EL CULTO AL SOL

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Algunas tribus, creyentes del animismo y esas cosas, se entregan con devoción al dios sol. Astro calefactor, fabricante de vida en las plantas. Licencia para la fotosíntesis. Proveedor de vitamina D y de delicados cánceres de epidermis. El sol está presente en todos los rincones, con mayor o menor fuerza, y su máxima deserción es la excedencia que se toma unos meses en las zonas polares.

Nos concede vida y nos regala muerte.

Sin él, la temperatura adecuada no permitiría expandir la vida. Las plantas no crecerían y los animales no tendrían que tragar. Parece generoso sí, pero sus actos se llevan a cabo en la mayor de las indiferencias. Desde lo alto, el sol nos contempla con desdén y desprecio, como un antiguo faraón miraba a sus esclavos.
No siempre es benévolo el amo.

En ocasiones, gusta de no aparecer cuando se le llama. No obstante, las maldades de la naturaleza suelen ser causadas por agentes fuera de su jurisdicción. Los campesinos se benefician de su energía, todo ello sin pagar renta ninguna.

Igual que un grupo de gitanos enganchados a la luz.

Por estas cosas, estos desprecios, el sol sufre de aguda irritación cósmica. Las manchas que pueblan su superficie, no son consecuencia de la irradiación de rayos, ni demás movidas químico-astronómicas que se me escapan. Son marcas de estrés; el reflejo de una larga depresión. Los síntomas de una estrella venida a menos que sufre el desinterés de sus coetáneos.

Por ello, el sol está irritado.

Napoleón, acumuló tremendo poder en sus manos. También Hitler, e incluso Mao. Pero todos ellos juntos, no suman ni la centésima parte de fuerza acumulada por el astro rey. Un solo enfado de esta estrella, manda al carajo civilizaciones y fronteras. Las construcciones de lo humano pendientes de un tormento en el cielo.

¿Instrumentos para la venganza? Las tormentas solares, cambio climático, los rayos gamma, la explosión de la estrella y el devorar de la tierra. Un rico pudín de verduras para nuestra muerte definitiva. El exterminio definitivo. La extinción auténtica de la llama.

En vista de los acontecimientos, más vale no cabrear a la estrella amarilla. Es cierto que podemos seguir gorroneándola, pero la paciencia tiene un límite. Si no queremos agotarla, más vale que nosotros respetemos también los límites de la producción y la vida.

Queda dicho.