una demanda.
—Si… –afirma Ana, impulsiva, metódica, obsesionada con el orden, hastiada de ver que el patio cada vez se parece más a un botadero de basura y no un lugar solariego donde poder reunirse como lo están haciendo ahora.
—Podríamos decirle que les dio moquillo y tuvimos que matarlas. Sería genial, ya no veo la hora de tener nuestro lindo bar con toldo y todo.
—Esa historia tan tonta no se la creerá. Hasta pareces estúpida –interrumpe Jenny, la menor de las muérganas, que detesta que su hermana Ana siempre la obligue a barrer el patio. Para ella el orden es cosa de gente pendeja, una pérdida de tiempo irrecuperable, el cual no está dispuesta a perder con una escoba.
—Eso es, usar la fuerza, de manera que a torcer pescuezos.

Sulay siente un escozor entre el miedo y la lealtad a su mamá. Las argumentaciones de sus hermanas se agitan dentro de ella. Quiere desistir, pero debe sacar cuentas de los gastos. Si, porque eso de montar un bar con toldo y todo debe ser una cosa muy costosa.
—Conmigo no cuenten –alega- eso de torcer cuellos me da escalofríos. Sentir en tus dedos aquellos huesecillos es repugnante.
—Mala excusa para salirte de lo acordado –interrumpe Nancy, que ya sentada frente a la computadora redacta la demanda que introducirá ante los tribunales.
—Ya quedamos en que así será, de manera que ve a ver como haces con tu conciencia.

Este cuento es de mi autoría: @Mariqyes

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