Camino incierto, camino sin rumbo

in #spanish5 years ago (edited)

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Foto tomada en Higuerote, Edo. Miranda, Venezuela con una Olympus E-520.

Camino hacia un bosque profundo y tupido, lleno de árboles enormes que no se sabe si terminan en algún punto. El camino es estrecho y silencioso, y mientras más me adentro en él, me sorprendo a pesar de la monotonía de su entorno. A lo lejos se escucha una melodía que hace eco en los árboles, como hablándome, tentándome a seguir y descubrir en dónde estoy.

La melodía me parece familiar, pero no logro identificarla. Es como escuchar un coro de ángeles en perfecta sintonía, entonando un cántico celestial y hermoso que relaja cada parte de mi cuerpo. Todas mis preocupaciones desaparecieron, como si me sanara de adentro hacia afuera.

Empecé a escucharla más cerca, se me ocurrió mirar hacia arriba y vi anonadada qué producía aquel sonido: saltando y volando entre los árboles gigantes se encontraban unos humanos pequeñitos, hombres, mujeres y algunos niños. Cuando advirtieron que los observaba, pararon de cantar. Se quedaron ahí pasmados devolviéndome la mirada.

Tenían rasgos que solo ves en las pinturas renacentistas y el color de piel era de un azul grisáceo pálido. A todos los envolvía una luz, la cual variaba entre ellos. Supuse que tal vez podría ser su aura. Las alas tenían un diseño de flores de color plateado tallado en ellas, pero el color en general no podía definirlo con exactitud, no sabía si las alas eran transparentes o si eran de un blanco tan claro que se podía ver a través de ellas.

Pero ¿dónde estoy? En ese momento uno de los hombrecitos revoloteó a mi lado y me señaló el camino, haciéndome gestos para que lo siguiera. ¿Será que leen el pensamiento? Lo seguí y todos sus demás amigos volaron con él para guiarme. No sabía qué eran ellos o cómo llamarlos. Solo sé que según su tamaño y físico encajaban perfectamente en la película de Peter Pan como “hadas”, salvo que ellos eran de otro color y no tenían las orejas puntiagudas.

Todos iban volando delante de mí y súbitamente frenaron en seco. Yo también lo hice. Los miré sin entender qué pasaba, sus caras eran de terror y tenían la vista fija en algo que yo no lograba ver. Cinco segundos después desaparecieron, como si algo los hubiese borrado rápidamente del bosque. Fue tan rápido que por un momento pensé que las hadas habían sido producto de una alucinación.

Después de un minuto, más o menos, vino a mí un viento glacial que me hizo temblar y mirar a mi alrededor, nerviosa, buscando en vano de dónde provenía. Cuando observo el cielo me doy cuenta de que ya había anochecido y de que me encontraba completamente sola en un lugar desconocido.

Sin pensarlo doy marcha atrás y comienzo a correr desesperadamente, presa del pánico, queriendo huir de ese frío anochecer en un lugar extraño e impredecible. Mientras corría escuché un ruido como de pisadas que me seguían, volteé pero no vi nada. Entonces, la tierra delante de mí vibró con fuerza y me detuve en seco: nada más hacerlo noté con terror que estaba suspendida en el aire, algo me había tomado de ambos brazos con una facilidad increíble.

Una criatura enorme, de pelaje negro y ojos amarillos me balanceaba de un lado a otro. No podía creer lo que estaba pasándome. A pesar de mis intentos no podía escapar y tampoco lograba ver qué era eso que me sostenía. Ya tenía el estómago revuelto.

Intenté gritar pero en mis cuerdas vocales no se produjo ningún sonido. Era como si algo pudiera leer mis pensamientos y anticipar cada movimiento. De repente se abrió un hueco hondo en la tierra, justo debajo de mí, y unos dientes filosos y descomunales salieron alrededor del círculo que formó la cavidad. La criatura me dejó caer y como una aspiradora fui absorbida hacia adentro a una velocidad tan inhumanamente rápida que me resultaba difícil de entender.

Cerré los ojos y me dejé llevar al vacío. Todo cesó casi tan pronto como empezó. Caí en un suelo duro y arenoso, y allí me quedé inmóvil, sin atreverme a mover ni una sola parte de mi cuerpo. Una luz brillante me obligó a abrir los ojos y me percaté de que me encontraba en un ambiente totalmente distinto, despejado, con un sol resplandeciente y un cielo de varios tonos de azul. Podía oír el mar y sentir la arena caliente.

El olor de la playa me dio confianza y me levanté. Al instante apareció una puerta de madera frente a mí a unos metros de distancia, antigua, sin manilla y con mi nombre tallado en letras plateadas. Me quedé un rato observándola, preguntándome si debía abrirla o no. Solo de pensar en que otra criatura enorme apareciera o en que alguna aspiradora con dientes me absorbiera de nuevo me daba terror.

La curiosidad me venció y fui acercándome lentamente a ella. Cuando ya estaba a un paso, me detuve dudosa y con unos dedos temblorosos toqué las letras que componían mi nombre. Abrí la boca de sorpresa cuando éstas brillaron en respuesta y entonces, todo se iluminó: la puerta, la playa, mis dedos, mis brazos, todo mi cuerpo y todo lo que allí había. Entre toda la luminosidad una manilla cuadrada, también de madera, apareció de golpe. Fue entonces cuando decidí abrir la puerta.

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Foto tomada en Marina Grande, Edo. Vargas, Venezuela con un teléfono Blu Life Pure.


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