La bruja de las mariposas negras

in #spanish6 years ago (edited)

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Llegamos al pueblo de Berdom a las ocho de la mañana tal y como nos indicó que hiciéramos el maestro Xammy. La tenue luz del sol se colaba a través de las ventanas de nuestro camión. Llevaba dos horas despierto. Me sentía inquieto y angustiado pero debía desimularlo, después de todo estaba bajo los ojos de Stella, y eso ya de por sí era peor que tener que ir a dar caza y ser cazados por unos sabuesos de Timbur. Hacía cada vez más frío y sentía los huesos helados.

—Toma algo de chocolate caliente—dijo Stella amablemente, colocando una de sus manos sobre mi hombro. Me acercó una bandeja y tomé uno de los vasos. Le agradecí con una sonrisa y comencé a beber. Estaba demasiado dulce y grumoso. Tragué. —Te ves ansioso, Khalain—dijo ella echándose sobre el asiento de al frente. —Eso no me agrada, es de novatos, y esta es una misión importante y peligrosa—me selañó con el dedo.

—Vale, no todos los días tienes la oportunidad de cazar sabuesos de Timbur, y pensar que debes de salir vivo de tal hazaña—dije frucontesté el entrecejo

—Sí, es posible que nos maten—dijo y luego tomó un sorbo profundo del chocolate. Me asombró que no se quemara la lengua.—Pero por algo te he estado entrenando los últimos seis meses como un gwydiano—puntualizó—Es cierto que todavía tienes muchísimas cosas que pulir, y que apenas tienes la oportunidad de ganarle a un niño de diez años con tu estado actual. Pero no te sientas mal. Nunca he fallado en una misión. Y aunque te arranquen una pierna, aun así habremos ganado.

—Eso no me conforta—dije encogiéndome de hombros—Y sé que no soy muy bueno con los puños ni con el gwydian, pero con el sable puedo defenderme.

—Cada quien con sus fortalezas y debilidades. Pero sólo bromeaba. No perderás ningún miembro de tu cuerpo—dijo sarcásticamente.

El transporte se detuvo en el terminal de autobuses. Nos bajamos y salimos del sitio. Éramos finalmente diez personas contándome a mí y a Stella. Higs y Wigs estarían a cargo de la estrategia, y por lo que ya conocía de esos dos, podía sentirme seguro. A los demás integrantes no los conocía, sólo los había visto en el templo entrenando diariamente y estaban muchísimos años más adelantados que yo. Por otra parte, todos vestían de azul menos yo que iba de negro. Seguía sin poder considerarme un gwydiano. Y si no fuera por los chistes regulares de Higs y de Wigs, y las repentinas palabras de Stella, me habría sentido más que incómodo con el resto de los miembros del grupo, los cuales no pronunciaban ni una sola palabra a no ser que fuera en extremo necesario, al contrario, sólo hablaban con señales y con gestos. Llegamos a la casa de la familia Maury, tal y como estaba en las instrucciones. Stella llamó a la puerta y nos atendió uno de los criados, un sujeto muy estirado y de piel de color ceniza con el pelo engrasado y de color azabache. Su voz era ronca y muy áspera como una tormenta en el desierto por las noches.

—¿En qué puedo ayudarlos?—Preguntó. Stella sacó una carta de su bolso y la depositó en las manos del sujeto. Este la inspeccionó y miró al sello. —Ah, son ustedes. El señor Maury los está esperando. Pasen—dijo monótonamente. Stella hizo una señal con la mano, y seis de nuestros compañeros se quedaron a fuera mientras que sólo entramos Higs, Wigs, Stella y yo. La casa Maury era muy grande, obscura y llena de objetos valiosos y un millar de sirvientes. Recordé que hace 200 años la casa Maury era sólo una casa menor llena de vasallos de los Poncrator. Cómo habían cambiado las cosas. A continuación, llegamos al despacho del señor Maury, el criado nos hizo pasar.

