Risas, esas malditas risas... | Microrrelato

Ha vuelto a suceder. Lágrimas caen una tras otra empapando la almohada, abre la boca para gritar, pero se encuentra sin voz y perpleja, queriendo deshacerse del nudo formado en la garganta, tras haber escuchado con atención aquellas palabras…, peyorativas…, despectivas y perjudiciales, las cuales, retumban en su mente y ocasionan en ella su insomnio habitual.

Episodios psicóticos abruman a una joven solitaria en la madrugada de un viernes. Sus padres duermen e ignoran cada brote que ha tenido desde los diecinueve años, debido a su personalidad hermética, capaz de hacerla soportar el peso del mundo en silencio.

Con pocos amigos en los que confiar, tenía como costumbre sumergirse en cuadernos para dibujar formas indescriptibles y oscuras, tratando de expresar aquel sentimiento sofocante. Ella, tan hermosa e intelectualmente prodigiosa, a sus veintiún años de edad, se aburría con facilidad por no suponerle un reto cada actividad mandada a realizar en la universidad, por no encajar en una sociedad de cambios constantes, por ser parte de un mundo que raya en lo superficial y las trivialidades, por no hallar jamás felicidad en lo banal… ni en ninguna otra cosa.

Todas las noches temía irse a dormir, puesto que la visitaban voces injuriosas que reían, como si de un chiste se tratase, cuando en realidad, cada interjección era un insulto hacia su persona. Presa de una situación que no terminaba por dirimirse, opta por escapar, huir de la realidad agobiante y de cada golpe contundente que esta le daba. Cansada y con un rostro pálido que acentúa sus ojeras, decide dar un gran paso, uno que le daría la paz que tanto ha deseado tener de vuelta.

Decidida y convencida de lo que quería hacer, se levanta de la cama y enciende la luz de su habitación. Observa el escritorio y los demás objetos que adornaban su cuarto, que llevaban su nombre. Entristecida y con un pesar que la amargaba, se sentó frente al escritorio y sacó de la gaveta del mismo, un cuaderno junto con un bolígrafo, dispuesta a escribir una carta dirigida a sus padres, donde explicaría el porqué de su acto tan deshonroso, indignante y cobarde, el mismo que cometería a continuación.

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Tras terminar con el proceso doloroso donde se disculpaba por arrebatar de sus brazos a la única hija que tenían, saca de la misma gaveta una navaja y se sube la manga del suéter cual usaba con frecuencia desde que comenzó a hacerse daño, visualiza las pequeñas cicatrices de los últimos cortes realizados hace un par de semanas, y desecha la idea de volver a cortarse las venas.

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Sin levantarse de la silla y con lágrimas en sus ojos, hace un movimiento rápido paseando la mano con la navaja por su cuello, dejándola caer al instante en que la sangre comenzó a correr por su pecho, terminando así, con el dolor nefasto que le tocó lidiar.

Los padres, al despertar, dieron pie a su rutina diaria donde los preparativos para ir a trabajar eran prioridad. Sin embargo, al notar que la luz del cuarto de su hija estaba encendida a una hora tan temprana, la madre se acercó y llamó a la puerta llena de curiosidad, puesto que la joven estudiaba en las tardes y lo habitual era que despertara de ocho a nueve de la mañana. Volvió a clamar su nombre y al no obtener respuesta, abrió la puerta para dar paso al horror.

Su hija yacía en la silla con los ojos abiertos y parte de la laringe a la vista, bañada en sangre, con la mirada característica de los que parten tras una larga agonía, con la mirada de un mártir. La mujer se desmayó luego de soltar un grito que hizo ladrar a los perros de los vecinos, alborotar los pájaros que posaban sobre los cables del poste de luz cercano a la casa, y sacar de la somnolencia al marido que aun luchaba por cepillarse los dientes.

Esa mañana ambos faltarían al trabajo, pasando a ser parte del grupo de individuos que sufre durante el resto de sus vidas el amargo sabor de la pérdida, entremezclado con la culpa por ignorar lo que ocurría frente a sus narices. De aquella joven, solo quedaría el recuerdo y una carta breve que decía:

No puedo soportarlo más. Siento mucho tener que hacer esto. Lamento no haberles contado nada, no haber recurrido a ustedes o pedir asistencia psicológica. Aunque, a estas alturas, nada de eso importa. Quiero descansar, poder dormir plácidamente y no volver a escuchar esas risas, esas malditas risas… Lo siento, mamá. Sé que lloraras y te echaras la culpa de mi muerte, al igual que papá. Pero, no deseo que eso ocurra. Ahora seré parte de la nada y en ese lugar no volveré a sentir que me duele la mente..., que se pudre mi alma. Partiré de inmediato con la certeza de que fui amada, criada y educada de la mejor manera posible. Gracias por eso. Los amo.

^{La imagen principal es de Pixabay.com,
y la última pertenece Daniel Chekalov, fotógrafo de Unsplash.com.
Los separadores son de mi autoría, creados en PhotoshopCs5.
Esta obra esta bajo una licencia de Creative Commons.
Este microrrelato nació,
después de haber leído la palabra del día en el Spanish Freewrite Nº 152.}