Tomas, no dejó de pensar en esa enigmática chica, dos veces en un día y en una ciudad tan grande como Londres. Aunque no cree en casualidades, quisiera volver a encontrársela, pero esas cosas no pasan; no sabe nada de ella.

       Sería buscar una aguja en un pajar, y vio el rastro que le dejó la idea relámpago de la mañana. Caminaba ya cerca del teatro. El Big Ben, hermoso e imponente, fálico; una hermosa columna coronada del tiempo. O’ Sullivan, sentía orgullo de caminar en una ciudad con tanta historia y bellos lugares.

       Seraphina se las arregló para resguardar su bici y poder volver por ella luego. Caminaba con las manos dentro de los bolsillos de su sweater, no iba vestida como para asistir al teatro, pero esto poco le importaba; toda ella era belleza, cualquier ojo pasaría por sobre lo que llevase puesto y quedaría enganchado en ella.

       Pensaba en Tomas, creía en el destino, - pero ¿Cómo puedo encontrarlo nuevamente? Londres es gigantesco – pensó, y Seraphina desistió de la corazonada e hizo más caso a un pensamiento racional. Ambos caminaban hacia el mismo lugar, estaban destinados a encontrarse. Si seguían la misma ruta se toparían frente a frente, si nada los distrajera, claro.

       Solo los separaba una cuadra... tan solo una cuadra, una cuadra de tiempo, como los quince minutos que separan a las manecillas que marcan entre las 7:45 y las 8:00 en el pajar del Big Ben.