—¡Por fin han llegado!—nos recibió un sujeto regordete de tercera edad estrechándome la mano. Le di la mía y este me apretó con todas sus fuerzas. Su aliento olía a una mezcla de tabaco con refrescador de aliento de lo que debía ser mandarinas. —Vaya, no esperaba que los gwydianos que enviaría el maestro Xammy fueran tan jóvenes—dijo. Stella interrumpió al hombre.

—Están bajo mi cargo—puntualizó. Este muchacho es mi alumno, es nuevo pero tiene un desempeño más que destacable—dijo apuntándome con el dedo como era de costumbre.

—¡Oh!—soltó el hombre y frunciendo el entrecejo—una mujer. Qué bueno. Perdonen mis modales. Soy Boris Maury, representante de la casa Maury en la actualidad—estrechó la mano con Stella—Ustedes ya saben los detalles de mi llamado, así que creo que no hay mucho que explicar.

—Al contrario, nos gustaría que nos diera una explicación con su viva voz, lord Maury—agregó Wigs. —Por cierto, soy Wigs y este es Higs, nosotros estamos a cargo del cerebro de esta operación.

—Es un honor contar con ustedes aquí—dijo Maury ofreciéndonos asiento. —Como ya sabrán, hace sólo dos años la casa Maury comenzó a entrar en desgracia, no financiera, tampoco política, en ambos casos seguimos pulcros—dijo con orgullo—sin embargo, sobre nosotros ha caído la tragedia en lo que sin duda es una maldición. Todo comenzó una noche en que mi hermano menor, Manfred Maury llegó con una nueva mujer dos meses después de caer en la viudez, esta decía llamarse Edith, y se identificaba como una muchacha de clase media trabajadora de Berdom. Por ahí todo bien, era una mujer agradable, bromista pero demasiado sarcástica; muy elegante sin ser barroca, me agradaba bastante. A mis hijos y a los hijos de Manfred también, todo bien hasta entonces—lord Maury tomó un profundo aliento y luego soltó; se tomó su tiempo antes de continuar— todo bien desde ese momento hasta que meses después durante una noche de fiestas en nuestra casa en donde fueron invitadas varias familias importantes de Berdom como la familia Gingko, o la familia Baskerville nos reunimos para celebrar la fiesta de la independencia… Y entonces, de repente, en medio de la noche sin ninguna explicación, la cabeza de Manfred simplemente se... Se desprendió de su cuello—dijo con tono de incredulidad.—¿Cómo se los explico? En primer lugar, juro que yo mismo lo vi. Él estaba arriba de las escaleras, estaba solo… Comenzó a bajar y de pronto, eso… Su cabeza se salió de su cuerpo sin explicación. No había nadie detrás de él. Habría visto a algo. Y por supuesto… Hubo escándalo, gritos. El cuerpo de Manfred cayó desplomado como una muñeca de trapo sobre las escaleras botando sangre como una fuente por el cuello. Me impregnó a mí, y también a Anttoniete Baskerville que estaba conmigo. Ella soltó un grito aterrador y se fue corriendo hasta el salón de fiestas gritando «¡Le cortaron la cabeza!» «¡Le cortaron la cabeza!»—El lenguaje corporal de lord Maury era trémulo y cargado de premura, mientras que en su tono de voz se notaba una mezcla de duda y de miedo— Yo iba detrás de ella en estado de shock. Los músicos se detuvieron, dejando que sólo lady Anttoniete llenara al vacío de la música con su voz cargada de pánico. Alguien más soltó un grito, y cuando miré, a lord Varny Baskerville también le habían arrancado la cabeza de forma limpia y misteriosa. La mayoría de los invitados salieron corriendo del salón de fiestas y se dirigieron en estampida hasta la entrada de la casa, y en ese momento, dos más de nuestros invitados también sufrieron la misma suerte. En ese momento, me percaté que esa mujer… Edith estaba allí, tranquila. Dio unos cuantos pasos dirigiéndose hacia las escaleras del salón de fiestas. La seguí y la agarré de un brazo. Ella me miró y sus ojos color ámbar se tornaron verdes pálidos. Eran de una tonalidad de ojos que jamas había visto, y eso que he recorrido a todo el mundo en mis años de vida. Entonces—Maury comenzó a palpar la palma de su mano derecha con los dedos de su mano izquierda como si estuviera memorando algún tacto de otra piel que su subconsciente había almacenados entonces cuando eso sucedió, ella desapareció, y en su lugar salieron volando un centenar de mariposas negras que salieron volando hacia el segundo piso. Yo salí corriendo. Al día siguiente, esto fue un escándalo en los medios de comunicación, y así sería por lo menos un año y varios meses. Naturalmente, empleamos muchísimo dinero para silenciarlos… Pero…

