"El fantasma de Hanan Baal"—novela original, borrador—La niña de los ojos dorados

in #spanish6 years ago (edited)

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Me he convencido de la idea de que todas las historias deben comenzar desde una tumba, o desde un velorio. La mía comienza así, en una iglesia.

Estaba por anochecer cuando hubimos terminado de velar a los restos del venerado por mis padres y mis demás familiares, y también poderoso Boris Poncrator, quien había sido el amor de las tierras de Saumor por más de sesenta años de forma ininterrumpida pues sus enemigos jamás tuvieron el valor para enfrentarlo. Quizá porque el rumor de su gran fuerza era cierto. O quizá porque si alguien lo hacía, y lo atrapaban sufriría de las peores torturas. De aquellas que atormentan a los hombres de sólo pensarlas incluso en aquella iglesia de día.
El color anaranjado del horizonte crepuscular había bañado por completo al interior del templo, el cual gracias a esto resplandecía como un lingote de oro opaco. Para mirar a Boris en su enorme y ostentoso féretro había que hacer fila. Mi padre mi indicó que lo hiciera y que le diera mi adiós a aquel hombre con el cual jamás entablé una conversación y que en vida habré visto un par de veces. Pero mi padre, mi madre y mis tíos sí que lo habían visto y habían estado con él. Después de todo, los Scheffer eran sus protectores, como fueron protectores de su padre antes que él; y del padre de su padre y así…

El olor del incienso se intensificó a propósito del olor a podredumbre del cuerpo del señor Poncrator. Esforcé por no taparme la nariz con lo cual me ahorraría algún regaño de mis padres, y a su vez les ahorraría la vergüenza a ellos. Pero no os confundáis, mis padres no eran de ese tipo, no obstante, me habían hecho entender desde muy pequeño cómo es que funcionaban las normas de etiqueta. Una niña menor que yo y que iba delante de mí se tapó la nariz con muchísima gracia. Los niños de más adelante aceleraron el paso. Realmente ninguno se quedaba a rezar ni a llorar, sólo se despedían como les había ordenado. El olor penetrante del cadáver de un hombre poderoso sólo sirve para recordarnos que después de todo era un ser humano, y que por ello mismo estaba hecho de carne, de sangre y de órganos. Si una espada lo pinchaba en un pulmón, lo mataría. Si una espada lo pinchaba en algún otro lugar haría que se desangraría y moriría como cualquier otro. Al menos eso era lo que pasaba por mi mente.
Llegó el momento de despedirme del viejo. Como todos los Poncrator, el cabello negro azulado se mantenía en su cabeza como un recuerdo perenne de su juventud. Pero del resto era flaco, desgarbado y poseía una sonrisa mórbida que no pudieron modificarle. «Adiós» le dije en un murmullo y seguí mi paso dejando que el siguiente joven a mi lado pudiera hacer lo mismo. A continuación, me reuní con mis padres quienes se encontraban sorpresivamente solos.

—¿Ves que no ha sido tan difícil, Khan?—sonrió mi padre. «Khan» era cómo me llamaban. Una bonita forma de disminuir Khalain.

—Bueno, no lo ha sido—me acerqué a las orejas de mis padres—pero el sujeto ya comienza a oler mal.—les susurré.

—Sí. Creo que todos se han dado cuenta—susurró mi madre.—Pero debemos disimular—dijo encogiéndose de hombros. Pude ver que las personas comenzaban a salir de la iglesia. Y después de que el último joven se despidió, cubrieron al féretro con un manto enorme de los colores de la casa Poncrator. Salimos también nosotros.

—Sieg, Prusia, qué buenos veros a ambos—saludó un hombre elegantemente vestido con los colores de la familia Poncrator y con ese cabello negro azulado, pero no recordaba su nombre, sólo su rostro ligeramente.

—Wolves—saludó mi padre con voz queda.—Cuanto lo sentimos por vuestro padre.—Mi padre y Wolves se abrazaron. Luego aquel hombre abrazó también a mi madre.

—Prusia, qué hermosa estás—la elogió mirándola a los ojos.

—Muchísimas gracias, señor Wolves—dijo ella bajando la cabeza. —Ya conoce a nuestro hijo, Khalain.—Me presentó ante él nuevamente. Ya lograba recordarlo vagamente de algunas visitas a nuestra casa. Pero había pasado muchísimo desde la última. Y cuando las visitas de éste y de cualquier otro Poncrator ocurrían sólo los veía en las cenas. No recordaba a ningún joven de mi edad.

