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in #spanish5 years ago (edited)

Réquiem

    La nieve caía lentamente, tan blanca y tan pura como siempre. Junto a él una chica lo agarraba por el brazo. No sabía quien era en realidad, o no lo recordaba, pero aquello no tenía importancia. Siempre le gustaron los climas fríos y la compañía femenina, así que a menudo soñaba con nieve y mujeres.

    —¡Martínez! —gritó una voz que parecía acercarse paulatinamente— ¡Martínez despierta, maldita sea! —repitió la voz que se oía más cerca y una figura frente a él comenzaba a tomar la forma del Sargento Mayor— ¡Estamos bajo ataque!

    «Ataque» fue la palabra que atravesó la mente del hombre como un cuchillo y le hizo despertar finalmente.

    —Tienes ese maldito sueño muy pesado —al Sargento Mayor Castillos se le daban muy bien dos cosas: disparar y maldecir —agáchate. Esas cosas acaban de pasar volando sobre nosotros.

    —¿Volando? —preguntó Jorge Martínez, confundido—. Señor, ¿la guerrilla tiene helicópteros en medio la selva?

    —Esta no es la guerrilla, hijo. No creo que puedan pilotar de esas.

    «¿De qué está hablando?» Jorge ya había recogido su fúsil, dos recargas y una granada de mano. Sin embargo seguía sintiéndose adormilado, hasta ese momento no se percató de las explosiones de los al rededores.

    —¿Dónde están? —preguntó uno de los soldados del grupo.

    —Por la distancia de las explosiones, deben estar en el campamento B —aseguró otro —. Son solo unos cuantos kilómetros al este.

    —Pues allá iremos —ordenó Castillos —. Soldados, recojan solo lo que puedan cargar sin soltar el arma y en marcha —Martínez notó la preocupación en su rostro, era la primera vez que lo veía así —. Enano, tú llevarás las municiones, las necesitaremos.

    —Voy a ello, señor —respondió el soldado apodado irónicamente Enano porque medía 1,90 metros y era, al menos, el doble de macizo que el resto.

    El escuadrón se puso en marcha a través de la selva. Entre los árboles, el cielo estrellado y una inmensa luna otorgaban momentos de iluminación hasta ser ocultados nuevamente por las hojas mientras, entre los hombres que iban directo a la zona de fuego, la tensión se hacía casi palpable.


Fuente de la imagen: Pixabay

    —Se suponía que esto sería un maldito ejercicio —reprocho uno de los soldados. Martínez no lo conocía, recordó que era un cabo o algo así.

    —Así es la guerra, hijo. Nunca estás seguro de cuándo aparecerá y te pateará el culo —respondió el Sargento Mayor.

    Esas fueron sus últimas palabras. Un proyectil le impactó sobre el casco, era luminoso y parecía desprender un tenue fuego de si. Milésimas de segundo después su cabeza explotó en miles de pedazos. El siguiente en morir, casi inmediatamente, fue el cabo que se quejó. Martínez no alcanzó a ver que algo le golpeara como a Castillos, pero eso tuvo que haber sido, pues la explosión que se originó justo bajo su pecho dejó la parte inferior y superior de su cuerpo a 10 metros de distancia una de la otra.

    —¿¡Qué mierda fue eso!? —preguntó uno de los soldados sin recibir respuesta.

    De pronto todos disparaban a la nada. Alguien les atacó, ¿pero desde dónde? Estuvieron contraatacando por cinco minutos.

    —El Sargento Mayor murió —reafirmó Jorge Martínez a sus compañeros, aunque estaba seguro de que ellos también habían visto cómo su cabeza se desperdigaba en todas las direcciones —. ¿Quién está al mando?

    Algunos se miraron por unos segundos que parecieron ser eternos, hasta que Enano respondió:

    —El siguiente en el escalafón es el Sargento Viceprimero —afirmó —. El mando es tuyo, Jorge.

    —Maldita sea —masculló él en respuesta —. Bien, detengan el fuego. Estamos gastando munición. ¡Alto al fuego dije!

    Y dejaron de disparar.

    —Jorge —llamó Enano —¿Con qué nos atacaron?