—Pero no ocurrió en esta misma casa—interrumpió Higs.

—Naturalmente. Esta es sólo una casa pequeña de la ciudad, nada como la otra. Pero desde entonces no hemos podido regresar—El hombre se encogió de hombros—. De hecho, esa misma noche, la policía entró a la casa a ver lo que sucedía pero varios oficiales también sufrieron de eso. ¡Algo les arrancó la cabeza!—exclamó con una mezcla de odio y de frustración.—De hecho, pasaron tres meses para que pudiéramos rescatar al cuerpo de Manfred. Costó mucho dinero y buenos hombres valientes que entraron sólo hasta el primer piso. Decían que más arriba se sentía una presencia obscura que no los dejaba avanzar y que no valía la pena arriesgarse.

—Ya veo, lord Maury—dijo Stella. —¿Y no le entraron ganas de quemar la propiedad?—Maury soltó una risita.

—He querido, señorita, he querido. Pero sería una locura hacer eso. Es una propiedad con muchísima historia. Además, nosotros los Maury no vamos a perder. Después de todo, los tengo a todos ustedes. Los he traído. Me han dicho que ustedes los gwydianos están acostumbrados a luchar contra fuerzas obscuras...

—Eso es cierto—comenzó Stella.—De hecho, ya hemos hecho nuestro trabajo de inteligencia, y sabemos que su casa está llena de algo que en nuestro bestiario llamamos «perros de Timbur».

—¿Perros de Timbur?—preguntó Maury con curiosidad. Stella hizo una señal a Wigs y a Higs. Estos movieron.

—Sí, señor Maury—comenzó Wigs. Los perros de timbur son criaturas del orden de los obscuros. No pertenecen a este plano dimensional, sino a uno intermedio. Son criaturas terribles porque son invisibles al ojo del ser humano. También para traerlos a este plano se requiere de un invocador poderoso y capacitado. De lo contrario, la invocación o no se completa, o termina con el invocador muerto sin dejar a los perros de Timbur libres. Por otro lado, no pueden salir al sol, así que estarán dentro de la mansión por siempre sin salir de ella, afortunadamente para sus vecinos y para la ciudad.

—No creo que eso sea «suerte»—dijo Maury.—¿Y cómo unos perros pueden hacer eso?

—Realmente no son perros—dijo Higs. —Se les llaman perros por sus hocicos, pero realmente parecen más unos insectos. Poseen unas garras muy afiladas como cuchillas que permiten hacer cortes muy limpios de un sólo tajo. Ah, también se le dicen «perros» porque son criaturas que un invocador experimentado puede controlar y entrenar para que hagan cosas muy especificas. Como atacar a determinada persona.

—¿Y si son invisibles, cómo saben todo esto?—Preguntó Maury.—Stella sacó el bestiario y mostró una foto al señor Maury. Este se escandalizó y se puso pálido como un muerto.

—Hay ciertos talismanes que permiten ver a estas criaturas, señor Maury—dijo Stella.—Por otra parte, tengo entendido que usted en la carta que envió al maestro Xammy también contó de su plan para atraer la atención de estos monstruos en caso de nosotros acceder al trabajo.