—¿Cómo podría olvidar a Khan?—dijo y nos dimos la mano. Yo le di mi pésame.—Lo de mi padre es lamentable—dijo después.—Su muerte ha llegado a nuestra familia como el beso de una serpiente. Pero tocará sacar al veneno en los próximos días.

—Seguramente, Wolves—comenzó a decir mi padre—tú tendrás que acarrear con toda la responsabilidad. Después de todo eres el heredero directo.

—Así es, amigo mío— y espero contar con vosotros y con vuestra familia, así como mi padre, y mi abuelo antes que él contaron con tu padre y con tu abuelo.

—Es nuestro deber de sangre y nuestra misión—respondieron mis padres en coro. Wolves Poncrator les devolvió una sonrisa y la conversación giró en torno a otros temas. Mi padre entonces me hizo una señal. La señal que siempre hace con los dedos de la mano derecha para cuando una conversación con otra persona será aburrida y poco provechosa para mí. Pedí disculpas y me retiré.


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Las personas se estaban retirando en sus carros dejando al sitio cada vez más solo. Las voces de las personas a los al rededores del templo se habían apagado afortunadamente. En cambio, quedó el canto de los cuervos que volaban alegre e inclementes por el cielo. Decidí seguir caminando para matar el tiempo y me dirigí hacia una colina a unos veinte metros de la iglesia. Desde cierto punto podía ver a mis padres que seguían conversando con Wolves y con otros hombres que acababan de llegar y que también iban vestidos de luto. Sobre mí había cada vez más y más cuervos sobrevolando en círculos hasta que formaron una espiral ominosa. A continuación, escuché unos pasos más arriba. En ese momento supe que había alguien más, y que seguramente estaba mirando al mismo espectáculo que yo. Decidí subir.

Los cuervos graznaban mientras giraban en una espiral cada vez más densa. En el suelo caían plumas de ébano. Una de ellas cayó mecida suavemente por la brisa y la cogí en mis manos. Ya tenía plumas de cuervo pero ésta era muchísimo más oscura que la que había guardado anteriormente con tanta alegría entre mis cosas.
Mientras llegaba a la cima logré ver que dos cuervos enormes habían descendido. Quizá a comer algo en el suelo. Había pensado que me encontraría con un cadáver y que eso me permitiría tener algo que contarle a mis padres antes de mi cumpleaños número quince. Pero lo que vi allá arriba fue mucho más impactante que la imagen de un cadáver fresco o destripado.
No mal interpretéis. Con «impactante» me refiero a una forma vaga y poco reflexiva como mi edad de aquel entonces para decir «sublime».
En la cima y a unos considerables metros de distancia se encontraba una mujer de tez pálida y de cabello cuyo color negro tenía destellos de color plata, así como una noche de luna llena, vestida también de un negro tan oscuro como las plumas de los cuervos que se posaban sobre ella como si fuera un espantapájaros. Los cuervos no la atacaban, sólo se posaban sobre sus brazos, hombros y cabeza. Otros estaban a sus pies. Ella miraba a los cuervos que aún volaban en espiral.
Sentí que mi corazón se aceleraba, mientras que mis piernas, como si siguieran algún impulso caminaban hacia su encuentro. La mujer me miró directamente a los ojos. Antes en mi vida me había sentid pequeño. Como una vez que estuve frente a un enorme oso. Pero en aquella oportunidad me sentí incluso más pequeño. Como si estuviera frente a ese mismo oso pero teniendo yo el tamaño de un ratón.
Sentí entonces una sensación nueva. Una presión en todo mi cuerpo y caí de rodillas. La mujer comenzó a avanzar hacia mí sin que los cuervos abandonaran a los espacios de esta mujer que habían ocupado. Era una visión aterradora pero sublime. Su cabello negro con plateado portaba una corona de cuervos. Pero entonces ante mis ojos esta mujer desapareció y los cuervos se fueron volando. Mientras que los que estaban sobrevolando en espiral ominosa y oscura, se dispersaron como si despertaran de un trance y siguieron volando hacia las direcciones que antes les fueron arrebatadas por algo poderoso.


