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in #spanish5 years ago

Fuente imagen:http://derechomaritimoblog.com/que-es-la-averia-gruesa/

A menudo, nos gustamos como somos. Eso implica crearse una imagen falsa, negar ciertos defectos a la vista de todos. Para la buena forma de la autoestima, nada mejor que tener a mano un buen autoengaño.

Funciona.

El buen autoconcepto es la vitamina C de la salud mental. Viene bien un poco cada día, nada más levantarse, teniendo así la dosis necesaria para todo el día. Esa mentira, nos permite seguir adelante. Mirar a los ojos al destino. Desafiar a la perra vida y tener osadía de plantarle cara.

Funciona.

Sin embargo, los imprevistos llegan de vez en cuando al calendario. Se precipitan sin orden ni llamar a la puerta. Igual que un avión se desvía de su ruta camino al suelo para sorpresa de los controladores aéreos. Los imprevistos pueden venir en formas variadas: a veces son rupturas sentimentales o trapos sucios desvelados. Un sinfín de formas gelatinosas capaces de mandar tu vida al traste. Sin embargo, hay una en que nuestra insolencia y mediocridad se pasea triunfante por el mundo.

Las averías.

Algo se estropea en nuestro mundo: no es algo físico ni emocional, sino algo material. Un objeto necesario para nuestro día a día. Quizá el ordenador o el exprimidor de limones; tal vez el motor del coche. Puede ser un problema de manguitos o de carburador. El caso es que, sin tener ni puta idea, nos lanzamos a la aventura de cómo solucionarlo.

Y no funciona.

Nuestro orgullo, se coloca como una barrera arquitectónica que impide ver bien las cosas. El concepto distorsionado como un test de Rorshratch, nos hunde en el fango en vez de avanzar. Es común ver al mindundi husmear en el capó del coche: concentrado en la inmensidad de las piezas sin saber para qué sirve ninguna. Emitirá un diagnóstico leve. Seguro equivocado. Un consejo de baja calaña que le asegurará pagar más en el mecánico.

Una actitud nefasta.

Las averías son sinónimo de límites. Una frontera colocada a nuestro talento. Una ley no escrita sobre lo que no podemos hacer. Sin embargo, nos gusta rebelarnos y estar por encima. No nos gusta que la vida nos ponga en nuestro sitio. Mola más saltar sobre los problemas y esperar que se acojonen ante nuestra presencia.
Pero eso nunca sucede.

Me gustaría decir, que tras esta diatriba crítica hacia todos nosotros, soy yo uno de esos que acepta sus limitaciones. Pero mentiría: soy otro payaso narcisista ansioso de su minuto de gloria. Cabreado cuando la realidad me da de collejas. Y amigo de escupir sobre las fronteras del conocimiento. Todo este cocktail, me asegura un nicho de desgracias repetidas a lo largo de la vida. Un cúmulo de situaciones adversas que la arrogancia no podrá sortear.

Sin embargo, siempre queda un plan B: y ahí está el autoengaño para negarlo todo. Al final, la culpa será de dios, el destino o las circunstancias, pero nunca bajo ningún concepto, de un humilde servidor.

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