—S-sí…—se incorporó Maury.—Tengo pensando en utilizar a varios niños huérfanos como carnada. Les conté que podían entrar a la casa y sustraer lo que quisieran de ella y venderlo, siempre y cuando fueran objetos del segundo piso en adelante.

—Muy bien, vamos a proceder de acuerdo a su plan—dijo Stella.

Rato después salimos en el despacho, y nos quedamos Stella y yo solos sobre la escalera.

 

—Utilizaremos huérfanos entonces…—dije con perplejidad. La idea me había dado bastante asco.

 

—No, Khalain. Parte de las órdenes del maestro Xammy es que rescatemos a esos niños—dijo Stella apretando el puño—Después de todo,no podemos…, no me puedo permitir que un sujeto tan asqueroso haga lo que le dé la gana con la gente. Anda, no tengas una mala impresión de mí—dijo y me dio una palmada. Ella parecía nerviosa e incómoda, tanto como yo.

—No tendría nunca una mala impresión de ti, Stella. Después de todo, eres mi maestra y te respeto—dije bromeando.

—Nos cuidaremos las espaldas, Khan.

—Por favor, recuerda decirme solamente Jerome—le indiqué—Fuera del templo, este nombre es mi máscara. Es la primera vez que salimos juntos en estos seis meses.

—Jerome. Es un nombre que me sigue pareciendo demasiado tonto—dijo riéndose.

—Cuando te ríes así de mí, no sé en qué pensar. Eres en muchas ocasiones un misterio—le dije. Y la verdad es que así era. Stella siempre se mostraba calmada y reservada.

—Bueno, es que todavía no me demuestras algún logro considerable. Y además, estamos en una misión, no en una terapia.—Una de sus cejas subió mientras me miraba. No sabía cómo debía tomar esto. —¿Qué piensas?—Preguntó. Sabía a lo que se estaba refiriendo.

—Hay una bruja en este caso—solté.—Y si es así, va a ser mucho más complicado que cazar a unos bichos sueltos en una casa.

—Lo sé. Pero no me preocupa. Para esto nos hemos estado entrenando.—Dijo. Stella mostraba muchísima confianza en sí misma. Aunque no sé si lo hacia de tal forma para subir mi moral y la de todos los demás. Lo peor que podía pasarnos era una baja de moral y que hiciéramos un mal trabajo, o peor, que dejáramos un trabajo sin cumplir.

—Entonces creo que yo me preocupo demasiado—dije. —Pero he visto con mis propios ojos lo que las brujas pueden hacer. Ellas tienen demasiado poder, Stella. Además… No me has contado todos los detalles de nuestro plan. Y ahora también incluye salvar a unos huérfanos. Son demasiado elementos.—Pensaba en el resto de nuestros compañeros. Los otros seis que quedaron a fuera. Ninguno me hablaba ni me dirigían la palabra de ninguna forma. Tampoco era que hablasen entre ellos ni con Stella, con Higs o con Wigs; ellos sólo se comunicaban con señas y con gestos, ¿podía confiar yo en ellos? Y más importante, ¿confiaban ellos en mí? Sólo era un muchacho sin experiencia que era llevado hasta algo muchísimo más grande y dificultoso que él. No conocía del todo a las costumbres de los gwydianos, sólo sé que eran demasiado distintos entre sí. Stella hablaba muchísimo, mientras que muchos otros eran como estatuas bobas siguiendo sus órdenes cuando ella las daba.

—No te creas que eres el único que conoce y que ha visto al poder de las brujas—dijo ella.—El mundo es más grande de lo que tú crees, y las historias de muchas personas son tan vastas como el océano—parecía molesta.—Pero sigamos, tenemos cosas que hacer, Jerome—dijo fríamente.

