Vlad Tepes se sentó frente a un escenario escabroso. 

Las náuseas querían jugarle una mala pasada, mas no podía darse el lujo de demostrar semejante debilidad. No en aquél juego de las apariencias a las que él se ha prestado tras su sangrienta venganza contra los boyardos.

Le hubiera gustado que las cosas sucedieran de otro modo y no verse  forzado a dar un castigo brutal a aquellos que prefirieron someterse a la voluntad de los reyes de las sombras. Le hubiera gustado no recurrir al horror que produce un empalamiento y en su lugar haber utilizado las palabras del convencimiento para ganar aliados; desafortunadamente él había intentado por la vía pacífica ganar aliados, tratando de convencerlos de que el verdadero enemigo no era precisamente Mehmet, sino aquellos seres infernales que estaban detrás de su trono susurrando y alimentando sus deseos de conquista.

Esos seres, los strigoi, los vampiros, aquellos que pertenecen a la aristocracia, a lo más selecto de lo selecto, los más fuertes y longevos de su raza. Ellos se extendían a lo largo y ancho de Europa; ellos, nacidos en la vieja Babilonia, buscaban someter a sus pares de menor clase social y a los mismos humanos bajo su dominio. Ellos dictan las leyes para los humanos y para sus pares; para los últimos las más crueles, pues de su amor natural por los humanos, de su unión nacen las dos clases de híbridos que podrían delatarles y, por lo consiguiente, tenían qué destruirlos de las maneras más espantosas.

Él, de niño, lo había visto en la residencia de Murat II, padre del actual sultán Mehmet, en Adrianópolis.  La crueldad con la que familias enteras  eran asesinadas por el simple hecho de haber sido formadas con amor era tan indescriptible e inimaginable que hacía palidecer  a su bosque de empalados.  

Y pensar que los turcos lo consideraban a él un maldito asesino.

Miró de reojo. Sus hombres estaban inmóviles, esperando una orden suya. Quizás se esforzaban mucho en esconderlo, pero Draculea había aprendido a reconocer el miedo y el terror en un rostro humano. Y aquellos infelices que le observaban desayunando frente a aquél bosque de empalados tenían exactamente esos sentimientos. 

Mismos que anhelaba que los reyes de las sombras, los hijos de la Madre de los Vampiros lo sintieran en carne propia.