El abrazo, un antídoto contra la desconfianza

Cierta vez, un amigo me abrazó y me dejó con dudas.
Yo debía decirle algo así como un juego de palabras que contenían un reproche. Por su parte, en algún momento, él había planeado lo mismo.
Pero como sucede en este universo, los dados se mueven todos los días, ruedan y caen siempre de un modo diferente, inesperado. Así pues, mi amigo se adelantó al discurso de ambos y sus brazos me envolvieron.

No hubo más que decir, solo una sonrisa y una invitación a beber y charlar. Desde entonces, he tratado de aplicar la estrategia de mi amigo siempre que advierto cierta aspereza entre mi interlocutor y yo.
Sin embargo, no todos están preparados para exponerse a algo tan demoledor como un abrazo: para algunos, solo de imaginarlo, un pánico vital se dibuja en sus ojos.

Y es que muchos de nosotros vivimos aterrados. Se nos ha enseñado a desconfiar. El recelo se ha convertido en una prenda de lujo impregnada en la sonrisa falsa, en el lenguaje cargado de ironía y sarcasmo.
Tal vez hayamos heredado ciertos métodos y costumbres para sobrevivir en escenarios adversos, peligrosos. Pero el mundo es enorme, impredecible y no siempre estamos entre fieras y enemigos.
Algunas personas que han estado recluidas por largos períodos, en los que se han visto obligadas a convivir con criminales violentos, desarrollan mecanismos de trato y comunicación, que si bien les permitió sobrevivir en aquel medio, luego en libertad muestran signos de inadaptabilidad.

¿Por qué sucede esto? ¿No será que la desconfianza es ya una máscara que quedó esculpida en su rostro? ¿Qué haría alguien así si mi amigo se le acercara para abrazarlo? Tal vez un gesto brusco sea la respuesta: el reflejo de un gran dolor. Porque todo acto violento lleva una cuota de dolor: es el precio por sobrevivir apostando a la desconfianza.

Y a fin de cuentas, ¿quién es más feliz? ¿El que empuja o el que extiende la mano? ¿El que hiere o el que abraza?
¿Los animales se abrazan? Deben tener alguna forma de hacerlo. Nosotros tenemos la nuestra. ¿Por qué no practicarlo?
Sí, es poco probable que alguien que por alguna razón nos deteste, se sienta motivado a aceptar nuestro abrazo. Pero cuidado, hay milagros al doblar de la esquina: a veces siguen de largo, pero a veces nos esperan.

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