El cielo permanecía inmovil, Parte 1.

El cielo permanecía inmóvil. Las nubes parecían deslizarse sobre éste gracias al viento, la alta maleza las acompañaba con su repetitivo tintineo de un lado al otro. Todo coexistía en un estado de serenidad inmaculada, recubierto bajo un manto muy delicado de rocío que hacía que la pradera reluciera en una enternecedora vista de ensueño. Las flores brillaban en todo su esplendor bajo la luz del sol, los pájaros canturreaban a todo pulmón desde sus nidos y los ciervos pastaban pacíficamente sin ningún depredador a la vista… Excepto por los unicornios.

Estas bestias de pelaje plateado son extremadamente salvajes, sus finos cabellos de múltiples colores reflejan la desesperación de los otros animales cuando están siendo devorados vivos, pata por pata, cuerno por cuerno y pellejo por pellejo.

Lo que despertó el galope instantáneo de todas las criaturas que se encontraban pastando y anidando hasta hace unos pocos segundos, no fueron directamente los unicornios, sino más lo que sonaba a pasos rápidos y agigantados de unos animales muy torpes que iban en dos patas y llevaban demasiado metal encima.

-Te dije que los unicornios eran bestias sin ningún tipo de razón o compasión, pero tenía que carcomerte la curiosidad campestre, ugh.- Dijo uno de los animales mientras corría y trataba de no morderse la lengua ni quedarse sin aliento, a lo que el otro respondió –Oh Sí! Seguro que ser un caballero de fama en la ciudad te llevó por muchas aventuras donde descubriste a todas las criaturas existentes, incluso las extintas, no? ¿Qué va a saber una humilde niña del campo como yo?-

-Una campesina que quiere ser un paladín tiene que saber todo eso de memoria, necesitas saber qué criaturas necesitan ser expurgadas del glorioso reino de los dioses y créeme, claramente los unicornios califican ahí.-

-¡Pero son hermosos! No podemos erradicarlos porque acaben con otras especies o algunas pequeñas poblaciones, ¿verdad? Deben de haber medidas preventivas para lidiar con…- Y antes de que pudiera terminar su argumento en defensa de los equinos, uno de estos apareció desde un arbusto cercano a ellos y embistió ciegamente al aire con su cuerno, mientras de este guindaba perforado un pequeño conejo sanguinolento que estaba por desprenderse.

La chica quedó petrificada a la vista de aquella muestra de brutalidad por parte del inmaculado unicornio, mientras su compañero siguió corriendo por unos pocos segundos y luego se detuvo también al darse cuenta de lo que había visto ella.