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Escuché a mis padres llamándome y me exalté. Pero me puse de pie y bajé la colina. Nos fuimos a casa. No les conté sobre lo que había pasado, y durante todo el viaje sólo pensaba en eso. Reflexioné hasta llegar a recordar que esa sensación era igual a la que se siente cuando se está soñando. No es fácil de explicar, pero así era. Sólo recuerda cuando sueñas y cómo te sientes dentro del sueño. En cómo no sabes por qué estás allí, pero allí estás, haciendo algo, mirando algo. Mirándote a ti mismo como si hubiese algo tan inmenso que está a su vez en todas las direcciones.
Días después, como era de costumbre había tocado el piano por la mañana hasta el mediodía para la corte de Saumor. Después había entrenado con el sable con mi tío Bertrand y con mi padre. Acababa de almorzar y me encontraba a solas con mi padre. Prusia Scheffer, cuyos cabellos negros y rizados caían por su espalda como cascada. Estaba vestida de blanco, como de costumbre, y llevaba un corsé negro cuyas tiras llegaban hasta las rodillas.

—Khan, cielo. Hoy es el día. Hoy vendrá por fin una serul para ti—dijo mi madre de manera cariñosa.

—Pero madre, pensaba que antes tenía que cumplir quince años—le recalqué. Ella se rió.

—Khan, cielo. Pareces un niño criado a la antigua. Lo de la edad de quince años no es más que una excusa para que la carga de tener un serul se lleve con mayor responsabilidad—me indicó mientras asentía.—Pero tú eres un joven bastante maduro y guapo. No eres como los muchachos de tu edad. Ya te lo han dicho bastante veces—ladeó la cabeza como pensativa—pero si sientes que no quieres… O que no puedes.

—Claro que quiero y claro que puedo—le contesté. Siempre he querido tener a un compañero serul propio.

—Y eso está muy bien. Pero recuerda que ellos no son objetos ni mascotas—dijo seriamente. A continuación, entró un serul, un sujeto de piel morena, de ojos dorados y musculoso con el postre.—Ellos nos ayudan como no tienes ideas. Y nosotros los ayudamos a ellos de la misma forma. ¿Entiendes?

—Sí, entiendo—dije luego de probar una fresa del pastel que acababan de servir y me dispuse a buscar el chocolate con la cuchara—he visto cómo son las relaciones con ellos. En nuestra casa siempre logran despertar. Pero los que están en la casa de los Poncrator, esos en cambio, al menos los que he visto no despertaron nunca.

—Sólo tienen dos serules—comenzó mi madre.—Pero después no tendrán más. Sin embargo, Khan, a uno de ellos le va muy bien. No todo es tan malo como crees. No necesitas ser prejucioso.—La miré y asentí. Minutos después el mismo serul entraría para avisarnos que mi padre acababa de llegar y que deseaba verme de inmediato en el salón. Fui para allá acompañado de mi madre.

—Aquí está tu compañera serul, Khan—dijo mi padre presentando a una figura fémina cubierta con un manto de color azul oscuro como las ropas que mi padre cargaba puestas y yo también por mera casualidad.—Ya hemos hablado de esto, hijo mío. Tu madre te habrá avisado de cómo deberás actuar a partir de ahora—dijo abrazándola—un serul no es una mascota. Es una persona. Será tu compañero. En este caso tu compañera—frunció el entrecejo corrigiendo el género, y el cabello castaño le cayó por la frente—como otros tantos han sido compañeros de nuestra familia por incontables generaciones. Somos nosotros los únicos seres humanos que los podemos invocar desde su mundo. Ahora, por favor, mírala.


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Me acerqué hacia la figura y puse mis manos sobre el velo que le cubría la cabeza y el rostro. Sentí muchísima emoción. De verdad que esto para un adolescente era fascinante. Todo un verdadero descubrimiento y casi una necesidad. Quité aquel velo descubriendo finalmente su rostro, y ante mí apareció una niña de piel morena y de ojos dorados como todos los serules ante mí.
Sus ojos estaban apagados y distantes.

—Se llama Xys—dijo mi padre.—Naturalmente, con el tiempo a medida en que despierte ella y en que despierte también tu mente podrás descubrir cuál es su verdadero nombre.—Miré a mi padre con curiosidad. Eso ya lo sabía, pero ahora que debía hacerlo era más complicado y grande para mí. Nadie mide una responsabilidad hasta que le toca lidiar con ella.

—Hola, Xys. Me llamo Khalain, pero puedes decirme simplemente “Khan”—acaricié su cabello blanco y suave como el algodón.—Ya verás que nos llevaremos muy bien y que seremos amigos.—Sentí que mi madre sonreía cuando dije estas palabras.

—Hola, Khan—saludó ella como si faltara algo en su voz. Como si careciera de alma. Pero después de todo ya sabía que los serules eran así.


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