Recuerdo que yazgo contigo entre las sábanas y me prometes que siempre será así el lento transcurrir de nuestras noches. Tus labios ardorosos besan los míos. Nuestras bocas son un nido alborotado donde el néctar fluye, se mezcla, pende y cae en un estanque donde se ahoga la vida. Resuello sobre tu sexo caníbal mientras las yemas de tus dedos masajean delicadamente mis sienes. Subo y te miro tan de cerca que veo mi dolor hecho placer por última vez en tus pupilas. Exhalo tu respiración y mantengo mi mirada dentro de la tuya. Antes de caer en el sueño profundo escucho los pasos fatigados de tu rencor dentro de mi pecho que se agita con violencia cada vez que aspiro el olor de tu piel.

En el sueño escarlata que se presenta después del amor y de la muerte sentí que vertías la saliva caliente del escorpión en el interior de mis oídos. Me cantaste ese romance con el tono cínico que emana de ti y mis cuencas se llenaron del caldo caliente de la lluvia. Traté inútilmente de abrir los ojos para sosegar la fiebre mientras tú terminabas de vaciar dentro de mí lo poco que quedaba en la pequeña botella.

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Devuelvo mis ojos al cielo cubierto de lágrimas espesas que rutilan los relámpagos y la lluvia con su madeja fría me teje un nuevo sudario. Tu llegada da vida a mi muerte y mi olvido se va reconstruyendo en una charca de recuerdos atroces. Festejo que vienes llegando aterida con la lluvia. Huelo tu perfume. Escucho el enfermo gusaneo de la lluvia que cae en un precipicio sin fin ni sustento. Me revuelco de emoción en el sudor del infierno. Las iras del pluvial agitan las cortinas permitiéndome ver los últimos canceles del mundo. Los cristales de mis ojos siguen húmedos todavía. Oigo tus innegables pasos.

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