Nos encontrábamos en la entrada de la mansión Maury junto a un grupo de ocho niños huérfanos vestidos con harapos los cuales habían manifestado tener hambre. Debido a que yo conocía bien lo que era el hambre, me daba dolor ver a los rostros femélicos de aquellos tres niños y cinco niñas, así que compré pan, queso y algunos chocolates calientes. Stella me dio una mano y lo repartimos para los niños. Los demás Gwydianos, a excepción de Higs y Wigs refunfuñaron como si tuvieran premura por dar iniciada la operación de una vez por todas. Stella hizo unas señales con las manos y estos se calmaron. Luego se alejaron y por primera vez los vi teniendo lo que parecía ser una conversación hablada, aunque no logré oír nada.

—Muchas gracias por la comida, señor—dijo una de las niñas de forma muy enérgica por la subida de azúcar.

—De nada—le contesté mientras acaricia su pelo con una mano.

—¿Es verdad que nos van a dejar llevarnos lo que queramos de la mansión, señor?—Preguntó uno de los niños, era el más pequeño de estatura de todos y tenía la cara cubierta de tierra y mugre.

—Sí, es verdad. Van a entrar con nosotros. Sin embargo, no quiero que se alejen demasiado del grupo de adultos. Nosotros le diremos qué hacer.

—Suena peligroso y para nada legal. ¿No será un atraco?—Preguntó este mismo niño.

—No, para nada; más bien, veánlo como un juego—intervino Stella. Los niños se miraron entre ellos con las caras llenas de curiosidad y luego se pusieron a correr a los al rededores.—La lógica de los niños es infalible y muchas veces superior a la de los adultos—me dijo.

—Eso es cierto, Stella—le dije ocultando mi preocupación. —Al fin de cuentas si los vamos a utilizar…

—Sí. Sólo tenemos que seguir el plan. Por cierto, no olvides colocarte tu protección debajo de la ropa. Estos perros pueden llegar a ser muy peligrosos.

—¿Ahora te preocupas por mí?—Bromee.

—Me preocupan todos y me preocupan la operación y también los niños. Estamos por enfrentar a algo muy grande. Esos perros no me asustan para nada… Pero una bruja es algo diferente. Hace que todo cambie, y por ende también que el rango de la misión pase de "C" a "A", y para colmo de males el pago es el mismo—se encongió de hombros. Estaba bastante extraña desde que le dije que había una bruja metida en todo esto.

—Puedes decirle a Lord Maury que nos triplique la paga.

—Que pague cinco veces más.—Dijo como regresando a ser la misma. Tal vez Stella sólo estaba ocultando su miedo y su preocupación. Después de todo, era la líder de nuestro grupo.

Entramos a la mansión. Había silencio y las luces estaban apagadas, al menos las del primer piso. Como Stella ordenó, uno de los hombres fue y buscó el encendedor en la pared luego de haber visto un mapa que Maury nos diera en su despacho. Se hizo la luz. Stella hizo otra señal con la mano. Nos acercamos como acordamos, Higs, Wigs y yo, y subimos al segundo piso a través de las escaleras de la sala principal. El resto del grupo junto con los niños subirían a través de las escaleras del salón de fiestas, una vez en él, harían todo el ruido posible.

—Estén atentos—advirtió Wigs.—Que los podamos ver, no significa que podamos necesariamente controlar sus movimientos. Esas cosas son tan rápidas y escurridizas como unas putas moscas.

—Hemos tenido experiencias con ellas unas cuantas veces, ¿verdad Wigs?—dijo Higs bromeando.—En una oportunidad me arrancaron el dedo meñique de la mano izquierda. Fue por un descuido...

—Estabas borracho como la mierda. Cómo olvidarlo—agregó Wigs.

—Vaya, pero por lo menos estás vivo.—Dije.

—Bueno, con esa lógica, sí—dijo y se rió.

—Hagan silencio ustedes tres—murmuró Stella.

