"La carta" (poema narrado)

El desierto de nieve me ha convertido en nómada. Las tinieblas han tejido sobre mí una capa con oscuridad y rayos de luz, la cual es ahora una extensión más de mi dermis.

Camino todo el ciclo solar entre la blanca tundra con el cielo purpureo encima de mi cabeza, como si hubiera sobre mí un beso celestial entre el rojo y el azul. Este beso es inalterable, el lienzo celeste jamás cambia sus colores los cuales siento en mis adentros como una canción en la lejanía. La tundra blanca desciende en una vertiginosa espiral que pareciera conducirme cada vez más hacia las profundidades del río Cocitos. El silencio imperante es sempiterno pues, no hay espacio posible entre la blancura de la nada nívea. Dicho silencio es un sentir universal como un océano que presiona más y más en todo mi cuerpo a medida que desciendo en un hipotético océano. De nuevo, el silencio es en momentos agradable como si temporalmente lograra realizar un tímido sonido parecido al de las gotas del agua cayendo desde la fuente de una enorme mansión, pero hay momentos en que esto mismo resulta ser lo más ominoso de todo.

Parto buscando refugio del frío. Necesito hallar desesperadamente al fuego como la tierra seca por el inclemente verano añora con todas sus fuerzas a las aguas que el otoño promete para que luego así de ella nazcan las flores. De pronto, cerca del abismo hallo al espacio propicio para crear una hoguera. Aparecen las chispas bañando a la madera seca y se presentan ante mí el fuego y el calor como criaturas domésticas que acarician al oxígeno y a mi dermis. Ahora el sueño en su manto térmico… Ya hace tanto que no sentía a esta sensación, pero súbitamente soy expulsado de mi sueño y me hallo de nuevo despierto ante la figura de una Beatriz Dorada cuya presencia genera en todo el ambiente un velo sagrado. Entonces de sus gruesos labios del color de las cerezas es invocado un tierno y delicado arrullo que me recuerda a los pasos tintineantes de los ángeles sobre la nieve. La dorada Beatriz me besa en los labios para más adelante traer consigo más calor a todas las extensiones de mi piel. Ahora ella dormita conmigo a mi lado. Cuando duerme, ella es exactamente como si un pintor prodigioso hubiera dibujado sobre un lienzo empleando una paleta de colores traída por Dios mismo, al cuadro de un incendio.

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