Lucía y el Lobo (Cuento; revisión - Parte 2 de 5)

Lucía y El Lobo es un cuento juvenil que escribí hace en torno a un año y medio, quizá algo más, y que fue una de las primeras historias elaboradas que compartí en Steemit, allá por mis inicios en la plataforma. Es un cuento al que tengo mucho cariño, que está basado en unos sueños que mi esposa contaba tener de niña y que he revisado ortográfica y gramaticalmente, retocando aquí y allá. Como digo, he tratado de corregir y mejorar cosas, pero manteniendo intacto el amplio grueso de la historia.

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Lucía y El Lobo

Parte 2 de 5

Era un tipo grande, rudo y con “pinta de pocos amigos”. Tenía mucho pelo en la cara, con una barba afilada de vello grueso, al menos el doble o incluso más del doble de grueso que el pelo de cualquier otro. El cabello también grueso, oscuro, a juego con el negro de sus ojos. Vestía unos pantalones tejanos, botas de montaña, camiseta clara y una chaqueta de cuero negro ajustada. Así lucía cuando mostraba su forma humana, pues no era un hombre como otro cualquiera. El Lobo podía mostrarse bien como hombre, bien como animal. Y cuando entró en aquel antro llamado La Araña Negra, el local quedó por un momento en silencio. No todos sabían quién era, pero su sola presencia podía cortar el aire. El Lobo bajó la mirada para indicar que no buscaba problemas, se dirigió a la barra y tomó asiento en una de las banquetas altas de madera  que pudo encontrar vacía.

  - Tomaré un zumo de melocotón. –dijo mientras se ajustaba la pechera de su chaqueta. El mesero lo miró, asintió con la cabeza y se dispuso a servirle la bebida después de soltar el trapo viejo con el que secaba algunas jarras que había lavado previamente.

Las ilustraciones para Lucía y El Lobo son un regalo de Candela Menéndez.

La Araña Negra era uno de los locales más conocidos en Ciudad Oscura. Un auténtico hervidero de contrabandistas y buscavidas. Cuando alguien necesitaba un trabajo, quería divertirse o, simplemente, no tenía donde dormir, acudía a La Araña.

Aunque esa noche no era como las demás, el sitio estaba tranquilo. Algo muy raro. Sólo se estaban jugando a dados en dos mesas y la otra mitad de éstas estaban vacías. En la barra un par de tipos cabizbajos, como con miedo, como si en la ciudad estuviera pasando algo malo, tan malo que ni siquiera se atrevía la gente a enfrentarlo. Algo que poco a poco los consumía, algo que (al menos esa sensación tenía El Lobo) los estaba haciendo desaparecer.

  - Usted no es de por aquí… ¿qué trae sus pasos a Ciudad Oscura? –se atrevió a preguntar el mesero, con voz cansada y temblorosa, tratando de ser amable.

El Lobo, que estaba absorto en el vacío del fondo de su vaso de néctar, levantó la mirada hacia el hombre que le hablaba desde el otro lado de la barra y mostró un pequeño amago de sonrisa que acompañó de un gruñido insulso como tratando de devolver el gesto amable de su interlocutor. Sin mucho énfasis y sin responder en voz alta, pensó…  «Mi instinto» .

Era tarde, pasaba ya la media noche y cuando Lucía abrió los ojos sintió un tremendo frío en su interior. Estaba en mitad de una carretera destartalada donde podía ver un gran letrero que rezaba: “Bienvenidos a Ciudad Oscura”. Miró a su alrededor, buscando a El Lobo, pero no parecía estar por allí.

  - Ciudad Oscura… ¡Bien!, ya voy Lobo. –se dijo la niña entre dientes, comprendiendo. Y comenzó a andar.

No parecía la misma niña de diez años, obediente, que un rato antes dejó su recorte sin acabar y corrió a la cama. Estaba diferente, más ágil, más madura, más atractiva y confiada. Se sentía capaz de todo y, sin duda, sabiendo en la clase de embrollos que le solía meter El Lobo, más le valía.

Según se acercaba a la ciudad, según se adentraba en ella, Lucía fue notando algo extraño: una especie de tristeza y resignación; de miedo y conformismo que se respiraba, que estaba en el aire. La emoción en el pecho por encontrarse con su amigo se fue, poco a poco, tornando en seriedad. Tenía que estar atenta, algo extraño pasaba y seguro que El Lobo ya lo sabía. Al entrar en La Araña Negra lo vio sentado en la barra, girándose para recibirla. Fue con él y, cuando se disponía a preguntarle qué pasaba en Ciudad Oscura, por qué el lugar estaba tan gris… El Lobo, con un pequeño gesto, le pidió silencio y le pasó un trozo de papel aplastado entre la madera de la barra y un nuevo vaso de zumo de melocotón.

La niña tomó el papel con naturalidad y lo desdobló para leerlo. Desconcertada, se giró hacia su amigo con los ojos entornados, sorprendida por lo que pudo leer en esa nota:

Es el gobernador