—Sí, señora—murmuramos los tres. Avanzamos. La mansión tenía algo de tierra y de telarañas entre el techo y las paredes, no obstante, se percibía como si una que otra vez alguien quitara las telarañas. ¿Sería la bruja, o sus perros? Quien sabe. Era inquietante. ¿Qué estaría haciendo allí en primer lugar? No era un sitio para una bruja. Entramos a una pequeña sala. Stella iba de frente, mientras nosotros tres cubríamos cada uno un espacio de la retaguardia. Podíamos escuchar levemente el sonido de gritos de los niños. No eran de miedo sino de diversión. Eso me tranquilizaba bastante. A continuación, Wigs sintió un olor penetrante y nauseabundo. Se quejó varias veces pero también hizo chistes al respecto y a cómo esto le recordaba a ciertos sitios que había visitados. Luego Higgs puntualizó que estábamos cada vez más cerca. Tragué saliva y puse mi mano sobre el mango de una de mis espadas. Llevaba a las dos bien sujetas al cinturón. Más adelante escuchamos un aleteo muy fuerte como el de un montón de escarabajos sobrevolando cerca de nuestras orejas. Allí estaban, los perros de Timbur mirándonos. Tenían hocicos negros, alas de escarabajos y patas tanto traseras y delanteras en forma de cuchillas de zapatos para el hielo. Siguiendo las órdenes de Stella, debíamos hacer como si de verdad no los pudiéramos ver para que así, cuando se abalanzaran contra nosotros pudiéramos contraatacar sin que se lo esperasen. De hacer lo contrario, podrían sorprendernos a nosotros. Volaban precipitadamente cerca como si quisieran rodearnos pero en vez de eso, luego los cinco se colocaron en frente de nosotros. Eran cada uno del tamaño de un perro de raza mediana. Se abalanzaron y atacaron. Stella respondió rápidamente con sus dagas de luna cortando a tres de ellos por la mitad antes de que yo pudiera sacar mi espada en fuego para quemar a los otros dos. Guardé la espada.

—Es extraño—dijo Higgs.

—Sí que lo es. ¿Por qué estaban estos aquí, y no del otro lado?—Agregó Wigs.

—Tienen razón—dije. Les atrae muchísimo el ruido, y nosotros hemos estado callados relativamente. Es poco probable que nos hayan escuchado a nosotros sobre el ruido del grupo B. En ese momento notamos que el sonido de los gritos de los niños cambió súbitamente a desesperación. Stella indicó que debíamos avanzar rápido.

Me separé del grupo en la intercepción de dos pasillos. Me sentía atraído por una fuerza obscura que me llamaba. Era en cierta forma familiar. Avance por aquel corredor iluminado tenuemente por las luces de las lámparas sin bajar la guardia ni un sólo momento, mirando a los al rededores por más perros, o por la bruja. Aquel mal olor había desaparecido hacia un buen rato. Más adelante, unas mariposas negras revoloteaban como un tornado obscuro delante de mí. Se arremolinaron hasta formar a una mujer. Dio unos pasos hasta mí. Saqué una pistola de mi bolsillo y le apunté recordando a cada enseñanza de tiro que me había dado el tío Benjy hace ya tantos años. La mujer no se inmutó. Sabía que era inútil amenazarla. Acercó su cara a la mía y me miró directo a los ojos con sus ojos de color verde pálido como el dios de la peste. Puso su mano sobre la mía, con la cual sujetaba el arma y la apartó. La guardé nuevamente contra mi voluntad.

—Tú estás maldito—dijo apartando su rostro del mío. Di unos pasos hacia atrás.

—Así que tú eres Edith—dije.

—¿Quién eres tú que cargas esa marca del geis en los ojos?

—Soy Jerome Scheffer, un simple pianista.

—¡Mentira!—soltó—Esa es sólo una máscara.—Cargas su marca en todas partes. ¿Por qué tú?—En esos momentos no entendía a qué se refería, así que rápidamente hilé un pensamiento con otro.

—¿Te refieres a Emilia?

—No digas su nombre en mi presencia—dijo con una voz seca, llena de un asomo de desprecio sumamente profundo.

—Lo siento—dije.—¿Pero qué quieres tú de esta mansión? No te pertenece, Edith.