    —No lo sé «desearía saberlo» —más que los proyectiles que usaron sus atacantes, lo que a él le preocupara era el por qué solo atacarían a un par de hombres y luego se escudarían en la noche —. «Si tienen más "granadas" de esas podrían liquidarnos en cuestión de horas, ¿o es que acaso nos los cargamos con nuestros disparos a la nada?» —no lo creía, pero no podía estar seguro. Ni siquiera podía estar seguro de que más de una persona estuviese detrás de esa arremetida —. «¿La guerrilla está tan fuertemente armada?» —una voz dentro de sí le decía que era estúpido pensar que eso fuera obra de guerrilleros.

    —¡Soldados! —exclamó —. Nuestra misión se mantiene. Debemos llegar a la zona del campamento B y prestar apoyo de ser necesario.

    Las caras largas eran evidentes. Jorge sospechaba que no volvería a ver a la mitad de esos hombres al pasar la noche. «Tal vez yo terminaré como Castillos». En el camino hasta el campamento hubo mucha paranoia, pero nadie les atacó. «¿Se fueron o están vigilándonos?»

    —Hijos de puta... —dijo anonadado y un nudo se le entrelazó en la garganta. Él era quien encabezaba la marcha.

    Suelo desértico con el aire cubierto de ceniza abarcaba kilómetros de lo que noches atrás sería selva. En medio una inmensa roca con la forma de un semicírculo reposaba. «Debe medir lo que 10 edificios de 20 pisos, uno sobre otro».

    —¿El campamento estaba por aquí? —preguntó uno de los soldados, con la voz entrecortada.

    —El campamento B estaba aquí —respondió Enano.

    Martínez volteó y miró a todos los hombres bajo su mando. Uno de ellos era un chico menudo, de no más de 18 o 19 años. Unas pronunciadas ojeras malva bajaban de sus ojos y un punto rojo apareció de pronto en su frente.

    Se escuchó un silbido, luego un golpe seco y el joven se desplomó al suelo sobre un charco rojo. Tres más siguieron después de él en cuestión de medio minuto. —¡Al suelo! —ordenó Martínez entre el griterío del resto de los soldados.

    —¡Jorge! —le gritó Enano—. Nos disparan desde la roca —. Él no alcanzó a ver nada en aquella estructura.

    —¡Señor, nos acorralan por la retaguardia —exclamó uno de los cabos.

    Martínez volteó y se le heló la sangre. Tres figuras humanoides se acercaban caminando imponentes. Vestían trajes negros, que se veían pegados al cuerpo y acorazados al mismo tiempo, en los que rebotaban los reflejos de la naciente luz del amanecer. El más bajo de los tres seres le sacaba un palmo a Enano.

    «Nos dejaron pasar. Los malditos están cazándonos como cerdos salvajes»

    —¡Repliéguense! ¡Conmigo! —los tres hombres que quedaban a su mando se arrastraron hasta donde estaba, mientras los humanoides caminaban con lentitud a su posición. No fue sino hasta que los soldados empezaron a dispararles que uno comenzó a correr hasta ellos.

    —¿Es que es esquiva las balas o qué?

    —No, no le hacen daño a esa armadura.

    —Moriremos aquí —sentenció uno de los hombres. Un sujeto de unos veintitantos, Jorge recordó su nombre: «Raúl».


Fuente de la imagen original: Pixabay

    —Me iré al infierno con este hijo de puta —aseveró Enano al liberarse de la mochila de municiones, ponerse de pie y desenfundar su machete. La criatura, que era más delgada que él pero también mucho más alta, se detuvo en seco por un momento.

    Enano y el ser corrieron uno en dirección al otro. Este último sacó una especie de cuchillo de carnicero que estaba plegado en su armadura «definitivamente eso no es ningún metal —pensó —, pero se ve tan cortante como un bisturí».

