En un principio, cuando apenas me hallaba en el proceso de la creación del texto, tenía muchos temores, pues el tiempo pasaba, mis compañeros entregaban avances y yo seguía aún estancada en la organización de mis ideas. La profesora me pedía borradores, avances legibles, y yo me negaba a darlos aunque tuviera más de seis borradores hechos. Tiempo atrás, me había colocado como norma universitaria, no entregar algo con lo que no me sintiera a gusto, porque ya que me estoy dedicando a algo que me gusta debo hacerlo muy bien o por lo menos sentirme bien con el resultado. Después de varios intentos fallidos, horas trajinadas, un cigarro y una taza de café, mi texto estaba listo, al fin. Al cabo de escribir la última palabra del texto me sentía con gran emoción, era un logro sin duda, aunque se tratase de un simple texto de dos cuartillas. La verdad, es que para mí era más que eso, pues el chico de la foto es un gran amigo, un gran amor; la historia es de él, pero también es de todos, en este tiempo de inauditas realidades, estupefactos raciocinios, del imputable desorden del azar.

     Casi enseguida de haberlo terminado, ya le estaba comentando a mis amigos que acaba de escribir un buen texto, sin embargo, a la primera persona que se lo leí fue a mi profesora, quien cuando apenas acabe de leérselo, no pudo decir más que un “Está arrechísimo”, con una expresión de quizá melancolía o conmoción por lo que en el texto se encontraba. Solo me basto escuchar aquella frase para seguir leyéndole el texto a quien se me cruzara en el camino; curiosamente unos contestaban de la misma manera, otros me decían “Vero, está muy bien escrito”, “me gusta tu texto”, “es bastante triste, pero me ha gustado”. Seguramente fueron más de diez personas las que me escucharon leerlo, cada una me contestaba con frases parecida a estas y aunque me agradara mucho oírlas, nadie podía decirme algo más; quizá porque llegaban a conectarse con la esencia, la intencionalidad del texto, y no los dejaba decir más porque podían romperse por dentro con el recuerdo de “su joven amante”, o tal vez porque no querían tratar con hostilidad mi emoción.

     A fin de cuentas, a la hora de hacer el montaje de la poetización fotográfica para que pudiese ser apreciada por los demás estudiantes de la facultad, pensé que tendría el mismo resultado, que alguien conocido me llamaría para decirme, –Hey vero, he leído tu texto y me ha gustado−. Pero no fue así, en cambio, lo único que recibimos (y aquí incluyo a mis compañeros) fueron agresiones de vandalismo, desmontaron la mayoría de los textos para reutilizar los materiales. A este hecho no le encuentro una mejor definición que “bajeza moral”, porque si se trata de una facultad de arte, con artistas en preparación, ¿cómo podrían pensar en robar, dañar el trabajo de otro?

     Sin embargo, en el segundo intento por mostrar nuestro trabajo al público, surgieron (a mi parecer) grandes ideas que pudieron demostrar el descontento por los daños causados anteriormente, fue un acto de rebelión en contra de aquellos que nada saben de respeto. Las fotos fueron pegadas donde nadie la pudiera ver, donde nadie se imaginaba que pudieran estar, pues si leían el texto y se quería saber dónde estaba la foto tendrían que pedir perdón con una mirada al cielo. A pesar de todo esto, cada momento fue un gran aprendizaje, una gran experiencia, y lo mejor de todo es que se siguen creando buenos contenidos en medio del insostenible mundo de mentes depresivas.