—Ese nombre. Lo odio. Es sólo una máscara—dijo—Así cómo lo es el tuyo. Una máscara llena de obscuridad que sólo aprisiona a más y más tinieblas.—Di cinco o siete pasos más hacia atrás. Estaba cerca de tocar con la espalda a lo que supuse en ese momento era una puerta. Ella estiró su mano y se acercó más a mí. Desenvaine mi espada y de un sólo tajo le corté el brazo. La sangré me salpicó en la cara, pero de pronto el sangrado se detuvo, y las manchas en el suelo se convirtieron en serpientes negras que salieron despedidas como rayos a mis pies. Reaccioné rápidamente y dije el nombre. La espada se incendió y con ello maté a las serpientes.

—Así que hablabas en serio cuando decías que eras un Scheffer—dijo con su rostro lleno de sorpresa. No mostraba ni siquiera un ápice de dolor. Guardé la espada y me preparé para atacar con ella y partir a la bruja en dos. Pero entonces escuché detrás a la voz de Stella gritar: «¡Edeeeeeeeeeeeeee!» Y enterró una de sus dagas en el corazón de la bruja, colocándola contra la pared. Stella temblaba, mientras que en el rostro de la bruja de notaba crispación y asombro. Seguido, Stella le dio un puñetazo con un sonoro "crac" y vi cómo los dientes de la bruja caían al suelo. Era la primera vez que veía a Stella propiciando un golpe con todas sus fuerzas. De la boca de la bruja brotaba sangre espumeante del color del vino.

—Seas quien seas, niña, no puedo dejar que me mates aquí—dijo la bruja, y con una sola mano empujó a Stella con tal fuerza que derribó a la puerta frente de ella. Reaccioné con un ataque rápido que la partió en dos. Pero entonces de los miembros cortados de su cuerpo se arremolinaron mariposas. Pensé en quemarlas pero no pude. Por más que llamaba al fuego este no aparecía. Era algo que en ese momento tampoco pude comprender. Ahora, mi segunda reacción fue buscar a Stella. La ayudé a incorporarse.

—Esa bruja se llama Ede—fue lo primero que me dijo.—Los niños están bien.—Fue lo segundo.—Me caga que esa hija de puta siga siendo más fuerte que yo—fue lo tercero. Volvió a aparecer detrás de nosotros como si nada. Su cuerpo ahora estaba intacto. Saqué la pistola de mi bolsillo y la descargue en ella. Logré hacer que cayera al suelo. Con un arma así jamás podría matarla pero al menos nos daría tiempo para escapar. Salimos corriendo de la habitación hacia el pasillo cuando sentimos que algo grande y pesado nos estaba persiguiendo. Me di la vuelta para responder con la espada pero de pronto me saltó encima un enorme lobo negro. Buena parte de sus dientes se clavaron en la vaina de mi espada y otra sobre la protección de mi brazo izquierdo. En cualquier caso me tenía inmovilizado. Era demasiado pesado. Stella le saltó encima clavando su daga varias veces en su lomo pero esto sólo lograba incrementar más su furia. La vaina de la espada se reventó. El lobo mordió al filo con sus fauces y comencé a sentir su sangre cayendo sobre la mi brazo a medida que también lograba morder más de mi protección. Intenté llamar al fuego pero este no acudía. Las runas del rayo en la espada no servirían si primero no cortaba al viento. Entonces recordé a mi navaja plegable del bolsillo de mi camisa. Lo saqué y clavé en el lobo. Dije el nombre del rayo, y el cuchillo explotó soltando electricidad justo en la quijada del lobo, la cual se hizo pedazos, junto a una ventana al lado de nosotros. Yo también recibí algo de daño —aunque por fortuna nada de la descarga—a pesar de las runas de electricidad que me había colocado como protección para algo así. Estaba temblando e intenté incoorporarme. Tenía una costilla rota. Stella se abalanzó sobre mí. El suelo eran pedazos de carne y de vidrio mezclados con sangre. Escuché pasó detrás, sabía que eran los demás; y lo último que recuerdo que vi fueron mariposas salir del cuerpo del lobo a través de la ventana.

 

 

 


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