    Y así lo era. Enano no consiguió asestar ningún golpe directo al ser. Daban vueltas uno en torno al otro y chocaban cuchillo contra machete hasta que el soldado atacó otra vez y, sin más, recibió un tajo que le subió desde el ombligo hasta el pecho. El machete cayó al suelo y el humanoide se quitó el casco del que apareció una cabeza calva y pálida llena de manchas, con protuberancias similares a pequeños y anchos cuernos en los pómulos, sin nariz ni orejas y la cara como tierra árida: reseca, con grietas y cortadas en el rostro. Jorge Martínez y los dos hombres junto a él observaron atónitos.

    El alienígena cargó a Enano, agarrándolo por el cuello y gritó en su rostro. «Se ven similares a nosotros —pensó Martínez —, y hasta gritan como nosotros... también deben morir como nosotros». Enano rió a carcajadas con las últimas fuerzas que le quedaban y exclamó: «¡MALDITO IMBÉCIL!» como último aliento. De su mano izquierda alzó una granada sin seguro.

    En medio de la nube de humo los gritos de los otros dos extraterrestres resonaban. Martínez aferró su mano al hombro de Raúl y le ordenó:

    —Escúchame bien, te irás corriendo de acá lo más rápido que puedas y por nada en el puto mundo te detendrás. Tienes que deshacerte de todo ese equipamiento, solo te retrasará; ten este cuchillo, quédate con la pistola. Corre hasta que te sangren los pies y sigue corriendo, llega con los superiores y diles lo que hemos visto aquí —respiró y continuó —. Estas cosas son mucho más avanzadas que nosotros en cuanto a tecnología y armamento, pero parecen ser un tanto primitivos en su comportamiento y nos subestiman mucho, por ello nos cazan como a animales y pierden el tiempo en enfrentamientos uno a uno, apostaría a que estos cabrones estaban divirtiéndose hasta que Enano mató a su amigo.

    »Las balas comunes son inútiles contra sus armaduras, sin embargo puede que las municiones de francotirador, o calibre 50, surtan mejor efecto si impactan en un punto débil como el cuello. Ya viste que no son indestructibles, apostaría a que aguantan los disparos y golpes tan bien como nosotros y sus cascos no son "especiales", no tienen visión térmica ni nada por el estilo, sino ya estaríamos muertos en esta polvareda. Unas cuantas bombas de humo vendrán bien. ¿Quedó claro todo, soldado?

    —Sí señor —respondió sin más.

    —Entonces corre a mi señal —se volteó hacia el otro soldado —. Tú, ve en la dirección contraria.

    —Entendido señor —dijo al tiempo que soltó el rifle y se dispuso a correr. «Sabe que estoy enviándolo a la muerte y va sin chistar».

    El hombre corrió y tres segundos después Martínez dio la seña para que Raúl hiciera lo mismo. Lo vio desaparecer entre los árboles a la lejanía cuando la nube de polvo se disipó por completo. Al otro lado, el cadáver sin cabeza del otro soldado yacía en el suelo a cincuenta metros de su posición, junto a los dos entes, uno de ellos cargaba los restos de su pálido camarada cuya armadura negra se había tornado gris. Él respiró, revisó entre la bolsa de municiones que cargaba Enano «no hay explosivos», se lamentó, pero luego recordó la granada con la que se equipó al despertar. «Si a Enano le funcionó, no veo por qué a mí no».

    A su derecha, vio como la "roca" desde donde les habían disparado abría unas compuertas de las que salían una docena de naves que se perdieron de su vista en un parpadeo. «Y yo creía que eran helicópteros de insurgentes» recordó con una risa muda, quitó el seguro de la granada y corrió hacia el extraterrestre que le imitó gritando y blandiendo una especie de espada negra. «Te mandaré de vuelta a Marte». Detalló la brillante armadura negra a escasos centímetros de su rostro, el calor le atravesó el estómago, sentía como si la sangre le hirviera, y soltó la granada.


Fuente de la imagen original: Pixabay

   

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Excelente relato! Felicitaciones!

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Excelente narración!

Gracias, @reyvaj ☺ Aprecio el comentario.

Hay que mantener el ritmo en tan extenso texto y lo has logrado.

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¡Gracias! Originalmente iba a ser un relato como de 500 palabras, pero una cosa llevó a la otra y se hizo un poco más extenso, jaja.

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